Don’t Starve posee un ciclo de día y noche muy parecido al de Minecraft; de hecho, buena parte de la idea de la supervivencia surge del juego donde no existen círculos y todo son píxeles. Y si se trata de la expansión Reign of Giants, estos ciclos varían según la estación del año. En invierno las noches y los atardeceres son muy largos, y el sol apenas sale unos segundos. En verano, las noches casi no existen, y el calor te abruma durante todo el día. La piedad no existe en este mundo. Existen dos estaciones más: la primavera, con fuertes lluvias que inducen a la locura, y el otoño, donde las sequías pueden ser un problema a la hora de obtener recursos.
Esta vez el nombre de la expansión no es un señuelo. Al ya abominable deerclop se suman otros tres monstruos, especies de jefes de nivel de cada estación. Cada uno es difícil en extremo de asesinar, pero sus muertes traen un premio, un objeto único con el cual crear o un chaleco de hibernación, o una armadura a prueba de fuego, o una sombrilla especial. Y ahí entramos en la fórmula de éxito de Don’t Starve: las posibilidades.
El jugador tiene a su disposición disímiles recursos para crear utensilios, armas, ropas, entre otros, que le faciliten la vida. Claro, si deseas tener un buen abrigo para el invierno, debes cazar un animal en específico y nada fácil de matar. Ese sistema de puntuación, por llamarlo de alguna manera, es lo que convierte a Don’t Starve en un universo de infinitas posibilidades. Al morir una y otra vez sabes qué te faltó crear. Esa necesidad de jugar una vez más, una vez más, una vez más y crear nuevas cosas, ya sea a través de una máquina de alquimia o de un artefacto de magia negra, ha sido el éxito del videojuego.
El concepto de la permadeath (muerte permanente) aquí golpea bien fuerte. Siempre debes comenzar desde cero, y los primeros días pueden ser muy aburridos al tener que recolectar otra vez los recursos básicos. Ese quizás sea el único defecto, una apuesta bien arriesgada de sus creadores (Klei) pero que a su vez deja una sensación de respeto. Muerte es muerte. Esfuérzate más la próxima vez. Y para ser sinceros, no hay nada más sencillo que morir en Don’t Starve. Como mismo cada animal o monstruo de este universo te provee de un elemento determinado, también hay otros que están solo para castigarte. Si cortas muchos árboles, un guardián de los bosques tomará vida y te atacará. Si asesinas demasiados animales, un demonio aparecerá e intentará robarte todo lo que no hayas almacenado. Y en las noches de luna llena los hombres cerdos se transforman, los fantasmas salen de sus tumbas y, por suerte, no es necesaria ninguna fogata para protegerse de Charlie.
El peligro aumenta cada día. Cachorros infernales te atacan cada cierto período de tiempo, los nidos de arañas crecen hasta convertirse en monstruosas reinas, y las diferentes estaciones se abalanzan sobre ti. Morir de hambres llega a ser la menor de las preocupaciones.
Ahora, para agregarle espectacularidad, el juego permite descender a un nivel inferior, una espelunca donde encuentras otro mundo diferente por completo, lleno de monstruos y nuevos recursos. Dos por el precio de uno. Y como a los creadores esto no les pareció suficiente, se puede descender un nivel más, unas especies de ruinas donde la dificultad para sobrevivir y no ser asesinados por las pesadillas, verdaderas marionetistas del juego, es casi imposible. Además, tiene un hermoso laberinto con un minotauro en el centro. Y otra máquina para crear maravillosos utensilios de las profundidades, pero solo crearlos, nada de prototipos.
El villano del juego es Maxwell, quien raptó a los protagonistas y los trajo a este mundo. A través de un portal ubicado en una posición aleatoria en todos los mapas, puedes retarlo y entrar a cinco mundos aún más complicados y difíciles, donde debes encontrar una serie de objetos cargados con una energía desconocida que te permiten avanzar hasta llegar al trono del villano. Spoiler alert: el final no es nada feliz, pero liberas a Maxwell y lo conviertes en un jugador más.
Por desgracia, hay un punto donde te saturas. Como no existe un final, el juego nunca termina. Es solo sobrevivir. Y en determinado momento nos sentimos extenuados. Pero no pasa nada. Después de unos meses volvemos a jugar Don’t Starve con nuevos bríos.