En Londres se planeó un golpe audaz: una flota mandada por Francis Drake y John Norreys zarparía en dirección a España y destruiría los restos de la Armada filipina que se creían en Santander.
Los ingleses han sido maestros en ensalzar lo propio y en denigrar y ocultar lo ajeno, pero los españoles han colaborado con entusiasmo en esta tarea. Así, es un tópico entre los historiadores españoles el afirmar que la victoria de Lepanto no sirvió de nada y se desaprovechó; y cuántos compatriotas desconocen la batalla de Cartagena de Indias y la figura del almirante vasco Blas de Lezo. El bicentenario de la victoria de Bailén sobre el ejército francés invasor pasó sin pena ni gloria; tanto la Corona como el Ejército se olvidaron de su conmemoración.
Lo mismo ocurre con la Gran Armada de 1588 y la Contraarmada de 1589. Como escribe el historiador José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano,
La versión británica y más difundida del desembarco en Inglaterra proyectado por Felipe II para el verano de 1588 constituye un claro ejemplo de fabulación y mitificación, consolidada en el futuro distante por el poder imperial de Gran Bretaña y por el alcance de su lengua.
Entre las mentiras inglesas, convertidas en verdades históricas, están el plan de Felipe II para anexionarse Inglaterra como se había anexionado Portugal en 1580, cuando el rey español sólo quería deponer a Isabel I y que cesasen la persecución a los católicos, los ataques a las posesiones españolas y el apoyo a los rebeldes holandeses; la inexistencia de un flota holandesa, que fue capital en la batalla, y el desastre español, cuando la Gran Armada fue diezmada por los temporales y el poderío naval filipino se restauró en los años posteriores.
Tampoco es conocido, tanto por la renuencia británica a hablar de ella como por el complejo de inferioridad y la comodidad españoles, la existencia de la Contraarmada y el desastre en que naufragó.
Una expedición de guerra como negocio
Una vez que en el verano de 1588 la Armada española había desaparecido de las costas inglesas, en Londres se planeó un golpe audaz: una flota mandada por Francis Drake y John Norreys zarparía en dirección a España, destruiría los restos de la Armada filipina que se creían en Santander y después levantaría a Portugal contra Madrid y trataría de apoderarse de las Azores, para disponer de bases desde las que atacar los convoyes de Indias.
La Armada inglesa se pagó como solía hacerlo la oligarquía local, como una inversión en bolsa: la reina Isabel aportó la cuarta parte y los holandeses un octavo; el pretendiente portugués aportó también el dinero y las joyas de la Corona que había robado antes de abandonar su país. En abril de 1589 zarpó la expedición, formada por casi 150 buques, entre ellos seis galeones, y casi 25.000 hombres.
Antes, un consejo de pastores puritanos había determinado que era legítimo que la reina Isabel colaborase con el católico Antonio de Crato porque así debilitaba al gran enemigo de la religión reformada que era Felipe II.
LEER ARTÍCULO ORIGINALDrake y Norreys cambiaron los planes y en vez de dirigirse a Santander desembarcaron en La Coruña en mayo, donde se enzarzaron en una dura batalla con la pequeña guarnición y los civiles, en la que se distinguió María Pita. Para hacerse una idea del material humano que llevaban los aristócratas ingleses en sus armadas baste saber que unas docenas de ingleses se emborracharon con barriles de vino que encontraron en una casa. El 18 de mayo, ante las pérdidas sufridas (unos mil hombres) y el miedo a la llegada de refuerzos españoles, la Contraarmada levó anclas y se dirigió a Lisboa.