Los Estados se apoyan en las leyendas y en las grandes gestas para reforzar su identidad y dar forma a su estructura nacional. Son hechos de muy dudosa comprobación y en numerosas ocasiones transformados de parte, para beneficio de quien gobierna. Se trata de resaltar el hecho diferencial mediante el uso de la tradición oral para reforzar la singularidad de lo propio.
En el Estado español se van cayendo mitos por el mal hacer de sus protagonistas. La dictadura de Franco y sus 40 años de paz dieron lugar al descubrimiento de miles de personas asesinadas en las cunetas de las carreteras y a un Iglesia colaboracionista, que bendijo tales atrocidades y que posteriormente inmatriculó a su nombre cientos de propiedades sin poseer la documentación que acreditara su propiedad.
Se nos pide que distingamos entre la vida privada y pública del exrey de España cuando es un imposible, porque ostenta un cargo unipersonal. Caído el mito por su comportamiento prepotente e incívico, que le ha llevado a regular cuentas con la Agencia Tributaria por defraudar en viajes y poseer dinero en paraísos fiscales, se sustituye el mito por el buen hacer de su hijo, quien aclara ("excusa no pedida, acusación manifiesta") que el coste del colegio (76.500 euros para dos años) de su primogénita lo va a pagar él de su bolsillo. Lo que no nos dice es quién va a abonar los viajes y la seguridad de la infanta en su colegio de Gales. En fin.
Se nos cae el mito de que la Justicia es ciega cuando vemos que la vara de medir no es la misma para todos, y cuando los miembros de Tribunal Supremo son objeto de mercadeo político y responden a los intereses de los partidos. Pocos creen en la Justicia porque ya existe instaurado en la sociedad el mito contrario: que es injusta per sé.
Siempre se nos dijo que los políticos ejercen la representación del pueblo y que es a éste a quien rinde cuentas. Hoy sabemos que no es cierto, que es un mito caído porque los partidos se representan a sí mismos y porque para ser pueblo hay que tener conciencia de realmente serlo. Y podríamos proseguir hablando de ese mito de que la Seguridad Social española es fetén o del de la unidad de España fabricada a cuchilladas y a golpe de leyendas machistas...
El que caigan los mitos nacionales tiene una cosa buena, que transforma la sociedad y una mala, que los sustituye por otros.