Revista Opinión

Cuando los partidos políticos nos sojuzgan, humillan y avergüenzan

Publicado el 15 marzo 2019 por Franky
El brutal y desquiciado asesinato en Godella de los niños Amiel e Ichel, un bebé de cinco meses y su hermano de tres años y medio, por sus padres, él belga y ella española, ha vuelto a conmover el corazón de España, pero el impacto de esos crímenes, por desgracia cada día más frecuentes, impresiona cada vez menos a un sociedad que se acostumbra también a la brutalidad, la inseguridad y las barbaridades más horrendas. Las estadísticas oficiales dicen que hay ya 30 niños asesinados por sus padres desde 2013, pero VOX afirmó que esas cifras están trucadas y que el número de niños asesinados por sus padres cada año puede alcanzar los 60. La manera más lúcida y veraz de interpretar estos asesinatos es culpando a los partidos políticos españoles, que son los que han forjado el tipo de sociedad que vivimos, sin valores, desigual, sin respeto, con leyes de la jungla avanzando, con demasiadas personas que viven en la pobreza más indigna, ignorados por un poder político que se preocupa sobre todo por mantenerse en el poder y por conservar sus privilegios, haciendo muy poco por España y por sus ciudadanos. --- Cuando los partidos políticos nos sojuzgan, humillan y avergüenzan El mal está en los criminales, pero el núcleo del mal, en España, está en los partidos políticos, que son el origen de casi la totalidad de los problemas, carencias, errores y abusos que nos afectan. La historia demuestra que los partidos gobernantes han creado una España injusta, desigual, sin valores, sin peso político y moral en el mundo, a punto de romperse y llena de ciudadanos que en lugar de respetar y seguir a sus líderes políticos desconfían de ellos y hasta aprenden a odiarlos.

Si España pudiera contar un día con partidos políticos sanos, decentes e insertados en la sociedad según las normas de la democracia, nuestro país sería mucho mejor y, por supuesto,más justo, eficiente y próspero.

El asesinato brutal de Laura Luelmo, en diciembre de 2018, obra de una bestia asesina llamada Bernardo Montoya, de raza gitana, también aterrorizó a la sociedad española y demostró el papel nauseabundo e ineficaz que los partidos políticos desempeñan en la vida de los españoles. Se han peleado entre ellos, han intentado aprovechar la emoción del asesinato para ganar votos y han acusado a otros partidos de ser los culpables, pero ninguno ha realizado un análisis honrado ni ha propuesto soluciones reales a la indefensión de los ciudadanos ante los criminales que abandonan las cárceles sin arrepentirse y conservando íntegro su instinto asesino, que delinquen de nuevo por culpa de los partidos que nos mal gobiernan.

Hay miles de ejemplos que demuestran que los partidos políticos son maquinarias insensibles e incapaces de otra cosa que de llenar sus vidas de privilegios y poder. La permanencia del Impuesto de Sucesiones, el más odiado e impopular de los tributos en España, es una prueba de la insensibilidad y la política anticiudadana y antidemocrática de los partidos, como también lo son la permanencia de la corrupción, la financiación generosa de los partidos con dinero público y otras muchas realidades que el pueblo quiere eliminar y los partidos, contra la voluntad popular, mantienen sólo porque les da la gana.

Una de esas demandas casi universales desatendidas por los políticos es la prisión permanente revisable. Si la mayoría social demanda ese castigo para los peores criminales ¿Quién es la minoría política para impedirlo?

El sistema político es un subsistema que pertenece a uno mayor y más amplio llamado sistema social, al que debe estar subordinado y no al contrario, como sucede en España gracias a la democracia de partidos, donde éstos, en lugar de ser el vínculo entre sociedad y Estado o la correa de transmisión de nuestras demandas, son grupos de poder insensibles que rechazan demandas sociales e imponen políticas partidistas que solo sirven a sus intereses.

Lo mismo ocurre con otras muchas demandas ciudadanas mayoritarias, aplastadas por la fuerza desde unos partidos políticos que imponen su voluntad al pueblo con la misma crueldad antidemocrática que practicaban Stalin, Mao, Hitler, Fidel Castro y el coronel Hugo Chaves.

Se creen con derecho a mentir, a incumplir promesas electorales y a aliarse con partidos en teoría incompatibles, sin consultar a su pueblo. Con la misma arrogancia de tiranos construyen cinturones sanitarios para aislar y asfixiar a partidos políticos nuevos que amenazan su monopolio del poder, como están haciendo con VOX, sin tener en cuenta que parte del pueblo quiere y vota al partido vetado. Es puro abuso de poder y brutalidad antidemocrática.

Reivindicaciones populares como el fin de la financiación pública de los partidos, que las pensiones queden garantizadas, debilitar el poder de las autonomías, que los corruptos no salgan de la cárcel hasta que no devuelvan el botín o que la inmigración sea controlada y filtrada, los partidos de la pasan por el arco del triunfo, lo que significa en realidad escupir sobre la democracia.

Esa actitud tiránica de los partidos, unida a su ineficacia a la hora de mejorar la sociedad y solucionar problemas es la que está provocando la ira de los ciudadanos y el deseo de vengarse en las urnas de una clase política a la que cada día se considera más como enemiga del pueblo y de la nación.

Una política así organizada no tiene derecho alguno a llamarse democracia. Ni siquiera merece ser considerada una democracia de partidos, sino más bien una mafia de partidos y rufianes.

Los abusos y las brutalidades amparadas por los partidos políticos, en contra de la voluntad popular mayoritaria siguen gozando de buena salud en este sistema podrido español: Que haya más ayudas para extranjeros que para españoles, que cobren impuestos abusivos, que antepongan sus intereses al bien común, que el castigo para los corruptos sea leve, que los desleales a España sean premiados por el gobierno, como ha hecho Pedro Sánchez con sus "socios" golpistas catalanes, que las violaciones a la Constitución y a las leyes sean impunes para los políticos y un largo etcétera demuestran que nuestros políticos son adictos al despotismo y que los partidos políticos han dejado de ser instrumentos de libertad, participación y progreso, convirtiéndose en focos de corrupción, abuso y deterioro de la justicia y la convivencia.

Francisco Rubiales


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