Lo que veis en este vídeo pasó hace unos pocos días, son las imágenes de una carga policial, tan comunes en estas fechas. Ocurrió en un momento en el que confluyeron en Madrid dos eventos bien distintos: democracia y cultura. La democracia la vimos en los cascos, los gritos y los puños en alto que trajeron a Madrid los mineros de la #MarchaNegra. La respuesta del Gobierno (da igual el color de quien esté al mando) siempre es la misma: reprimir y sofocar cualquier intento del pueblo (que le ha elegido soberano) por expresar su opinión a base de golpes, violencia y opresión. Lo más opuesto a la democracia que existe, vamos. La cultura, tenía forma de festival independiente, de arte urbano, de deporte callejero, de música alternativa y en definitiva de encuentro, socialización y expresión de ideas y proyectos. Hablo de un reconocido evento sobre graffiti, skate, danza, música… que tuvo lugar el pasado fin de semana.
Pero aunque cargas policiales y protestas callejeras haya habido desde hace meses (años ya?), me fijo especialmente en esta, espero que vosotros también lo hagáis. Dio la casualidad, quiso el destino tal vez, que los últimos coletazos de la huelga minera y sus manifestaciones coincidieran en el tiempo con el inicio de dicho festival, que tuvo la “osadía” de concentrar a un montón de gente en una céntrica plaza madrileña para hacer algo totalmente antidemocrático, es decir, quedar para ver una película.
Y aquí es donde la historia se enrarece, se vuelve pestilente y sobrecogedora. Qué clase de dementes dirigen este país y qué clase de ineptos controlan a los “perros” de las fuerzas del orden y seguridad del estado, para que una simple espera en la puerta de un cine se convierta en una salva de porrazos y disparos a bocajarro. ¿Qué ocurre en este país, para que individuos como los que veis en la fotografía (y que os invito a seguir de cerca durante el vídeo), tengan la desfachatez, indecencia y la fétida determinación, de pegar a un niño armado con un monopatín?
No es que otras imágenes de actuaciones policiales sean menos deleznables, ni que esta historia no tenga una explicación (ya habéis leído todos la noticia seguramente: la carga policial que venía desde Sol, entró en Callao y se encontró con una muchedumbre que “escondió” en su masificación a los antisistema que perseguían varias calles atrás.) La explicación está dada, otra cosa es que el ciudadano medio la pueda entender.
O sea, que como vienen persiguiendo a unos cuantos energúmenos que acaban de quemar algún contenedor o tirar alguna piedra, estos señores “policías” no tienen una idea más brillante que continuar cargando contra todo bicho viviente que allí estuviese, a la sazón: adolescentes, madres con sus hijos, familias que pasean, periodistas que cubrían un acto público y cultural, invitados a la premiere y claro está, miembros de la organización del propio festival allí congregados. Un éxito, un “trabajo bien hecho” se dirían algunos esa noche.
Si en tiempos medievales, un señor feudal con un mínimo de arrestos de nobleza (no de cargo, sino de carácter), viese a uno de sus soldados propasarse indebidamente con un niño de la villa, lo más probable es que le hiciera ajusticiar allí mismo. Si el delito del niño encima fuese pedir pan para comer, tal vez, el santo Barón hasta pidiese la cabeza de la soldadesca embrutecida. Pero eso sólo ocurría entonces, en los libros de caballerías y en las películas sobre William Wallace.
En el mundo real, en el siglo XXI, una concentración de gente es un objetivo a golpear y da igual si son manifestantes, señoras que esperan en la cola del pan o invitados a un estreno de cine. Nuestros “soldados”, los que protegen la villa e impiden que el orden se rompa, no están aquí para el servicio del ciudadano, sino para acatar las órdenes de su señor soberano. Y a éstos les da igual si es un personaje ilustre y cabal o un infame sin criterio ni moral. Él manda, ellos golpean.
La actuación policial en esta situación (aislemos todo lo que ha ocurrido estas semanas, olvidemos estos meses de indignación), analizando únicamente esta acción, no sólo es cuestionable sino que merecería un castigo. Un acto divino de potencia reparadora y justa. Estas dos fieras vestidas de azul, merecerían un escarmiento directo y espontáneo, público y cruel. Acción-Reacción en un equiparable acto de justicia poética. No sólo ellos. Muchos otros merecerían que un señor feudal, un ajuste de cuentas celestial o una turba enfervorecida les pagara con la misma moneda. Que les devolvieran una a una, las treinta monedas de plata con las que han vendido al ciudadano que juraron proteger. Pero en forma de leches. Bien dadas, eh. No de la pasteurizada, sino de las que van directas a las fauces. Zas, en toda la boca.
Otro gallo nos cantaría.
Pensarlo antes de que sea vuestro hijo, amigo, padre o hermano al que le peguen un pelotazo de goma en la cara. Al próximo al que disparen por defender sus derechos, o ejercerlos, que estar en la puerta de un cine, todavía, no es delito ni anticonstitucional. Pensarlo antes de que sea el profesor de vuestro hijo, el médico de vuestra madre enferma o el funcionario del que dependa vuestra pensión, el que esté en el punto de mira. Pensarlo antes de que empiecen los registros, los censos, las colas de razonamiento. Es esta la dictadura que yo quería para mi voto? Es esta la soberanía que le hace falta a mi democracia? Son estos los palos que se merecen nuestros hijos?
Un momento, no se asusten. ¿Estamos pidiendo que el pueblo se revuelva y coja las armas? ¿Queremos fomentar entre nuestro público el ojo por ojo, diente por diente? No, aunque bien se lo mereciesen. Sean más sutiles. ¿Tiene usted cerca a un político o un antidisturbios? No le ceda el asiento en el autobús, no le haga descuento cuando visite su tienda, no regale sus oídos con halagos que no merece, dejen de esperarles al entrar en el ascensor sujetando la puerta. Que sufran con su indiferencia y su rechazo. A Gandhi le fue bien, expulsó a un imperio con la resistencia pasiva. Aún no es tiempo de tomar la Bastilla. Pero ya veremos…