Gabriel Jaraba recoge, en su blog, la queja de un lector que compra diariamente El País desde su aparición: “Con ERE o sin ERE –se lamenta–, el diario está cada día más flojo. No levantan ni una sola noticia original; el tratamiento de muchas informaciones es cada vez más superficial; las firmas de peso en las páginas de opinión, Cuarta Página incluída, han sido sustituidas por sermoneadores de diverso pelaje académico o parainstitucional; los estupendos redactores y especialistas con los que cuenta la redacción no ofrecen lo que los lectores sabemos que pueden dar”. Y se plantea seriamente dejar de comprarlo. “No sólo porque, desde hace un mes, El País se cree en la obligación de sermonearnos a los catalanes sobre lo que debemos hacer con el futuro de nuestra nación, sino porque lo que fue un periódico de referencia es ahora un papel corrientita”.El problema de las cúpulas directivas de los diarios españoles es, según Jaraba, que “desconfían de sus propios profesionales, se sienten incomodados por los periodistas que trabajan con ellos y sueñan con operarios dóciles que se limiten a editar materiales de agencia y servicios especiales encargados por la dirección para apoyar determinadas líneas informativoeditoriales. Ni los empresarios de prensa ni los directores de diarios creen en el negocio de la información ni en la capacidad de negocio de sus propios productos, y se limitan a apoyar políticas internas o externas a la empresa relacionadas con las inversiones bursátiles o el apoyo a uno u otro interés financiero. Los movimientos y declaraciones del consejero delegado de Prisa no hacen más que confirmar esta impresión generalizada. Asistimos una vez más al espectáculo de la desconfianza y el desprecio. Es desolador. Las acusaciones de utilizar El País y sus prolongados beneficios económicos para estrategias financieras ulteriores menudean y cobran verosimilitud. Pero la actual deriva de El País no es nada nuevo bajo este sol. Los periódicos son fastidiados desde dentro, desde el corazón de sus empresas. Porque a los empresarios y a los directores estrella no les gustan los periodistas ni creen en el periodismo, no ya como profesión o compromiso social sino ni siquiera como negocio”.
Maruja Torres, peridista del mismo periódico, critica duramente a Cebrián en el acto de inauguración del curso académico de la Facultad de Comunicación de la UAB el pasado martes, 9 de octubre. Le tilda de “cateto” y “pijo rencoroso sin conciencia”, por su responsabilidad en el ERE. Y lamenta la deriva mediocre de las redacciones, “un entorno de peloterismo salvaje”, y del periodismo, que busca gente “dócil y absorbida por el sistema”.“Soy Maruja Torres, tengo 69 años y 48 de profesión, y mucha mala leche –se presentaba el martes, 9 de octubre, ante cientos de estudiantes de periodismo–. Pero hoy es un día triste para las libertades en este país. Hoy, 138 periodistas bien formados y que saben de lo que hablan, con capacidad crítica para oponerse al sistema, serán despedidos y sustituidos por gente dócil, absorbida por el sistema desde el inicio y dispuesta a hacer de todo por 800 euros”.
Maruja se pregunta por el editor, Juan Luis Cebrián, por su sueldo astronómico, con el que se podrían pagar 400 redactores, según convenio vigente, y por su parte de responsabilidad en la decadencia y caída del mejor diario de la democracia española. “La historia de El País –dice ella, sin pelos en la lengua– es la de Saturno devorando a sus hijos. Cebrián nunca asumió no ser el hijo carnal de Polanco. Dijo que estaba salvando el periodismo, que había un cambio de paradigma. Mentira. Perdió 5.000 millones de euros jugando al capitalismo de casino, comprando radios en Miami y teles latinoamericanas que no valían nada. Quería ser un tiburón de Wall Street pero era una sardinita que todo lo hizo mal. Se pulió las ganancias del trabajo de todos nosotros en la aventura del mejor diario de la democracia española. Cebrián es un quiero y no puedo, un cateto”.