Revista América Latina

Cuando el Partido Único Capitalista tiembla o ¡Gracias Podemos!

Publicado el 23 junio 2016 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

Por Vincenzo Basile

A todos los que hemos nacido en aquel imaginario lado del mundo, idealmente sin fronteras específicas y sin connotación geográfica, llamado Occidente, siempre se nos ha vendido el cuento de que el sistema de gobierno representativo, según algunos “democracia representativa”, es aquel sistema genuino en el que todas las ideas caben y cualquiera, por la vía democrática, puede llegar a ocupar cargos políticos y participar así en la construcción y el mejoramiento de la cosa pública.

La mejor forma que los ideólogos de dicho sistema han escogido para otorgarle veracidad a sus postulados ha sido sin lugar a duda el llamado pluripartidismo. Decenas de partidos políticos, en cada tornada electoral y en cada país, se disputan el control del poder legislativo y del poder ejecutivo. Es probablemente el logro más grande que cualquier discurso ideológico haya tenido jamás en la historia de la humanidad. No me refiero a la validez de la idea, sino más bien a la aceptación de la misma, como si se tratara de una ley natural despojada de todo discurso parcial e intencional en su defensa. Y es así. A quien se le pregunte por qué razón cree que vive en un país democrático, casi seguramente, casi por instintivo reflejo, responderá que puede votar por el partido político que más represente sus ideas. Y hay que reconocer que en cierto modo este sistema funciona y sus postulados, en la mayoría de los casos, resultan ser – o al menos aparentan ser – verídicos.

Tomamos el caso de la política española.

En el país ibérico, en lo que va de su breve pero intensa historia democrática, se han sucedido dos gobiernos de la Unión de Centro Democrático (UCD) en la fase de la transición y – de forma alterna – seis gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y tres gobiernos del Partido Popular (PP) reflejando supuestamente las distintas tendencias ideológicas de cada etapa. Y todo aparentaba marchar bien. Cada cinco años, en las últimas tres décadas, los partidos políticos han estado enfrentándose en el juego del poder con distintas propuestas sobre, esencialmente, aspectos económicos y sociales. Subir o bajar los impuestos, aumentar o disminuir el gasto público, intervencionismo o abstencionismo del Estado en la economía, reconocer o negar los derechos de algunas minorías, confirmar o abrogar una determinada ley; han servido como línea de demarcación para que los ciudadanos, según el discurso, supieran perfectamente si colocarse a la derecha o a la izquierda del espectro político. Y para otorgarle una fachada aún más respetable a todo el asunto, estaban, casi olvidados, los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda (así se les califica), bien controlados, al margen de la vida pública con su escasa o nula difusión entre las masas.

¡Qué sistema más perfecto!, pensarían algunos. Realmente todas las ideas, desde el neo-franquismo hasta el marxismo-leninismo tenían cabida en el debate democrático español, y ha sido sencillamente la evolución de las ideas, casi como una ley de selección natural, la que ha llevado a los españoles a identificarse esencialmente en una de las dos grandes familias del centro-derecha y el centro-izquierda, dejando atrás todas las otras ideas arcaicas. Hasta la prensa, aquel informador (de la opinión pública) que se ha convertido en formador (de opinión pública), participaba en el gran debate político colocándose, tal como los ciudadanos, a la izquierda (esencialmente El País) o a la derecha (ABC, El Mundo, La Razón, etc.) del gran escenario político moderado.

Y el juego funcionaba. Realmente ha funcionado durante las últimas tres décadas al punto de llevar a muchos a considerar a España como una “democracia avanzada” (no tengo claro de dónde sale el adjetivo). Pero, de repente, como una tormenta, algo pasó. En unos pocos años, realmente pocos si se consideran todos los acontecimientos que se han sucedido, llegó la gran crisis económica, los nefastos recortes impuestos por la dictadura financiera de la Unión Europea (empezados por el PSOE de Zapatero y completados por el PP de Rajoy), las explosiones sociales, las protestas, el 15-M y los Indignados.

Estas protestas se presentaban con el rostro de los de abajo, de los olvidados, de los afectados por las políticas neoliberales (tanto del PSOE como del PP), de los que querían luchar contra la corrupción en un país corrupto, contra la desigualdad en un país profundamente desigual. Un grito, no el único, llegaba de las calles indignadas: ¡vamos a acabar con la casta – aquella ínfima e indecente minoría política y económica – que ha destrozado ese país y ha despojado al pueblo de sus derechos fundamentales!

El poder político, que es algo distinto del partido gobernante, no mostró inicialmente gran preocupación por esos movimientos. Hubo incluso quienes, en una muestra de deprecio y arrogancia, retó a los movimientos sociales a presentarse a las elecciones porque “si quieren representar a una forma de ver la sociedad deberían participar en el juego de la representación”. El poder, atrincherado en sus seguros palacios, no le tenía miedo a estas voces: eran solamente la expresión de un momento; eran algo, creían, que pasaría y se iría sin dejar huellas en la historia, o en todo caso nada por lo que preocuparse realmente.

Pero algo más sucedió. Un grupo de jóvenes profesores universitarios e investigadores liderado por Pablo Iglesias aceptó el reto y canalizó parte de las protestas del 15-M en el debate político. Nació Podemos, un movimiento en cual confluían ideas políticas de todo tipo (comunistas, anticapitalistas, socialdemócratas, populistas laclaunianos, entre muchas otras). Llegaron las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2014 y, absolutamente de la nada, Podemos se impuso como cuarta fuerza política de España. Al cabo de unos pocos meses, entre julio y noviembre de 2014, varias encuestas colocaban a Podemos como el probable ganador de unas hipotéticas elecciones generales en España. Pablo Iglesias y su movimiento parecían indetenibles.

La reacción no se hizo esperar. Aquel sistema – político, económico y mediático – que había logrado presentarse a sí mismo durante décadas como expresión del debate entre las ideas más distintas y que había convidado a los movimientos de protesta a participar al juego político, no pudo ocultarse más y se manifestó en su forma más pura, como derivación de un conjunto monolítico de ideas, fuerzas y expresiones. De repente, todas aquellas diferencias que habían otorgado al país una apariencia de política dialéctica, aun permaneciendo en el discurso, perdieron toda su fuerza y se mostraron por lo que son, es decir, alas o facciones que discuten distintas propuestas dentro de algo que, sin resultar catastrofista, podría sin problemas calificarse como “Partido Único Capitalista”. El enemigo número uno del PSOE, del PP y de nuevas fuerzas políticas nacidas como hongos era el señor Pablo Iglesias y su amenazante movimiento que empezó a ser calificado de “antisistema”.

El poder mediático, todo, también dejó a un lado algunos distintos enfoques que antes le otorgaban diferencias ideológicas y se lanzó unánimemente contra Podemos: empezó la campaña del miedo. Tras años invertidos en una intensa campaña mediática para inculcar en la población una visión totalmente falsada y distorsionada de ideas como comunismo y socialismo o de hechos que ocurren en Cuba o Venezuela (recordemos, blancos principales de la sección internacional de casi todos los medios españoles); El País, ABC, el Mundo así como nuevos medios digitales creados, tal parece, precisamente para fomentar dicha campaña, han estado otorgándole todo tipo de etiqueta peyorativa al nuevo movimiento. “Chavista”, “bolivariano”, “neo-comunista”, “populista”, “etarra”, “castrista”, “pro-iraní”, entre muchos otros, han sido los adjetivos que más han estado presentes en cualquier artículo, editorial o debate político a la hora de hablar de Podemos. Mentira tras mentira, invento tras invento, estas etiquetas se han difundido en todo el territorio español y, hay que admitirlo, han tenido algún que otro éxito. De hecho, no es raro escuchar por las calles a alguien que diga, sin siquiera saber argumentar, que no votaría a Podemos porque “…mira como está Venezuela”.

Viñeta de José Manuel Puebla. Tomada en www.abc.es/el-sacapuntas/
Viñeta de José Manuel Puebla. Tomada en http://www.abc.es/el-sacapuntas/

Es evidente, por otro lado, que la campaña del miedo no ha funcionado totalmente. A pesar de no ser ya primera fuerza política en estimación de votos, Podemos “triunfó” en las elecciones generales de diciembre de 2015 como tercera fuerza política de España y, según varias encuestas, “triunfará” – en una alianza con Izquierda Unida denominada Unidos Podemos – como segunda fuerza política en las próximas elecciones del 26 de junio de 2016.

Podemos no pudo ganar, tal como pareciera. No pudo, al menos aun no, ser aquel partido “antisistema” que había llegado para acabar con la vieja política y los viejos politiqueros corruptos y generar un nuevo pacto con los ciudadanos para que España se acercara un poquito más a una forma de gobierno aparentemente democrática. En el auge de la campaña del miedo, tuvo que moderarse para no asustar; tuvo que renunciar a parte de su discurso para quitarse de encima esas etiquetas y no enajenarse potenciales electores. Tuvo que aceptar que no podría gobernar solo y necesitaba, por pragmatismo político o lo que sea, pactar con aquellas fuerzas políticas contra las cuales había prometido luchar. ¿Se puede criticar a Podemos por este cambio de ruta? Absolutamente no. Como idealista diría que ha sido algo decepcionante ver el progresivo abandono del discurso anti-casta que tanto fervor me había provocado desde que llegué a España, ya hace casi dos años. Pero como observador objetivo debo admitir que Podemos está haciendo lo correcto para sobrevivir en un ambiente terriblemente hostil y, en cierto modo, así poder lograr parte de los grandes cambios que había prometido.

A pesar de cuales sean los resultados de las próximas elecciones, a pesar de que se forme un improbable gobierno liderado por Pablo Iglesias y apoyado por el PSOE, a pesar de que se forme una más probable gran coalición que muchos llaman “moderada” y “antipopulista” entre PP, PSOE y Ciudadanos, a pesar de todos los pesares; Podemos ha logrado algo fundamental que no se puede arrebatar con elecciones, grandes coaliciones y campañas mediáticas. Podemos vino para cambiar radicalmente a España, pero no se lo permitieron. Pero igual Podemos, a pesar de todo, se quedó como prueba viviente y demostración práctica de que cuando el todopoderoso Partido Único Capitalista tiembla, afila sus uñas, agrupa sus filas y ataca a todo el que quiera romper su poderío. Podemos nos permitió ver lo falaz que es la ideología liberal y su engañoso axioma de correspondencia entre democracia y pluripartidismo. Podemos logró que todos los intereses económicos y políticos que se esconden detrás de la llamada prensa libre mostraran su esencia. Podemos nos demostró que los intereses de la mayoría están muy lejos de ser defendidos por la minoría en el poder. Por todo eso y por lo que vendrá, aun con algo de amargura por lo que no se pudo alcanzar, no puedo dejar de gritar: ¡Gracias Podemos!

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