Hoy, hace cuatro años, en mi vida sucedió un segundo milagro. Nacía mi pequeña princesa. Si ver nacer a mi hijo fue una experiencia impactante, la llagada de mi hija fue maravillosa. Y diferente. Porque a lo largo de todo el proceso éramos tres y no dos los que esperábamos la llegada de un nuevo miembro a la familia. Mi hijo, entonces con dos añitos, compartió con nosotros la alegría de ver crecer un ser vivo en la barriga de mamá. Se lo explicamos de distintas maneras y él, a su manera, parecía entenderlo. Preparaba cestitas con juguetes para su hermana, acariciaba la "panchota" de mamá y se alucinaba al ver que ésta se movía. La llamaba con su nombre y esperó con ilusión su llegada.Pero fue muy curioso ver su reacción cuando nació. Ya en la habitación, cuando la presentamos a su hermanita (un momento extraordinariamente emotivo) la acarició temeroso y de dio un tierno beso en su diminuta mejilla. Pero cuando le dije que esa era su hermana me preguntó: "¿Cómo la que tienes en la barriga?". Entonces me di cuenta que el pobrecillo no había entendido demasiado lo que significaba estar en la barriga de mamá para salir al cabo de unos meses. Me pareció una pregunta muy bonita demostrando una vez más esa inocencia en estado puro con la que nos regalan diariamente nuestros hijos.Si a los adultos aun nos cuesta a veces entender el milagro de la vida, para los niños debe ser algo alucinante.