Conozco a Ariel desde hace ocho años, cuando se postuló para una búsqueda de Jefe Logística.
Había trabajado en operadores logísticos medianos, como supervisor. No tenía una gran formación pero sí, una muy buena experiencia en almacenamiento y distribución. Era un tipo sencillo, desenvuelto, con capacidad para relacionarse tanto con operarios como con ejecutivos o directores.
Finalmente fue el candidato elegido por mi cliente. Trabajó con ellos durante seís años, creció hasta ocupar la Gerencia de Logística y desarrolló competencias que completaron su perfil profesional.
A principios de 2011, el negocio flaqueó y comenzaron los síntomas de malestar entre los colaboradores y muchos de ellos, buscaron otras alternativas de trabajo.
Pude convocar a Ariel para una nueva posición y nuevamente resultó seleccionado. A esta altura ya tenía 50 años. "El viejito sigue vigente", comentó su hijo, de 23, cuando se enteró de la propuesta laboral de su padre. Se adaptó a la nueva compañía, aportó su experiencia y fue participando de las decisiones tomando, cada vez más, contacto con los directivos.
La sorpresa llegó en octubre del año pasado: Ariel informó que lo habían convocado para ofrecerle una posicion gerencial, a cargo de una unidad de negocios de un importante grupo económico que maneja diarios, sitios de Internet y de e-commerce. La remuneración ofrecida superaba en un 50 % lo que estaba percibiendo en su trabajo actual.
Recibí el llamado del caso, nueva dirección de email y saludos recíprocos.
La semana pasada tuve un llamado de Ariel.
El nuevo trabajo no era lo que esperaba. "Aunque el negocio es tremendo, es un clima de trabajo insoportable", me contaba. "Podés creer que no tienen un sistema informático y que se manejan con Excel?" "Los tipos se creen que son expertos en todo y no te dejan implementar nada. Le gritan a la gente y pretenden que los trate igual.", me iba agregando."El director de la planta está totalmente sacado, se trabaja mal", va sumando argumentos.
Lo escucho, voy entendiendo. Empiezo a repasar mentalmente las posiciones que tengo abiertas y las empresas a las que podría interesarles un perfil como el de Ariel.
Pregunto su remuneración actual y me sorprendo con la cifra. Tanto que pregunté si no valía la pena aguantar un poco para ahorrar algo de dinero. "No vale la pena", me respondió - creo que sabiamente -, Ariel. "Yo ya tengo lo mío, mis hijos están grandes y trabajan. No tengo que pasar por esto, si te aparece algo, estoy."
Entendible lo de Ariel.
Quizás, 20 años antes, no hubiese tenido la misma visión de la situación.
Todas las compensaciones tienen un valor relativo de acuerdo al momento que vivimos. Lo mismo que, para las empresas, los perfiles de sus colaboradores se relacionan con el contexto y la situación de la compañía.
La historia nos puede dar una idea de cuán dificil es ponderar numéricamente, tanto las competencias de un candidato, como lo ofrecido por el empleador.
Hay una cuota maravillosa de incertidumbre que es la que, si todo va bien, agregará valor a ambas partes.