Revista Arte

Cuando el Arte no es una visión placentera ni estimulante, cuando es algo rechazable, cuando solo el color apenas lo satisface.

Por Artepoesia
Cuando el Arte no es una visión placentera ni estimulante, cuando es algo rechazable, cuando solo el color apenas lo satisface.
 

El Arte es también un foco de conciencia espantoso que grita poderoso para siempre. Eso sucedió en 1840 cuando el pintor romántico Turner decidiera expresar la tragedia humana más escabrosa del asesinato de unos seres humanos en alta mar. Naufragios habían sucedido siempre, las fuertes tormentas y huracanes habían ocasionado hundimientos y desolación en todos los mares del mundo. Entonces también había muertes, desapariciones, horror y desastre humano. Pero, cuando esas muertes son ocasionadas solo por el deseo de otros hombres la tragedia es mucho más fuerte, es incomprensible, es detestable, es lo peor que en la vida pueda concebirse como triste. El pintor se inspiró, como era habitual en su espíritu romántico, llevando su pasión y su genialidad a los más elaborados cruces de tonalidades explosivas que un lienzo pudiera contener. Pero era ahora la fuerza de un color asombrado de brazos, piernas, muñecas y manos... Ya no eran solo los tonos enfrentados de un fondo que anula la diferencia entre un horizonte y el mar, ya no era solo un cielo escabroso de fuego que acogía con fuerza poderosa la silueta abandonada de un buque asolado en el mar, ahora era la denuncia terrible de un asesinato vil y espantoso de seres humanos lo que un lienzo romántico trataba de mostrar. ¡Qué contraste tan insostenible! El Romanticismo podía representar el sacrificio humano también en guerras, en conflictos, en luchas, en enfrentamientos. Pero, ahora, hacerlo por la mera crueldad asesina motivada solo por el beneficio económico era lo más inasumible para una conciencia humana o para una creación romántica. Sin embargo, el pintor británico compuso su obra convencido de la necesidad de recordar esa realidad tan espantosa. ¿Cuánto tiempo soportaremos, sin embargo, la visión de esta obra sin desfallecer? 

En noviembre del año 1781 el velero británico Zong navegaba por el caribe con rumbo a Jamaica cuando sus oficiales decidieron tirar por la borda parte de la carga. Pero esa carga eran ahora seres humanos, ya que el Zong era un buque negrero fletado antes en África. Los motivos fueron la impericia naútica y la maldad más deleznable. Al equivocar la ruta marina pensaron que el agua disponible no iba a ser suficiente al corregir el destino dedicando más días a la navegación. Había que sacrificar parte de la carga humana ya que era más rentable hacerlo que dejar que se murieran de sed. Las compañías aseguradoras sólo pagaban si el fallecimiento era por sacrificio obligado no por muerte natural. Se entendía que había una pérdida a compensar si parte de la carga se arrojaba por la borda para evitar perder el resto. Pero no había pérdida por morir de forma natural. El caso provocaría con los años leyes británicas que impedirían el comercio por mar de seres humanos, pero no fue sino hasta 1833 que se aboliría definitivamente la esclavitud en Gran Bretaña. La pintura romántica de Turner es fascinante por su explosión de colores que crean una atmósfera única, llena además de matices que se mezclan sin orden pero con sentido. Sus detalles son lo importante cuando alcanzamos a mirar con detenimiento sus obras, porque son esos pequeños detalles los que buscan sorprender gratamente con algún motivo resplandeciente, original, creativo y poderoso. Pero, aquí, en esta impresionante obra, ¿qué detalle puede ser soportable para tratar de admirar alguna estética brillante entre los grilletes adosados a unos miembros humanos desfallecidos por el mar? El primer comprador de la obra lo fue el crítico John Ruskin, admirador del pintor y de los famosos prerrafaelitas. Según cuenta la biografía del cuadro, Ruskin lo tenía colgado en el salón de su residencia y allí lo admiraría todos los días durante muchos años. Hasta que se cansó y no pudo contemplarlo más, su espíritu sensible no pudo soportarlo y descolgó el cuadro para siempre.

Sin embargo, a pesar de la pesadilla de ver algo así para una obra de Arte, con el consiguiente riesgo de habituarse a una belleza deleznable, el valor de esta obra es muy necesario para no olvidar la naturaleza tan vil de la que estamos hechos. Entonces es cuando podremos reflexionar y pensar: solo contemplando la verdad de unos miembros esparcidos sobre olas amarillentas recordaremos la maldición más espantosa que unos seres humanos sean capaces de hacer a otros. Es una metáfora también, no sólo una historia real en el caribe durante el siglo XVIII, lo que podemos comprender ahora además con esta obra, la metáfora de una sociedad que es capaz de sacrificar a seres humanos por el afán mezquino de la simple codicia de otros. Y entonces el Arte se diluye por el sumidero de lo fatalmente humano, de lo que no provoque ahora una belleza que cause una salvación terrenal donde poder seguir sintiendo que es maravilloso el mundo que la sostiene. Ya no hay belleza sino lamento, ya no hay armonía placentera sino un reflejo monstruoso de algo que no consigue estimular el espíritu sino desvanecerlo. ¿Cómo admitir que existe el espíritu humano que es capaz de crear Belleza y de enaltecerla? No, ahora no, la visión de esta obra romántica de Arte no nos llevará ahora más que a una terrible contradicción. Con ella debemos vivir a la vez que admiramos algo parecido a la Belleza. Pero que no lo es, que no puede serlo, que sólo se expande ahora desapareciendo vagamente entre los acrisolados trazos tan poderosos del genio del pintor. Ya no hay más que un mundo real pintado de colores románticos que apenas calmarán la repulsión de un observador sensible. No podemos percibir ahora la fragancia de un velero que surca las olas luchando contra ellas poderoso; no podemos admirar ese cielo tormentoso lleno de luz entornada por los matices coloreados de una paleta romántica; no podemos reconocer las olas ahora encrespadas tan brillantes como ensombrecidas por el alarde romántico de un mar embravecido. No, no podemos asimilar estéticamente ahora todo eso como cuando miramos una obra de Turner. El sol se ha ocultado ya entre una luz tenebrosa y el afán por admirarla. No hay nada que sentir ahora más que repulsión y desencanto. Ahora el Arte no nos satisface, no nos place, no nos llevará a merecer el apellido de humanos a unos seres que, insensibles, tratarán de ver ahora el contraste, la tonalidad, la composición o el encuadre..., y no el horror, el terrible horror tan detestable de unos seres humanos que ahora no veremos del todo, que no están completos ahí, que no existen en el lienzo... sino salvo en su espantoso detalle.

(Óleo El barco de esclavos, 1840, del pintor romántico Turner, Museo de Finas Artes de Boston.)


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