Cuando el idioma es el problema

Publicado el 12 julio 2016 por Elturco @jl_montesinos

Publicado en ValenciaOberta.es

Imagino que a nadie se le escapa que la función principal que cumplen las lenguas es la de poder comunicarnos. Que el desarrollo de las civilizaciones haya convertido el planeta en la Torre de Babel bíblica, no impide que la globalización comercial empuje hacia el establecimiento de mecanismos que nos ayuden a comprender lo que dice el vecino. Hoy en día conocer cuantos más idiomas mejor es algo que todos entendemos como positivo. Creo.

Establecer por lo tanto barreras idiomáticas es simple y llanamente un atraso. Una cómica y molesta manera de entorpecer la convivencia entre los distintos agentes de nuestra sociedad. Hacerlo en los servicios estatales es otra suerte de ingeniería social. Hacerlo desde la individualidad de cada uno es una muestra de suprema estupidez.

Convengo en que la atención al público, en la administración o en compañías privadas aconseja que aquellos que la llevan a cabo sean capaces de comunicarse con el que les visita. En ambos casos debieran articularse los mecanismos necesarios para que el usuario pueda hacer llegar sus quejas a los responsables de forma adecuada. Hoy, en la era de internet, prefieren algunos colocar en público cadalso a quien no cumple con las expectativas. Antes fueron estrellas de David en el pecho de los judíos. Hoy tenemos Twitter y Facebook.

La polarización que medios de comunicación y políticos hacen de cada uno de los gestos y su magnificación a través de las redes sociales, han convertido la convivencia en un conmigo o contra mí. Los matices ya no existen. Cualquier encontronazo que probablemente no hubiera requerido de una Hoja de Reclamaciones hace diez años toma proporciones monstruosas debido a todo esto. No hay grises ni colores. La posible atención deficiente de un empleado queda ensombrecida por la falta de educación de un cliente. O viceversa.

Mirando alrededor y enlazando hechos y, quizá precipitando las conclusiones, a uno le viene a la cabeza que un proyecto político que hace bandera de un idioma, escama como poco. Los idiomas son de quien los habla no de los políticos que los esgrimen. Detrás de cada enfrentamiento causado por razón de lengua tiene que estar necesariamente la voluntad de no querer entenderse. Ese es uno de los males de los nacionalismos. Querer seguir siendo la tribu frente a la imparable globalización comercial. Quienes hacen bandera de ello demuestran mirar al pasado. Quienes les siguen caen con frecuencia en la vileza.

Nada tiene que ver atomizar el poder y hacerlo pequeño con esgrimir banderas, idiomas o equipos de fútbol. No equivoquen las razones. Ni los fines.


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