Como hemos visto más o menos lo importante y nos sobra tiempo, decidimos poner en marcha nuestro plan B, que consiste en desviarnos un poco de la ruta y acercarnos hasta La Rochelle. No sé si en el trayecto desde Orleans hay algo relacionado con la Tierra Media o qué, pero juro que vi un cartel en la carretera que indicaba Rohan-Rohan. Me pilló tan de sorpresa que no atiné a hacerle una foto, y en el camino de vuelta no hubo manera de volver a encontrar ese cartel...
De esta ciudad destaca sobre todo su casco antiguo, con sus características calles cubiertas por arcos, que albergan los puestos de los vendedores durante los días en que tiene lugar el mercado. Como siempre, optamos por dejar el coche en un aparcamiento y recorrerla andando. Además La Rochelle es pequeña, así que no hay problema para verlo todo en no demasiado tiempo. En la misma plaza en la que se encuentra la catedral hay un aparcamiento, así que soltamos el coche y nos disponemos a caminar por la ciudad.
Otros de los edificios interesantes para ver son la casa de Enrique II, que se construyó en el siglo XVI, y que destaca porque no se trata de una casa auténtica sino que está formada por galerías y pasillos superpuestos que componen un laberinto. Sólo puede visitarse reservando con antelación, así que como hemos venido a la aventura nos quedamos sin verlo. El otro edificio importante es el ayuntamiento, del cual no se sabe con seguridad quién fue el arquitecto que lo diseñó. Se puede acceder libremente a su patio interior.
También en las cercanías del puerto están algunas de las torres que dominan la ciudad; son cuatro: la de San Nicolás, en la parte oeste del puerto, que data del siglo XIV y es la más alta de todas; la de la Cadena, del siglo XV, situada enfrente de la anterior; la de la Linterna, que se encuentra en el extremo este del puerto, está unida a las anteriores por medio de una muralla y sirve a la vez como faro y lugar defensivo; y la del Reloj, que es la que da entrada al casco antiguo de la ciudad.
Después de la visita a La Rochelle, ponemos rumbo a España. Nuestra próxima parada es Oiartzun, concretamente el hotel Lintzirin. De nuevo el tiempo es lluvioso, a pesar del sol que nos ha acompañado en La Rochelle, y cuando llegamos ya es de noche así que nos acomodamos en el hotel, ponemos un poco la tele (no sé por qué nos da por ver un partido de fútbol en euskera, porque no consigo entender más que cuatro palabras de cada cien...) y dormimos hasta el día siguiente.
Sábado 29 de agosto. Como Juan no conoce San Sebastián y yo le había dicho miles de veces que es una de las ciudades más (para mi gusto) bonitas que he visitado, habíamos decidido hacer una pequeña parada aquí antes de volver a casa. Dejamos el hotel por la mañana temprano y nos vamos hacia allí. Aparcamos en Pío XII y recorremos la ciudad andando, para variar.
Falsa alarma: al ir hacia el ayuntamiento vemos que la valla no obstaculiza el paso hacia la playa; menos mal. Vamos caminando hacia nuestra derecha, en dirección a la parte antigua, y pasamos por el puerto, a los pies del monte Urgull. Junto al puerto se encuentra el aquarium, que fue fundado allá por el año 1928, aunque se han llevado a cabo en él numerosas reformas hasta que hace poco ha quedado como se conoce actualmente. La última vez que estuve en San Sebastián, normalmente acabábamos aquí el paseo; sin embargo esta vez continuamos un poco más allá, por el paseo nuevo, que rodea la montaña y está justo pegado al mar. Cuando haga muy mal tiempo supongo que no se podrá andar por allí, porque si a veces en invierno he visto las olas saltar por encima de la barandilla de la playa de la Concha, con el mar tan cerca, el oleaje debe de ser espectacular.
Volvemos sobre nuestros pasos y esta vez nos adentramos un poco en el casco viejo, con sus calles estrechas y muy animadas, llenas de tascas y de tiendas. En esta zona se encuentran, además, la iglesia de Santa María, del siglo XVIII, y la iglesia de San Vicente, del XVI. El centro del casco viejo es la plaza de la Constitución, que fue una antigua plaza de toros y que en la actualidad acoge la famosa tamborrada que se celebra cada 20 de enero. Detrás de la plaza se encuentra el monte Urgull, con un camino que sube hasta una fortaleza que data del siglo XII y que hoy es un parque.
De nuevo en el puerto, seguimos caminando paralelos al paseo marítimo. Frente a la playa de la Concha está la isla de Santa Clara, justo en mitad de la bahía. Se puede acceder a ella en el servicio regular de barco que sale hacia allí desde el puerto cada media hora. A pesar de su reducido tamaño, la isla tiene también una playa (conocida como la perla de la Concha) que sólo aparece cuando la marea está baja. Sin embargo, hay bastante gente que visita Santa Clara en verano, por lo que la playa tiene incluso servicio de socorrista, duchas y un chiringuito.
Sin duda, la estrella de San Sebastián es la playa de la Concha, que tiene esa forma tan característica que le da su nombre, y que suele salir en casi todas las postales. Sin embargo también hay otras playas, como la de Ondarreta (a continuación de la de la Concha) y la de Zurriola. Caminando por el paseo marítimo llegamos hasta el palacio de Miramar, de estilo inglés y con unas vistas espectaculares a la bahía. El edificio es propiedad del ayuntamiento, y actualmente está destinado a la celebración de congresos y seminarios organizados por la Universidad del País Vasco. Sin embargo, el acceso a los jardines es totalmente libre.
Después de este agradable paseo, caminamos de nuevo hasta Pío XII para recoger el coche y hacer una última parada, precisamente en el monte Igueldo, que se encuentra situado en la parte alta de la ciudad, en su lado occidental, y ofrece unas espectaculares vistas de la bahía. Tiene además un pequeño parque de atracciones, que data de principios del siglo XX. Para acceder al monte, tanto en coche como a pie, hay que pagar una tasa de 1’70 € por persona. También, si lo preferimos, se puede subir en el funicular, que sale de Ondarreta cada 15 minutos y cuesta 2,50 ida y vuelta por persona.
Por la tarde, ya en casa, ponemos punto final a nuestro viaje. Ha sido un palizón de nada menos que 7.000 kilómetros recorridos en algo menos de dos semanas, pero desde luego ha merecido la pena. Como colofón, me quedo sin duda con nuestra última foto:
Fotografías: Juan Martínez Jarque