Unos 20 hombres marcharon por Kabul vestidos con burkas con motivo del Día Internacional de la Mujer / Foto: Rasak Azmailzada
La noticia ha llenado titulares a nivel mundial. Unos 20 hombres marcharon ayer por las calles de Kabul vestidos con burkas con motivo del Día Internacional de la Mujer. Su objetivo, concienciar a la sociedad sobre cómo se sienten las mujeres al ser obligadas a vestir esa prenda, que oculta por completo el cuerpo y la cara, además de reclamar la igualdad. El acto, aunque prácticamente no fue nada respaldado por los transeúntes afganos, tiene un gran significado por lo poco que tiene de común. En un país como Afganistán, aún sumido en el miedo a los talibanes, un grupo de hombres decidieron ponerse en la piel de las afganas quienes son, con grandísima probabilidad, las mujeres más oprimidas del mundo.
Aunque cualquier momento es bueno para apoyarlas, éste es especialmente oportuno si tenemos en cuenta que desde que las tropas internacionales comenzaron a retirarse de Afganistán las mujeres han retrocedido varios pasos en la reciente consecución de sus derechos. En los últimos años se había conseguido introducir la igualdad en la Constitución afgana, así como promulgar la primera ley contra la violencia machista, pero a pesar de ello las afganas continúan siendo víctimas de malos tratos y mutilación genital, violación de menores y secuestro doméstico por sus propios maridos. Aquellas que sacan pecho y se atreven a defender los Derechos Humanos -activistas, sanitarias, periodistas, profesoras o políticas- han visto aumentar exponencialmente las amenazas de muerte que frecuentemente recibían.
Es importante destacar el papel fundamental que representan las mujeres en Afganistán, desde contribuir a la alfabetización de la población hasta practicar abortos clandestinos a menores violadas por sus familiares, pasando por concienciar a la sociedad sobre los matrimonios forzosos y auxiliar a las víctimas de la violencia de género. No obstante, como hemos visto, estas mujeres poseen necesariamente algún rango profesional. De lo contrario, serían automática y duramente reprimidas, seguramente por sus propias familias, siendo esta última la triste realidad de la mayor parte de las afganas.
No hay que olvidar que la marcha de los organismos internacionales de Afganistán coincide con un momento de auge del fanatismo religioso en Oriente Medio, dominado por la irrupción de Estado Islámico, al que hay que sumar la amenaza aún latente de los talibanes en Afganistán, el todavía dominio de la zona por Al Qaeda y la preocupante inestabilidad política que vive el país. Y, como sabemos, las mujeres son las primeras víctimas del fanatismo religioso por el simple hecho de haber nacido mujeres.
En Afganistán el miedo provoca silencio, por lo que es necesario que alguien lo rompa. Esta vez ha descolocado mucho que sean los hombres quienes salgan abiertamente en defensa de las mujeres poniéndose en su piel, viendo el mundo a través de un burka. Dicen haberse sentido “como en una prisión” y creo que no pueden estar más en lo cierto. La igualdad es un derecho innegociable, innegable, sea en el país que sea, y qué mejor forma de reclamarlo que como lo ha hecho este grupo de hombres miembros de la organización Voluntarios de Paz Afganos. En todo infierno arden diversas llamas, incluso las de la esperanza.