• El silencio capta nuestra atención. Los discípulos sabían que Jesús podía sanar, y por eso deben haberse preguntado por qué se demoró en vez de correr a socorrer a su amigo. Pero el Señor quería que fueran testigos de algo aun más grande: de su poder sobre la muerte. Ellos estaban confundidos por las afirmaciones de Jesús en cuanto a la derrota de la muerte, y necesitaban entender que Él podía cumplir con las profecías en cuanto a su propia resurrección (Mr 9.31, 32).
• El silencio nos enseña a confiar. María y Marta avisaron de la enfermedad de Lázaro, porque esperaban que el Señor viniera a sanarlo. Pero si esa expectativa no se cumplía, ¿vacilaría la fe de ellas? Marta respondió la pregunta diciendo que creía que Jesús era “el Cristo, el Hijo de Dios” (Jn 11.21-27). La fe de las mujeres fue recompensada con un milagro impresionante: la resurrección de su hermano.
A veces, lo único que podemos oír cuando oramos, es nuestra propia respiración. Esto puede ser frustrante y aterrador. Pero la Biblia dice que Dios está siempre con nosotros, y que su silencio no durará para siempre (Sal 38.15; He 13.5). Aférrese a esas promesas mientras busca el propósito que hay detrás del silencio del Señor.
(En Contacto)