En mi Velillas del Duque, pueblo de mi niñez y adolescencia, en aquellos años cuando chavales, corriendo los años 60 del siglo pasado, para allegar el agua a nuestras casas teníamos que trasladarla desde una fuente cercana situada en un lateral del pueblo, mediante cubos o mediante aquellos familiares cántaros hechos de barro. Fuente a la que desde siempre se había acudido porque el agua que proporcionaba era de una pureza y frescura extraordinarias.
Y ganando adeptos sobre todo durante el verano, por esa frescura tan única que nos proporcionaba el agua que dicha fuente arrojaba desde su interior; en especial cuando la recogíamos y almacenábamos en aquellos populares botijos de barro que no faltaban en ninguna de las casas, y luego en las duras y prolongadas faenas del campo y de la era. Andando el tiempo y con los primeros signos de modernidad, descubriríamos las importantes ventajas que nos proporcionaría posteriormente a las familias el agua del pozo artesiano recién construido en aquellos años en un lateral del pueblo, junto a la escuela.
Pues aunó en sí tres necesidades que se cubrieron de pronto de aquella manera: fue muy útil para el consumo de las personas, sirvió también para proporcionar el agua a los animales de tiro en el abrevadero anejo que se construyó al lado y evitó también que para lavar la ropa en las casas hubiera que desplazarse hasta el río, pues junto al pozo se construyó a la par un lavadero para estos menesteres. Incluso el hecho mismo de la construcción del pozo, aparte de ser todo un éxito al haberse conseguido muy pronto que el agua brotase con fuerza al exterior desde las profundidades de la tierra, significó también un antes y un después en la vida del pueblo, que de repente se modernizó anticipadamente unos cuantos años.
Para su construcción, se desplazó hasta allí una pesada y novedosa maquinaria, antes nunca vista en el lugar, encargada de la prospección. Al frente de la cual se encontraba un famoso pocero (que así se le llamaba) que ya había hecho prospecciones similares con éxito en otros pueblos del contorno y que, por ello, era muy conocido. Uniéndose a ello el pequeño espectáculo en el que sin duda se convertiría aquel hecho, al suponer una especie de revulsivo en la monotonía habitual, pues los días que se tardó en perforar el suelo hacia abajo, hasta que brotase la corriente de agua desde las profundidades, resultaría todo un continuo ir y venir de las gentes hasta el lugar a la espera de resultados positivos. Y también para nosotros, los chavales, que esperábamos con ansias el final del horario escolar, tanto en la mañana como en la tarde, para poder acudir raudos al lugar y observar igualmente las tareas de aquella gigantesca prospección. Y por fin un día, cuando quizás más descuidados estábamos, el agua brotó con fuerza desde las mismas entrañas de la tierra y todo el pueblo se puso a aplaudir aquella gesta, sabiendo lo mucho que nos iba a todos en aquella empresa.
Y algún tiempo después, el día que por fin, una vez construido en su totalidad todo el conjunto del pozo, lavadero y abrevadero, se procedió a su inauguración de manera oficial, fue una fiesta grande en el pueblo. Desplazándose desde la capital hasta Velillas del Duque, a tal fin, las primeras autoridades provinciales: gobernador civil y presidente de la Diputación, entre otros, con sus respectivos séquitos. A los escolares nos dieron vacación especial en la escuela aquel día y acudimos todos en masa hasta la entrada del pueblo, junto a las autoridades locales y comarcales, a recibir a los recién llegados desde la capital; agitando con insistencia todos nosotros, a modo de calurosa bienvenida, unas pequeñas banderitas de papel sujetas a un pequeño palo, que previamente nos habían repartido.
Había que agradecer de alguna manera el que aquellas autoridades que ahora nos visitaban, nos hubiesen posibilitado los medios y los dineros para la construcción de aquel pozo artesiano y sus unidades satélites para el mayor bienestar del pueblo. Y es que, en efecto, todo aquel conjunto de construcciones supuso un gran avance en pos de una modernidad que ansiábamos conquistar cuanto antes como habitantes del pueblo, en lo que era nuestro constante día a día.
Una idea de Javier para Curiosón