La vida mata. Es así. Según vives, te vas muriendo. Cada segundo es un segundo más y, a la vez, un segundo menos.
En la mayoría de las ocasiones, la vida mata en silencio. Mano de hierro en guante de seda. Arañando poco a poco, suave, hasta que te desangras por las heridas. Discreta, pero rotunda. Sin embargo, hay veces que la vida te pasa por encima como una apisonadora, y ya no hay guante, ni seda, ni uñas, y todas las heridas son una sola, y es tan grande, y tan "incompatible con la vida" misma, que no tienes más remedio que morirte.
A Tomizawa le pasó la vida por encima, le aplastó sin piedad, y no le dejó ni regalarle una última sonrisa. Aunque, por lo que he leído, puede que incluso en ese momento, en ese instante último, Shoya sonriese, porque, por lo visto, siempre andaba risueño, siempre gastando bromas, pero, al tiempo, siempre educado. Buena gente, vaya.
Shoya Tomizawa se cayó de la moto. Hasta ahí, todo normal: caerse es lo menos que te puede pasar cuando eres piloto de carreras. La cosa comenzó a ponerse fea cuando a sus compañeros no les dio tiempo a reaccionar y le pasaron por encima. Resultado: traumatismo craneal, en la zona torácica y en la abdominal, con un hematoma que le oprimía el corazón. Diagnóstico: D.E.P.
Dicen que la culpa la tiene el césped artificial, que pudo hacer resbalar al joven piloto, de sólo 19 años. Lo demás, que dos motos de 135 kilos le pasasen por encima a una velocidad de 240 kilómetros por hora, no había manera de pararlo. Es como caerse delante de una manada de bisontes. Sin cuernos, sí, pero sustitúyelos por caballos y suma a cada cual cuatro lindas patitas. A ver quién es el listo que sale ileso.
Ahora se empeñarán en quitar el césped artificial -que digo yo, desde la más completa ignorancia, que para qué hace falta poner césped en un circuito de carreras-, en proteger a los pilotos con armaduras de fibra de carbono última generación y en exigir a los fabricantes de motos en fabricar modelos inocuos, certificados para hacer sólo un rasguño si te atropellan a 300 por hora.
Y sí, la seguridad está muy bien, claro -entre otras cosas, porque de algo tienen que vivir los inventores del negocio-, pero cuando la vida se empeña en pasarte por encima, no hay precauciones que valgan. Ni sonrisas que le hagan desistir.