Maugham se muestra poco amigo de las mujeres y de la religión y muy interesado en cambio por la amistad, el arte y la literatura. Es un gran observador (“el estudio incesante de los hombres como obligación del escritor”) y agudo retratista. Dos botones de muestra: su excelente descripción del alma rusa (viaje de 1917) y el certero retrato que hace de la personalidad de Chaplin. En 1933 viaja a España y aprovecha para criticar ácidamente los cuadros de Murillo y el valor literario de La Celestina. Estas dos últimas cosas me han gustado poco y están débilmente justificadas.
Una lectura muy recomendable.