Cuando el periodismo es una mentira

Publicado el 25 abril 2010 por Trilby @Trilby_Maurier

Foto de portada: Rahego

Todavía es cuestión de debate en el universo intelectualoide del periodismo definir la esencia de tan ilustre profesión: que si actualidad, que si periodicidad, que si informaciones verídicas... todo patrañas. El periodismo bien puede ser una mentira, como han demostrado muchos a lo largo de la historia.

El suplemento Domingo de El País recoge hoy el caso de Giacomo Debenedetti, un freelance italiano que colocó en diversos diarios nacionales una veintena de entrevistas a destacadísimas personalidades del mundo de la cultura (Günter Grass, Le Clézio, Toni Morrison, etc.) que resultaron ser un invento fruto de su envidiable imaginación. Lo más escabroso del asunto es que se descubrió cuando el escritor norteamericano Philip Roth fue cuestionado por unas supuestas declaraciones suyas en contra de Obama. Hasta entonces nadie había percibido el fraude periodístico.

De hecho, lo que desprende cierto tufo mohoso en toda esta historia es que, entre los otros entrevistados, han sido los menos los que han reaccionado ante la supuesta estafa mediática. Llegados a este punto, sólo nos queda sospechar del mutismo generalizado entre los afectados: quizá la mayoría ni siquiera hayan leído sus propias entrevistas o, puede que, aún habiendo leído el material, el resultado le haya parecido tan bueno que, aunque en su memoria no alcanzasen a recordar el encuentro con Debenedetti, se hayan sentido satisfechos con el retrato ficticio del freelance. En el reportaje, Miguel Mora define el hecho como "una resbaladiza metáfora de la decadencia del periodismo" pero lo cierto es que, aunque resulte una excentricidad, de la ficción también ha salido periodismo y con letras mayúsculas.

Cuando en 1939 durante su célebre emisión radiofónica Orson Welles hizo creer a la ciudad de Nueva York que estaban siendo invadidos por alienígenas, no hizo más que demostrar la credibilidad de los medios (y la credulidad del ser humano), su efecto cohesionador y el asombroso poder de influencia en la ciudadanía. Es decir, nos reveló los medios como necesarios y determinantes en nuestras emociones. Así que, esto de los "inventos periodísticos" ya tiene solera. Y salvando las distancias, como invento ilustre, no deja de asediar mi memoria aquel artículo que el periodista zaragozano Mariano de Cavia publicó en El Liberal, aquel miércoles 25 de novimebre de 1891, haciendo creer a los madrileños que su adorada pinacoteca había sido consumida por las llamas. Nadie reparó en lo sospechoso que resultaba que una noticia de ese calibre ocupase una columna en la página dos del diario. Tampoco nadie quiso dar créidto a la advertencia final del artículo, cuando se explicaba que todo lo contado podía pasar realmente.

La gente acudió a las inmediaciones de El Prado para comprobar el estado en el que se econtraba el museo. El revuelo obligó a que al día siguiente, Cavia volviese a firmar un nuevo artículo, esta vez titulado "Por qué he incendiado el Museo de Pinturas". En él exponía los motivos de su "estafa periodística": Estamos hartos de llenar con ellas columnas y más columnas sin lograr que los gobiernos salgan de su inercia, que los abusos se corrijan, y que la "imprevisión oficial" se cure. Estamos hartos de predicar en el desierto y de ver que las catástrofes se suceden en "racha" interminable hasta el punto de que con motivo de las inundaciones de Consuegra y Almería, haya osado un importantísimo diario inglés atribuir a nuestro descuido tradicional la culpa principal de tamaños duelos, y aún calificarnos de raza inferior por nuestra poca cautela, nuestro atraso y nuestro abandono.Así, de la mentira, despunta con originalidad una faceta eminentemente periodística: la denuncia y el control al poder.

Quizá ahora estamos muy lejos de todo aquello, no por una cuestión de fechas, sino más bien por un problema de compromiso. Con todo, a pesar de la distancia moral que separa a ambos periodistas, lo que más me interesa de este caso es lo que no nos han contado y que nunca sabremos: las verdaderas intenciones que Debenedetti imprimía en cada entrevista inventada. ¿Criticar a Obama? ¿Dar continuidad a su prestigioso linaje familiar? ¿Hacer negocio? Tibios motivos, que no me convencen demasiado. Puede que la denuncia en este caso sea percibir que el chiste no reside en el hecho de inventar informaciones, sino en el torpe intercambio mercantil: en pagar 20 míseros euros por una entrevista a una celebridad literaria. Éso sí que es una broma. Y los editores de los diarios afectados se la han tragado convencidos de haber encontrado una ganga.