Primero, no son controlados por sus circunstancias; segundo, recobran el enfoque después de haber pecado.
Cuando el Espíritu Santo tiene el control, nuestra actitud no dependerá de lo que ocurra a nuestro alrededor. En otras palabras, la vida no tiene que estar libre de preocupaciones para que tengamos paz; nuestro gozo espiritual no disminuirá aunque enfrentemos reveses.
Cualquier persona puede ser cariñosa, amable y estar serena en tiempos de bendición. Pero ¿qué sucede con nuestra actitud en momentos de dificultad? Quiénes somos se evidencia, no cuando las cosas salen como queremos, sino en los momentos difíciles. Si el Espíritu Santo tiene el control, aprenderemos a amar cuando quisiéramos odiar; a ser bondadosos cuando seamos acusados; a responder con gentileza cuando los demás sean crueles; y a tener dominio propio cuando seamos tentados.
Ninguno de nosotros hará todo esto a la perfección porque todavía vivimos con el ego interior. Pero cuando pequemos, responderemos con rapidez a las indicaciones del Espíritu. Él no tendrá que esforzarse para captar nuestra atención, pues estaremos bajo su autoridad. Reconoceremos el mal que hicimos, lo confesaremos, y nos reenfocaremos en lo que Dios dice.
Si usted es un seguidor de Cristo, ¿quién tiene el control de su vida?
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