En la sobria mesa de trabajo, instalada bajo los viejos castaños de su casa en Chaville, cerca de París, el sexagenario Peter Handke escribe al aire libre, como de costumbre, a mano, en un cuaderno de anillas, sin hacer caso a la temperatura otoñal. En España acaba de publicar Don Juan (contado por él mismo), su nueva novela. Recién regresado de Serbia, rehúye hablar de política con una expresión de cansancio.
PREGUNTA. ¿Qué lo llevó a ocuparse de Don Juan?
RESPUESTA. Ésa es la pregunta más difícil. La vida, supongo. Siempre me ha parecido que es un personaje visto con ojos muy críticos y negativos, excepto tal vez en Molière y Mozart. De alguna manera, para mí era un espectro fraterno desde hacía mucho tiempo.
P. ¿No hubo ningún texto literario concreto, como en La pérdida de la imagen, que acolchara el libro?
R. Esta vez, no. Más bien me sale de un movimiento opuesto a todo lo clásico surgido en literatura en torno a la figura de Don Juan. En los siglos XIX y XX hay versiones distintas, de Lord Byron a Henry de Montherlant. Azorín escribió un relato muy simpatizante con el personaje. Y así es también en mi historia. Para mi narrador, que es un tabernero y cocinero fracasado en un lugar apartado cerca de París, es casi un amigo. Este lugar, Port Royal des Champs, tiene mucha historia. Allí estudió con las monjas Pascal, y más tarde Racine. Está a medio día andando de mi casa, y en los 17 años que llevo aquí he ido a menudo. El lugar siempre me ha impresionado.
P. El amor de Don Juan se parece más al amor cortesano que al barroco.
R. Sí, desde luego, pertenece más al siglo XII o XIII; con el Siglo de Oro de Tirso de Molina no tiene nada que ver. Quería crear un personaje noble: así es este Don Juan, fraternal y amistoso, también con las mujeres. Es el gran amigo de las mujeres.
P. El concepto de amor en su libro es insólito para nuestro tiempo: aparece como "una prueba", un momento de identificación.
R. Cualquier amor que posea un proyecto está hoy amenazado. De un amor así surge una enorme energía, aunque sólo para el momento. Esto es lo propiamente donjuanesco: lo momentáneo. Entonces llega una increíble energía: ahora somos. Nosotros dos, ahora. Estamos amenazados por todos lados, y no sólo por guerras; estamos amenazados por la falta de espontaneidad, por un sistema organizado. Esta energía significa lo divino del momento compartido, quizá no de la duración compartida, pero sí del instante común. En este sentido, Don Juan es un personaje actual, porque, sea uno joven o mayor, siente que no duran las relaciones. O sospecha que no durarán. Que sólo son para ahora, para follar en un tren. Y, sin embargo, uno se alegra al ver a dos amantes, dos seres dando ejemplo.
P. Lo que distingue su Don Juan de los amantes actuales es su reconocimiento del milagro del encuentro.
R. Eso está claro. Es una persona que va por la calle y está preparada. Ya se sabe, las mujeres esperan mucho más que los hombres. Saber estar simplemente preparado para los ojos de una mujer es algo raro. Yo no lo estoy, me faltan fuerzas. De esta experiencia fragmentada, me doy cuenta ahora, probablemente surgió el personaje: alguien que constantemente dispone de esta fuerza para acoger las esperanzas, las expectativas de las mujeres. Es algo inaudito. Si camino por París, fracaso permanentemente porque no estoy preparado para las miradas, para las caras. No hay nada como el rostro humano. Si esto es sexual, no lo sé, yo no quería contar una historia erótica. Sólo una historia de (pausa, suspiros) patria en el rostro.
P. ¿Qué espera de la literatura?
R. Leer para mí lo es todo. Escribir es una bendición. Pero al mismo tiempo hay que exigir respeto. Precisamente el respeto ante el escritor ha desaparecido por completo. Y, tal como se comportan los autores, el público tiene razón. En algún momento la veneración por la literatura se fue al carajo. Y, sin embargo, sigue habiendo personajes muy nobles. Un escritor ha de ser noble. El poema de Goethe dice: "ya que anticipar el sentir de las almas nobles, / es la más deseable profesión". Se refiere al escritor. Y no es que no existan almas nobles, pero los autores ya no se anticipan, sino que hacen cualquier cosa para conseguir un efecto. Tienen muchas opiniones y están demasiado volcados en el día. También yo. Para mí la cotidianidad lo es todo, de ella salen los mitos, las leyendas. El problema es que muchos autores están demasiado metidos en la cotidianidad publicada, en vez de defender un centro desde el margen. No quiero polemizar, pero cuando era joven, un escritor era algo grandioso.
P. Desde que usted está confrontado con la opinión pública, ¿la función de los medios en la elaboración de opinión ha cambiado mucho?
R. Muchísimo. En los 40 años que llevo en este negocio se ha producido un cambio paradigmático. Y no es que esté en contra del cambio, pero uno desearía ver una actitud menos partidista. Pensemos en el conflicto yugoslavo. Un día los periódicos representaron el conflicto de una forma determinada, y si quisieran dar marcha atrás, admitiendo haber cometido un grave error, incluso una gran injusticia, no lo podrían hacer; de modo que las cosas siguen su curso. ¿La historia lo juzgará de otra manera? Creo que sí, no puede continuar así.
P. Parece que nadie se ha tomado la molestia de leer lo que usted había escrito sobre el conflicto yugoslavo.
R. Todo eso está bien. Mejor que no se remueva más el tema. Tengo la sensación de que no ha hecho más que daño a mucha gente en Serbia, Croacia y Eslovenia, que sufre porque Yugoslavia ya no existe. Ellos están doloridos: yo no cuento.
P. Usted siempre ha argumentado con datos concretos. En su ensayo, Las tablas de Daimiel, refiere la negativa del Estado alemán de pagar la indemnización solicitada por los parientes de 10 civiles serbios, matados en un ataque aéreo en el puente de Varvarin.
R. Se inicia una guerra para deshacerse de un supuesto dictador, se asesina a más de mil personas y se dice que son daños colaterales. Lo más abyecto es que se decía que una de las metas de la guerra era desmoralizar a la gente, no destruir, no vencer, sino desmoralizar al pueblo. Lo consiguieron, desde luego. Pero no hablemos de política, que no interesa a nadie.
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Fuente: El País