Cuando la maternidad te hace sentir culpable

Por Felizenbrazos

Nos convertimos en padres sin ningún tipo de práctica, pero en general, con muy buenas intenciones. Pero los hijos no vienen con manual de instrucciones bajo el brazo e intentamos hacerlo lo mejor posible. Unos, intentan imitar la forma de crianza recibida por parte de sus padres; otros, intentamos evitarla lo máximo posible y queremos hacerlo de forma totalmente diferente.

Sea como fuere, eduquemos de la forma que lo hagamos, todos intentamos hacerlo bien, o por lo menos, eso creemos.

En mi caso, opté por una forma de crianza respetuosa, entendiendo las necesidades de mis hijos y con mucho amor. No digo que mis padres no me quisieran, pero sí he dicho muchas veces que creo que nunca supieron demostrármelo. Por eso, porque crecí en una familia donde las muestras de afecto no estaban muy presentes, decidí que con mis hijos todo sería amor y cariño. Y respeto. Y normas, no faltaba más. Que educar con amor y respeto no significa no dar educación alguna, no significa que la vida sea un auténtico cachondeo sin normas ni límites. Eso es algo en lo que la gente se confunde bastante a menudo.

Yo soy cariñosa, siempre he demostrado a mis hijos lo mucho que les quiero (y lo sigo haciendo), pero a veces también me considero autoritaria e impongo normas rígidas o castigos cuando creo que son necesarios. Bueno, ahora no son castigos, ahora son consecuencias. Hace tiempo descubrí que los castigos no tienen ningún efecto, en cambio, si hacemos a los hijos conscientes de lo que sucede y de las consecuencias (positivas o negativas) de sus actos, parece que la cosa fluye mucho mejor…hasta ahora.

Hace un par de años que tengo una revolución hormonal en casa en forma de adolescente. Los cambios empezaron poco a poco y ahora, a punto de cumplir 15 años, estamos en el máximo apogeo.

¿Cuántas veces habremos oído eso de que los adolescentes son como extraños que habitan el cuerpo de nuestros hijos? Pues oye, qué razón tienen, cómo saben de lo que hablan algunos… será porque ya han pasado por ahí. Está claro que como en todo, con unos niños notaremos el cambio más que con otros.

Y aquí es donde entra el sentimiento de culpabilidad total y absoluto de mi maternidad. Porque me está tocando vivir una complicada adolescencia con mi hijo. Y no dejo de preguntarme, ¿Qué es lo que he hecho mal? ¿En qué he fallado? ¿En qué momento la educación que le estoy dando a mi hijo ha pasado a estar equivocada?

No voy a contar en detalles todos los problemas que estamos teniendo, porque son muchos. Aunque también me consuela pensar que podría ser peor, que mi hijo podría ser un drogadicto o tener un problema con la violencia. Esos consuelos sirven de poco y me asusta pensar que eso pueda llegar algún día…y no me vale que la gente me diga que no, que no me preocupe, que lo estoy haciendo bien…también pensaba que lo estaba haciendo bien hasta ahora.

Es cierto que los adolescentes no se encuentran ni a sí mismos, que es normal que tengan cambios de humor, que intentan demostrar su poder, que están todo el día como agotados, pero nosotros llegamos a niveles máximos.

Desde hace un par de años para acá, las notas van cada vez peor. Entró en el instituto y las notas empezaron a bajar, pero cada trimestre que pasa, cada año, la cosa empeora. Ya este verano escribí cuando las notas del instituto no son lo que esperabas. Todas las medidas que tomé al respecto no parece que hayan servido de mucho, de nada, en realidad, porque este primer trimestre ha sido peor, mucho peor, ha sido catastrófico. Y no sólo en las notas termina esto. Su comportamiento en el instituto tampoco es bueno, no paro de recibir notas de clase y ya lleva varios castigos allí. Evidentemente, las consecuencias a sus actos no se han hecho esperar, y ahora está sin móvil y sin poder salir con sus amigos. Pero no parece que le importe mucho, pues sigue vagueando. Yo no me rindo, para nada. Academia de refuerzo varios días a la semana, sesiones con la psicopedagoga del instituto…muy buenos propósitos por su parte que quedan en nada dos días después.

Además, esa forma que tiene últimamente de hablarme, esa falta de respeto, esas contestaciones, esos gritos, no puedo con ello. Entiendo que se enfade conmigo (según él, soy la madre más injusta del mundo) y que quiera encerrarse y estar solo. Pero no, él lo que quiere es pelea continuamente, discutir, ponerme nerviosa, tensar la cuerda hasta que se rompe.

A veces me dan ganas de tirar la toalla, de dejarlo todo por imposible. Menos mal que se me pasa pronto y enseguida estoy otra vez planteándome soluciones. Ahora, incluso vamos a unas sesiones familiares con un psicólogo, para que os ayude a comunicarnos y entendernos mejor.

Sé que Lucas ha pasado por situaciones muy complicadas, situaciones que otros niños no pueden siquiera imaginarse. Sé que para él debe ser muy duro saber que tiene un padre que no se preocupa por él y al que hace años que no ve; sé que la muerte de Jose fue un duro golpe para un niño de 12 años; sé que es difícil que yo sea la madre y el padre, la buena y la mala, la permisiva y la estricta, todo a la vez.

Pero no dejo de preguntarme cada día ¿en qué me estoy equivocando? ¿Qué he hecho mal? ¿Acaso no le demuestro cada día lo mucho que le quiero y lo mucho que me importa? ¿Será que no me desvivo suficiente por mis hijos, que no les doy todo lo que necesitan?

Que estudie me parece algo muy importante. Es cierto que tener una carrera no te asegura un trabajo en el futuro, pero desde luego, ayudará y bastante. Él ve hasta dónde he llegado yo, lo que disfruto con mi trabajo, gracias a haber estudiado. Y también ve el extremo contrario, personas cercanas que no estudiaron en su día y que ahora se arrepienten porque no tienen trabajo o el que tienen no les satisface. Adultos que después de los 30 decidieron volver a estudiar para tener algo a lo que agarrarse. No quiero eso para él, no quiero que termine la ESO y se quede tirado en el sofá. Y quiero, necesito, que me respete. Que me valore como lo que soy, su madre, la que lo da todo por ellos.

Es cierto que no todo son cosas malas. De vez en cuando, ese niño gracioso y cariñoso sigue estando ahí, ese que me abraza sin motivo aparente, ese que me hace reír a carcajadas, ese que se preocupa por el resto. En esos momentos, cuando mi Lucas aparece, pienso que tan mal no lo debo estar haciendo ¿no? En los otros momentos, cuando mi hijo a mutado a un ser irreconocible, pienso que sí lo debo estar haciendo mal.

¡Qué horrible es este sentimiento de culpabilidad!