Cuando la humildad se transforma en magia

Por Siempreenmedio @Siempreblog

No puedo ni imaginarme los retos a los que se enfrentaron Bruce Joel Rubin (libreto y letras), Dave Stewart y Glen Ballard (música y letras) durante la creación de Ghost, el musical. Con la mayoría de los espectadores llenos de imágenes creadas por la película que lleva desatando suspiros desde 1990, creo que el resultado es un musical humilde en cuanto a elenco y música, en favor del punto en el que sí era posible innovar, la escenografía y los efectos especiales.

Los autores del libreto, conscientes de que era imposible superar la belleza del tema central de la película, la canción Unchained Melody, debieron decidir crear números musicales funcionales, adecuados para la historia, pero que ya sabían que no iban a quedar en la memoria de los espectadores. Lo mismo ocurre con los actores, que realizan una ejecución precisa de una historia que tampoco se mueve un ápice de la narrativa conocida. En el caso de la versión de la que he podido disfrutar, Ana Dachs (Molly), Christian Sánchez (Sam) y Juls Sosa (Oda Mae), realizan una muy buena interpretación, sin la intención de imitar (ni falta que les hace) a Patrick Swayze, Demi Moore, y Whoopi Goldberg.

El punto en el que destaca el musical es en la escenografía y en los efectos visuales, tras los que se encuentra el ilusionista Paolo Carta, y se nota, porque los espectadores nos quedamos con la boca abierta en varias ocasiones, y sobrevuela a lo largo del espectáculo un no sé qué de magia, que convierte ese ejercicio de contención y humildad en el resto de elementos, en un musical mágico, que hace olvidar por momentos que se está viendo una obra de arte escénica en directo. Es un acierto de los grandes el haber incorporado la magia al desarrollo de esta historia que, a pesar de haber sido contada mil veces, sigue viva. Y lo que le queda.