Cuando habla el silencio

Publicado el 17 febrero 2011 por Santiagobull
Todo el mundo lo sabe, porque hasta se ha convertido en un cliché de los más recurrentes y clásicos: que el silencio dice, a menudo, muchas más cosas de las que podemos soñar siquiera decir con palabras. Visto desde cierta posición, no sólo suena improbable, sino hasta estúpido. Pero no hay nada que hacerle: es una de esas bellas realidades a las que tenemos que resignarnos. Y que, de paso, muchos han sabido explotar. Hace falta talento para hacerlo, sí; pero, cuando se ha logrado, los resultados son estremecedores, hermosos y muy, pero muy desgarradores. No es cosa fácil: ¿cómo hace un artista para capturar, precisamente, todo aquello que no se dice, lo que guarda una mirada o un suspiro, o lo que se esconde del otro lado de las palabras? ¿Cómo dar con las imágenes y/o las palabras adecuadas? Nunca terminaré de comprender cómo un genio del tamaño de Fellini, tan poco ortodoxo en sus métodos, supo amarrar esos detalles geniales para tratar el problema de la incomunicación en La dolce vita: sólo por poner un ejemplo de tantos, piensen en esa primera escena en la que Marcello trata de hablar a gritos desde un helicóptero con unas mujeres que están en una azotea asoleándose, pero el ruido de las hélices se lo impide; y, luego, en el final, en el que Marcello no puede escuchar a la muchacha que le grita del otro lado de la playa, la que alguna vez pudo llegar a significar su salvación, su salida hacia algo más pleno y sincero que aquel arrastrarse agónico y "dulce". Pero no es todo, claro que no. Tenemos a otro pedazo de maestro, al gran Tennessee Williams (el "Pájaro Glorioso", que le llamaba Gore Vidal). Cada una de sus obras de teatro está llena de palabras vanas, detrás de las cuales se oculta la verdadera acción de sus escenas, el dolor y el deseo de sus personajes. Siempre me he preguntado cómo lo consigue: esconder, detrás de palabras y conversaciones tontas (y que los personajes saben tontas) todo ese mar de comunicación velada, o incomunicación velada, en todo caso. Como Antonioni, también. No esperen que explique la forma en que se logra esto. Está muy fuera de mis posibilidades hacerlo. En todo caso, lo que me llama la atención es la forma en que el silencio se puede convertir en el personaje central de una trama, en el eje de una suma de dolores y pasiones a los que sólo refrena esa imposibilidad de decir lo que uno realmente siente, ya sea por orgullo, ya por miedo, ya por resignación al fracaso. ¿Alguno de ustedes, lectores míos, puede imaginar lo que hubiera sido de tantos personajes de la literatura si hubiesen hablado en su momento? ¿Qué de Ana Karenina, de Stella, de lady Chatterley, de Quentin Compson, del conformista de Moravia? Bueno, en todo caso hay que reconocer que, entre tantas cosas, nos hubiéramos quedado sin novelas extraordinarias. Y que lo son, precisamente, por lo bien que un manojo de autores han sabido darle un lugar y, si se quiere, una voz al silencio, a la intimidad velada, a la incomprensión y la imposibilidad de decir las cosas.La "estética del silencio", pues: una de las artimañas literarias más complejas y desgarradoras de cuantas han sido alguna vez convertidas en palabras. Sigo preguntándome cómo carajo lo consiguen.
En la foto, Tennessee Williams, "el Pájaro Glorioso", uno de los maestros a la hora de decir lo que no se dice.