Cuando nuestros ruidos no nos dejan escuchar.

Por M.a. Brito @mabrito67
Hace cinco años que ocurrió. Fue a la entrada de una de las estaciones del metro de Washington. En 2007 un joven músico callejero de apenas treinta y nueve años sacó de su funda un violín y comenzó a tocar. Eran pocos minutos antes de las ocho de la mañana. Empezó interpretando la chacona de la Partita número 2 en Re menor de Johan Sebastian Bach. El primero que reparó en su música fue a los tres minutos de que empezara a tocar. Fue la mirada de un ejecutivo, tan breve como fugaz, que presurosa siguió su camino no fuera a perder su metro de la mañana. Algunos niños curiosos se detenían al oír la melodía, al tiempo que eran arrancados de su entretenido momento por los brazos de sus sordas madres. Así, durante una hora.
El violinista terminó de tocar. Tomó la recaudación de esa hora y se llevó a casa los 32$ que las 27 personas caritativas dejaron en la funda de su violín. No se llevó ningún aplauso de las mil personas que pasaron alrededor de él. Dos días antes, Joshua Bell, que así se llama nuestro protagonista, acompañado por su Stradivarius de 1.713, el mismo que tocó aquella mañana en el metro de Washington, había llenado el Simphony Hall de Boston, a una media de 100$ por asiento, y se había llevado una prolongada ovación. Este experimento fue organizado por el Washington Post, y Gene Weingarten por ese reportaje, se ganó el Pulitzer en Abril de 2007. Joshua, en aquella entrevista, dijo haberse sentido triste precisamente por no haber escuchado ni un solo aplauso en toda la mañana.
¿Se han parado a pensar, cuántas cosas nos perdemos en la vida por no parar y acallar los ruidos de nuestra cabeza?
Esto fue lo que ocurrió.

Y ahora, les recomiendo que se tomen los tres minutos que dura este pequeño fragmento del Concierto para violín y orquesta en Re, opus 61 de Beethoven interpretado por Joshua Bell. Detengan por unos momentos el mundo. Solo escuchen música.