El partido no obstante estuvo marcado por las rencillas personales de unos y otros. La primera archisabida. Munua y Aouate, dos excompañeros que abandonaron su antiguo club por que no se podían ni ver. De trasfondo, una pelea entre ambos que acabó como el rosario de la aurora. Una historia que llegó incluso a los tribunales. Ayer, cuando llegó el momento del saludo entre los contendientes, previo al partido, ambos rehusaron darse la mano. La actitud de ambos, muy distinta. El Uruguayo desafiante, cabeza en alto y a la espera del movimiento de su rival. Aouate simplemente agachó la cabeza y paso de largo, ante el delirio de la grada por su desplante preconcebido. Cuando parecía que ahí se acabaría la cosa, el Malaga, que gana el sorteo, decide campo. Ambos porteros se vuelven a cruzar, apenas les separan dos metros, Munua a paso lento y Aouate corriendo al trote, mientras se da impulso y se cuelga del larguero de la portería. La tensión tremenda. No tengo dudas de cual de los dos es mejor persona. Tampoco la tengo de que este duelo de moral y autoestima lo ganó Munua, que se marcó un partidazo de escándalo, parandolo absolutamente todo, incluido un penalty, mientras escuchaba de fondo gritos de "Munua muérete".
Al parecer el pique no es de ahora. Keita es un jugador que juega poco, pero cuando lo hace, suele marcar. En muchas ocasiones se beneficia del trabajo realizado por Aduritz durante todo el partido, desgastando a los centrales con sus desmarques y caidas a banda. Ayer, el chaval explotó. Keita quería de nuevo la gloria, buscaba ser una vez más el salvador. Aduritz se equivocó en las formas y el lugar. Keita erró buscando la gloria personal, en lugar del bien colectivo. Ambos deshonraron una camiseta y un escudo. Al final, el perjudicado, el equipo y la afición. El primero, por dejar escapar quizá una ocasión irrepetible de estar en la liga de campeones el año próximo. La afición, por ser testigo de un echo que causa vergüenza ajena y que a buen seguro será pasto de lo que el ojo no ve, punto pelota y demás programas deportivos.
El fútbol debe servir como elemento enriquecedor, una actividad deportiva cuya misión sea unir y educar.
Ayer más de un padre se arrepintió de llevar a sus hijos al fútbol.