Se acerca el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Desafortunadamente, una problemática que estamos lejos de erradicar y que hunde sus raíces en las profundas desigualdades que siguen sufriendo las mujeres respecto a los hombres.
Pero tengo la sensación de que esta movilización se está convirtiendo en una mala noticia. Como bien sabemos los que nos dedicamos a la intervención social, a veces la solución se convierte en problema.
En mi medio, una pequeña comunidad rural constituida por una comarca en torno a los 15.000 habitantes llevo contabilizadas más de una docena de actividades, todas del mismo corte: una charla por alguien más o menos “especializado”, al que invita una entidad para hablar a la comunidad sobre la violencia contra la mujer.
Entidades públicas, asociaciones privadas, incluso grupos informales, organizan dichas actividades de manera individualizada y sin ninguna coordinación entre las mismas. La población queda bombardeada por múltiples convocatorias presenciales y, ahora que han proliferado tanto, también on-line, con logos y temáticas tan similares que ya es difícil averiguar quien organiza cada una de ellas y qué es lo que se va a hablar.
Soy de los que creo que la mera agregación de actuaciones no produce ninguna sinergia útil. Más bien al contrario. Se produce un ruido en el que al final los mensajes se diluyen, las contradicciones no se resuelven y la confusión y saturación hace que la motivación disminuya.
Como hablaba en alguna otra entrada, las formas son más importantes que el fondo y tengo la sensación de que para todas estas entidades es más importante el parecer que se hace algo que solucionar el problema de verdad. A veces parece una competición (y perdón por el exabrupto machista) "a ver quien la tiene más larga".
Gastar la subvención a la que se ha accedido, (concedida sin mucho criterio, esa es otra…) y mantener una presencia pública (colgarse la medalla de toda la vida, vaya) parecen ser las motivaciones más importantes para todas estas iniciativas. Mucho más importantes que realizar una reflexión sosegada y planificar coordinadamente las actuaciones pensando en la mejor manera de sensibilizar y abordar el problema.
Estoy convencido también de que el Sistema de Servicios Sociales tendría que liderar y abordar esta coordinación, ordenar estas iniciativas, incluso supervisar los contenidos, al menos cuando están sostenidas con fondos públicos.
Pero, como en otras muchas cosas, tenemos el viento demasiado en contra.
Y eso es algo que me parece que está contribuyendo a un peor abordaje del problema de la violencia contra la mujer. Un problema que creo que habría que tomarse más en serio. Y eso no significa hacer más cosas. Significa hacerlas mejor.