Cuando los monstruos son las estrellas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Era una de esas lecturas apartadas una y otra vez. La piel fría de Albert Sánchez Piñol llevaba desde 2002 esperando a que me decidiera a conquistarla. Con el estreno de su versión

cinematográfica, dirigida por Xavier Gens, me lancé por fin a bucear entre sus páginas. Y eso es lo único bueno de la película. Porque casi parece imposible que con una historia de base tan apasionante se consiga llevar a cabo un largometraje aburrido y cargante. Primero, el narrador cinematográfico utiliza un lenguaje victoriano que el libro desecha y da protagonismo al joven oficial atmosférico que llega a una isla de los mares del Sur, y que es el narrador en la novela, interpretado por David Oakes, en detrimento de la lograda criatura Aneris, tras la que se esconde Aura Garrido y que resulta mucho más interesante que ver continuos primeros planos del joven actor inglés.

Como la película no merece el precio actual de las entradas de cine, me centraré en la novela, una narración de aventuras y fantasía que plantea dilemas antropológicos como qué consideramos civilización, por qué abrazamos la guerra sin conocer siquiera su origen, el instinto de supervivencia, los prejuicios, la incomunicación (a veces aún compartiendo un mismo lenguaje) o la difícil tarea de anclarse a un propósito para seguir con vida. Ninguno de estos temas los encontrarán en la versión cinematográfica, cargada de fuegos de artificio que, además, restan el papel que se merecen las criaturas, bien logradas en la pantalla y, por tanto, aún más desperdiciadas.