Por fuera esta iglesia es impresionante, y eso que a mí el barroco no es que me entusiasme especialmente; y en el interior tiene unos mosaicos espectaculares. Echamos allí un rato buscando las huellas dactilares que supuestamente Borromini dejó en algunas de las piedras, pero eso es como buscar una aguja en un pajar. En el baldaquino, situado sobre el altar mayor, se guardan las cabezas de San Pedro y San Pablo; a mí esto de las reliquias siempre me ha dado un poco de yuyu, de todas formas. Al otro lado de la plaza en la que se encuentra la basílica, está la Scala Santa (escalera santa), por la que se supone que hay que subir de rodillas, o eso hacen los peregrinos, ya que al parecer por esa misma escalera subió Jesús en el palacio de Poncio Pilato en Jerusalén. No sé si esto será cierto o no, pero sí es cierto que mis rodillas no están para estos trotes.
¿Qué decir de la galería Borghese? Me encanta la historia del arte y además sabía que aquí se expone una increíble muestra de esculturas de Bernini, así que no podía dejar pasar la ocasión. Incluso mi acompañante, que no es en absoluto aficionado al arte, se queda boquiabierto con la mayoría de las esculturas. Yo le intento explicar algunas cosas como puedo, pero la verdad es que en estas ocasiones echo de menos no haber buscado un rato para pegarme una buena empollada y así ser luego capaz de contar más cosas y que por lo menos la gente no se me aburra...