Cuando las mujeres nos movemos

Publicado el 03 mayo 2010 por Daniela @lasdiosas
En las últimas semanas ha habido una fuerte polémica sobre el uso de prendas de ropa ligadas a las diferentes religiones.
Qué frágil y selectiva es la memoria!!!
No voy a entrar en dicha polémica puesto que ya se ha debatido bastante sobre el tema y la opinión sigue siendo libre. Sólo voy a dejar en el aire una pregunta ¿debería prohibirse también el uso de las sotanas sacerdotales en la calle cómo símbolo religioso? O, ¿Acaso es que de nuevo los señores de faldas largas y negras van a gozar de este tipo de prebendas religiosas frente a otras confesiones?.
Insisto sólo quiero dejar estas cuestiones en el aire y no entrar en el fondo de la polémica, porque lo que sí quiero es reflexionar sobre el hecho de que cuando determinados temas combinan temas religiosos con derechos de las mujeres se acaban convirtiendo en polémicos.
Y digo esto porque cuando las mujeres decimos “basta” en cualquier ámbito, sea de índole religiosa, laboral, cuando sufrimos malos tratos, o se nos imponen normas que penalizan nuestro derecho al uso y disfrute de nuestro propio cuerpo y a nuestro derecho a ser o no madres, siempre parece que la parte más reaccionaria de nuestras sociedades necesite volverse más conservadora aún si cabe.
Los avances de los derechos de las mujeres en aras de la igualdad legal y real son muy recientes, pero ahora podríamos decir con la cabeza muy alta que son imparables, puesto que las mujeres luchadoras que nos han precedido y las que hemos decidido tomar el relevo que aquellas pioneras e incluso las que no son del todo conscientes de sus propios logros, hemos puesto en marcha la mayor revolución de la historia de la humanidad: la de la Igualdad entre todas las personas.
Esta revolución es, al mismo tiempo silenciosa y, sobre todo muy contagiosa, Y digo contagiosa porque a medida que vamos detectando desigualdades, vamos siendo conscientes de la necesidad de eliminarlas. Y esas desigualdades siguen apareciendo en todos los ámbitos de la vida.
Las mujeres que tenemos un empleo, sea el que sea, sabemos lo que significan las desigualdades encubiertas o indirectas. Y a través de las organizaciones sindicales las denunciamos e intentamos corregirlas con diferentes grados de éxito, pero el hecho de denunciarlas en sí mismo ya es importante.
Las que hemos decidido no ser madres cuando se suponía que había que serlo, hemos impuesto con sudor y muchas lágrimas nuestra decisión pese a ser cuestionada y no haber contado con el apoyo necesario en demasiados casos para ello.
Las que hemos sido violentadas en algún momento de nuestras vidas y hemos decidido luchar para que no vuelva a ocurrir, pese a la oposición de algunas instituciones en demasiados momentos, hemos conseguido llevar a ala agenda política el problema y que sea considerado un problema social y político en lugar de dejarlo como un problema personal.
Pero siempre hemos tenido frente a nosotras al mismo enemigo y siempre con la misma forma: los señores de faldas largas y negras que desde púlpitos y confesionarios se han encargado de defender posiciones misóginas, reaccionarias y que pretendían mantenernos a las mujeres en situaciones de subordinación a los hombres.
Ellos que como estamos viendo todos los días abusan de menores, que violentan mujeres monjas sobre todo en África, sin embargo mantienen su silencio cómplice ante los asesinatos machistas pero pretenden imponernos su moral en nuestras relaciones privadas.
Ellos que no admiten mujeres en su organización a menos que sea en situaciones de sumisión y de obediencia y entrega total a una causa que las ningunea y las silencia, sin embargo pretenden frenar nuestra revolución silenciosa pero firme con su discurso excluyente y misógino.
Cuando las mujeres nos movemos por nuestros derechos y por los derechos de nuestras hijas e hijos, hermanas, amigas, conocidas o desconocidas pero compañeras en la desigualdad, no hay quien nos pare. Y la historia nos dará la razón.
Por Teresa Mollá Castells
tmolla@teremolla.net
La Ciudad de las Diosas