Hace algunos días escribí que había llegado la hora de ver qué tal se las arreglaban las defensas frente al devastador poder ofensivo tan de moda en la liga de un tiempo a esta parte. Y debo de reconocer que lo vivido ayer refuerza mis convicciones respecto a la importancia que, en este deporte, las defensas han tenido, tienen y tendrán.
En Candlestick Park se respiraba una atmósfera eléctrica. Desde los últimos coletazos de Steve Young, a finales de los noventa, que no se vivía algo parecido. A miles de kilómetros de distancia uno podía adivinar el entusiasmo y la pasión que estos nuevos red and gold han hecho renacer, cual ave Fénix, en la olvidada bahía. El retorno a los orígenes de un clásico siempre es una excelente notícia para el fútbol. Os engañaría sino admitiera que un escalofrío de emoción recorrió mi espinazo cuando, justo al lado del Golden Gate, los 49ers formaron para el kick off.
Las acciones ofensivas de los últimos minutos del postrero cuarto quedarán grabadas en nuestro recuerdo, eso es indudable. Como dos púgiles al borde de sus fuerzas, Saints y 49ers se enzarzaron en un colosal intercambio de golpes que solo podía acabar en lo que el fútbol construye en base a la épica. En la grada, todos créimos que el touchdown del quarterback local sería el definitivo (24-29). Saltamos del sofá con la rápida respuesta de Jimmy Graham (32-29) y acabamos por enloquecer, borrachos de júbilo, cuando Vernon Davis puso el broche final (32-36) a un partido memorable.
Antes de todo eso, mi atención se centraba en la trinchera. Durante los tres primeros cuartos estuve convencido de que el signo de la eliminatoria se decantaría según fuera la capacidad de los de San Francisco en dar caza a Drew Brees o por la offensive line de los Saints en proteger a su quarterback y darle el suficiente tiempo como para que éste destrozara la cobertura rival con sus milimétricos pases. Ante la efectividad de los Colston, Sproles, Graham, Henderson o Meachem, los 49ers presentarían su defensa infranqueable frente a la carrera e intentarían suplir una endeble protección ante el pase con su capacidad de intercepción y su perícia en forzar fumbles. Y así sucedió.
En New Orleans deberían aprender la lección. Tal poder de ataque basta y excede para arrasar durante la regular season, pero metidos en la post temporada, sin una defensa capaz de presentar batalla al contrario, uno acaba fuera de la competición. No fue ninguna casualidad que su último Vince Lombardi coincidiera con una eficiencia defensiva pocas veces contemplada en Louisiana. Ayer en Green Bay, alguien durmió un poco más intranquilo.
Temo que éste haya sido el punto álgido de los San Francisco 49ers en los playoffs. Con la misma ilusión con la que un niño aguarda la noche de Reyes, espero el próximo choque, la Final de Conferencia. Dejádme repetirlo una vez más: Final de Conferencia para los niners!. Sé que debería disfrutar de lo conseguido y quizá prepararme para la decepción, pero viendo ayer como Frank Gore cortaba la línea, como el tight end Vernon Davis atrapaba balones al más puro estilo Rice y a un Alex Smith -la versión mejorada del modelo Mark Sanchez 2010-, se alzaba convertido en la viva imagen de un renacido Joe Montana, decidme, ¿cómo contener los acelerados batidos de mi corazón?.
Lo que sucedió en el Gillette Stadium fue la crónica de una muerte anunciada, con la salvedad de que habíamos anticipado tantas veces esa muerte que la situación era lo más parecido a esa fábula de Esopo llamada "El pastor y el lobo". Y como sucedió en el cuento, el canis lupus acabó por aparecer bajo un disfraz compuesto por una chandal, modelo 'Munich 72, una ridícula capucha y una visible protección contra el intenso frío.
A Belichik, viejo zorro de enciclopédicos conocimientos, le bastó un cuarto, apenas quince minutos, para derruir, desde sus mismos pilares, no sólo el ataque de los Broncos, sino toda su filosofía de juego. Como bien había anticipado Manolo Arana -experto entre los sabios-, en su habitual colaboración en el blog de Mariano Tovar, una de las claves para la desintegración de esa option que ha sorprendido a la liga -arruinando el prestigio de cuantos entrenadores se han cruzado con ella-, no pasaba por repetir el error de Dick Lebeau, enviando repetidamente paquetes de siete, ocho o hasta nueve defensores a la caza de Tebow -y desprotegiendo su cobertura de forma irresponsable-, sino, todo lo contrario, manteniendo el front seven a la expectativa de la decisión del quarterback rival. Los Ninkovic, Fletcher, Mayo, Spikes, Love, Warren, Anderson o Ellis, sometieron a Tebow, McGahee, Ball y compañía a una cacería de proporciones bíblicas. Sin avanzar en la trinchera -pese a la reiterada invitación que John Fox telegrafíaba una y otra vez-, esperando hasta que el ataque ejecutara su elección (pase, running back o carrera del quarterback) para intervenir con la misma frialdad con la que cualquier cirujano cercena un destrozado miembro. Fue todo un majestuoso clínic el impartido ayer por Bill Belichik.
A estas alturas de la temporada y tras lo vivido en Denver, no me parecería ni elegante, ni correcto, cargar contra Tebow. Los que caían en el resultadismo como método para valorar un quarterback y repetían sin cesar aquello de que "Tebow es bueno porque gana", ¿estarán ahora pensando justo lo contrario?. La NFL demuestra, una vez más, que sus equipos acaban por hallar la horma a cualquier zapato. Lo que ayer hizo Belichik no fue otra cosa que mostrar al resto de contendientes el camino correcto para anular total y absolutamente el juego de los Denver Broncos y para mi sorpresa, sin ninguna respuesta en la manga de los anaranjados. Si los de las Rocosas son capaces de evolucionar, de llevar su juego a otros terrenos, no me cabe duda de que tendrán una nueva oportunidad la próxima temporada. Para Tebow ha llegado el momento tan temido, el instante en el que uno decide si cruza el Rubicón o se queda donde está. Si lo hace será en base a dedicarse a algo en lo que claramente está estancado. Es avanzar o morir.
La contundencia de la victoria es un mensaje para todos los rivales que quedan en liza. Táctica y estratégicamente nunca se llegó a jugar el partido de ayer. La amplia diferencia en el marcador es el propio de aquellos que utilizan su primer partido de post temporada para rearmarse moralmente. Han conseguido su objetivo prioritario; no tanto superar una eliminatoria que ya daban por descontada como asestar un golpe en la mesa tan tremendo que solo está al alcance de aquellos que aspiran a lo más alto.