Cuadernos germánicos (XV): crucero por el Rin

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo
Esto de viajar está muy bien, pero hay veces en las que te pegas tantas palizas pateando y viendo cosas que te apetece tomarte algún que otro rato de relax. Esto es lo que decidimos hacer uno de los días que pasamos en Alemania; tenemos nuestro campamento base en Maguncia y desde allí nos hemos ido moviendo cada día a un sitio, y unos días antes hemos descubierto que muy cerca de nuestra casa está uno de los puntos en los que hacen parada los barcos que organizan cruceros que recorren el Rin.
Hay varias empresas, y nosotros elegimos Köln-Düsseldorfer simplemente porque además de a los cruceros turísticos también se dedica al transporte regular de viajeros, con lo cual los horarios que tiene son bastante más amplios. Y como durante el trayecto regular puedes bajar y subir del barco todas las veces que quieras, nos parece mejor opción ir a nuestro aire que con un crucero ya organizado. El trayecto completo que ellos realizan es el que separa las ciudades de Colonia y Maguncia, pasando por Coblenza (algo más de 200 kilómetros); nosotros ya hemos estado en Colonia y tenemos pensado visitar las otras dos y alguna más que hay a lo largo del recorrido, así que decidimos hacer el trayecto que hay entre Maguncia y Sankt Goarshausen; son algo menos de 70 kilómetros, pero como el barco va parando en los pueblecitos que hay por el camino y además el viaje de vuelta se hace a contracorriente, entre unas cosas y otras echamos todo el día en hacer este pequeño viaje (en líneas generales, el trayecto de ida se suele hacer en unas 3 horas y el de vuelta en algo más de 5).
Nuestro barco tiene dos pisos, el inferior con una cafetería y mesitas, todo muy cuco, y la cubierta con una zona acristalada y otra al aire libre. Este día hace sol, poca cosa para nuestros estándares españoles, así que fuera se está bien; y decidimos quedarnos en la zona descubierta para ir viéndolo todo mejor al mismo tiempo que, por megafonía, nos van explicando la ruta en alemán, inglés y japonés. Cuando nos subimos a bordo en Maguncia somos todavía poquísimos pasajeros, pero en Wiesbaden, muy conocida principalmente por sus balnearios y su casino, ya se empieza a subir un montón de gente. Aquí se nos une un matrimonio alemán con el que pegamos la hebra enseguida, y es que cuando nos oyen hablar español nos cuentan que han estado en España varias veces y que les encanta nuestro país; y hasta nos regalan unas chocolatinas típicas riquísimas, rellenas de yogur de fresa.

Rüdesheim

Un poco más adelante hacemos una parada en Rüdesheim, famosa sobre todo por su vino de Riesling, que por lo visto es buenísimo. Aprovecho para indicar aquí que algunos de los pueblecitos en los que para el barco están en la orilla contraria del río; en ese caso no hay ningún problema si quieres bajarte en cualquiera de ellos, ya que en cada parada hay además unos pequeños barquitos, tipo ferry, que te cruzan al otro lado. Muy cerca, precisamente en la orilla contraria, se encuentra Bingen, en la confluencia de los ríos Nahe y Rin; gracias a esta posición estratégica, siempre fue codiciada por guerreros y mercaderes desde que los romanos la fundaron en el siglo XI a.C. Desde el barco se puede ver su famosa Mäuseturm (torre del ratón), donde según una leyenda unos ratones se comieron vivo al arzobispo de Maguncia Hatto II, como castigo a su dominio opresivo. Sin embargo, parece que la realidad es que el nombre se debe a una mutación de Mauttutm (torre de peaje), que era la función de este edificio durante la Edad Media.

Castillo de Rheinstein

En el siguiente tramo nos encontramos cuatro pueblitos pequeños que destacan por ser vitícolas; en realidad durante todo el trayecto iremos viendo que estamos rodeados de kilómetros y kilómetros de viñedos, y de vez en cuando aparece algún que otro castillo. Uno de estos cuatro pueblos es Eibingen, famoso por sus vinos y también porque es lugar de peregrinación, ya que allí se encuentran los restos de Santa Hildegarda; los otros tres son Assmanshausen, Niederheimbach y Lorch, todos ellos muy pequeñitos. A continuación, en Bacharach, un pueblo medieval, se conserva una muralla del siglo XIV. Su calle principal, con numerosas mansiones construidas en madera, discurre paralela al Rin. Y muy cerca, prácticamente a las afueras de Bacharach, está Kaub, cuyo monumento más conocido es su castillo Pfalzgrafenstein, situado sobre una roca en mitad del Rin. Este castillo se utilizaba en la antigüedad como prisión y también como aduana para los comerciantes de la zona.

Castillo Pfalzgrafenstein

Sieben Jungfrauen, uno de los siguientes lugares por los que pasamos, es un mirador en la roca, en la localidad de Oberwessel. Cuenta la leyenda que en un castillo de la zona vivieron siete hermanas muy hermosas (siete doncellas, que es el nombre del mirador) pero también muy altivas, que rechazaban a cualquier pretendiente. Hasta que un día fueron convertidas en piedra y lanzadas al Rin. Justo al lado se encuentra Oberwessel, que también tiene una muralla; el resto de pueblos de la zona corona, cada año en abril, a la reina del vino; pero en Oberwessel son más originales y a quien coronan es a la bruja del vino. Y un poco más adelante llegamos a Loreley, el sitio más mencionado en las fábulas que rodean al Rin. Es una enorme roca de pizarra que debe su fama a una doncella que embaucaba con sus cantos a los marineros, llevándolos a una muerte segura en las traicioneras corrientes del río. Cuando el barco llega a este punto, por megafonía suena la canción de Loreley y todos los pasajeros se arrancan a cantarla a voz en grito.

Loreley

A estas alturas ya estamos a punto de llegar al final de nuestro camino, y la siguiente parada la hacemos en Sankt Goar; este pueblecito tiene un castillo, construido en el siglo XIII, que actualmente está en ruinas pero que en su día fue la fortaleza más imponente del Rin. Pero aunque está medio derruido, aún hoy se pueden explorar sus galerías y túneles subterráneos. El trayecto continúa, aunque nosotros ponemos punto y aparte a nuestra ruta, ya que nos bajamos en la siguiente parada: Sankt Goarshausen. Esta pequeña ciudad, de menos de 2.000 habitantes, tiene dos castillos. Uno de ellos es el Peterseck, construido por el arzobispo deTréveris para contrarrestar las prácticas recaudatorias del peaje impuesto por el conde Dieter; en respuesta, el conde mandó construir un castillo mucho más grande al que llamó Burg Katz (castillo del gato). Y para poner de manifiesto la desigualdad entre el conde y el arzobispo, el castillo Peterseck pasó a llamarse Burg Maus (castillo del ratón).
Aunque hemos salido de Maguncia bastante temprano, entre las paradas del barco y subir y bajar para ver cosas se ha pasado toda la mañana, así que como es la hora de comer decidimos hacerlo en Sankt Goarshausen. Después nos damos una vuelta por el pueblo y acabamos cogiendo el último barco que pasa de nuevo por Maguncia; ciertamente hemos tenido un día de lo más relajado, porque aunque hemos visto cosas, nos lo hemos tomado con muchísima calma y no hemos ido corriendo a ningún sitio ni con hora porque hubiéramos sacado entradas para acceder a algún monumento, ni nada parecido. Además, aunque no nos suele importar que llueva y ya nos habían advertido que en Alemania puede llover en cualquier momento aunque sea pleno verano, al final no ha hecho falta usar ni paraguas ni impermeable porque el sol nos ha acompañado durante todo el trayecto. Así que, con la misma calma con la que hemos hecho la ida, procedemos a hacer la vuelta. Llegamos de nuevo a Maguncia cuando ya está atardeciendo, y después de una cena ligera nos vamos a dormir, que al día siguiente volvemos a tener un programa bastante apretado.