Al día siguiente, lunes 16, salimos de Cannes por la mañana en dirección a Italia. No sé por qué, mi piloto ha configurado el GPS para que le avise de límites de velocidad, sitios de interés, iglesias, etc.; y cada vez que nos acercamos a un túnel, nuestra Carmen (así la llamamos cariñosamente, ya que tiene voz femenina) nos dice "túnel Italia". La primera vez te hace gracia, pero cuando llevamos cuarentaysiete túneles aquello empieza a ser un poco aburrido... Para colmo, al cruzar la frontera entre Francia e Italia (aunque yo pensaba que en la Unión Europea no había fronteras) paran a un coche de cada doscientos, y precisamente nos toca a nosotros. Nos pasamos allí un buen rato, nos hacen un montón de preguntas, nos obligan a sacar las maletas del coche y a abrirlas allí en mitad del centro de control, y hasta nos cachean. Salimos de Francia y entramos en Italia con un cabreo de tres pares...
Hacemos una visita rápida a la catedral y al baptisterio; como no sabíamos seguro a qué hora íbamos a llegar a Pisa, no hicimos con anterioridad la reserva de las entradas para subir a la torre, que en todas las guías recomiendan hacerlo antes de viajar. Las colas son enormes así que nos conformamos con verla desde el suelo y con darnos una vuelta por allí. Eso sí, aunque me insisten, me niego a hacerme la típica foto empujando la torre para ponerla derecha, o inclinándome yo para solidarizarme con ella. Además aunque hubiera querido hacerlo habría sido imposible, porque aquello parece el metro en hora punta y casi hay que pedir la vez para poder hacerse fotos... Un agobio.
Finalmente seguimos nuestro camino y aproximadamente a las 6 de la tarde "aterrizamos" en Roma. Vamos un poco asustados porque es nuestro estreno en Italia y todo el mundo nos ha dicho que los hoteles en este país suelen ser malísimos y muy caros; a nosotros nos ha salido bastante bien de precio así que no sabemos muy bien lo que nos vamos a encontrar. Pero el hotel Bled, muy cerca de la catedral de San Giovanni in Laterano, resulta ser un antiguo palacete rehabilitado, bastante bonito y con un personal muy amable, desde el recepcionista hasta las señoras de la limpieza, los camareros del restaurante y la directora, a la que tenemos ocasión de conocer también.
Después de acomodarnos en nuestra habitación y descansar un poco, salimos un rato para explorar la zona y aprovechamos para visitar la catedral aunque únicamente por fuera, ya que se encuentra cerrada. Pero la exploración nos sirve para darnos cuenta de que, quitando algún sitio puntual, las distancias en Roma no son tan exageradas como nos habían dicho. Después de pasear un rato buscamos un sitio donde cenar y, ya a última hora, volvemos al hotel; hay que tener en cuenta que en agosto en Italia hace un calor mortal, así que tenemos previsto madrugar bastante todos los días, no sólo para aprovechar el tiempo sino también para que al menos cuando empiece el calor sofocante hayamos podido al menos ver algo cada día...