Cuando Pepe Beran estuvo en Atenas

Publicado el 14 mayo 2014 por Aranmb

Hace cincuenta y dos años hoy que mi abuelo estuvo en Atenas. En las Atenas de Grecia, claro. Él, que hizo la mili en Marina, quedaría tan fartucu de viajar por aquel entonces que el resto de su vida solo saldría de España, en contadas ocasiones y ante la insistencia de mi abuela, para comprar toallas en Portugal. Pero hoy hace cincuenta y dos años que estaba en Atenas, con 23 años de radiante juventud y ganas de comerse el mundo… claro que no se lo comería allí, en Grecia, aquel día.

Mi güelu, de todos de los que están en pie, es el más alto. Y el más rubio. Algo de eslavo había de heredar.

Hizo la mili en el Canarias, antaño temido buque de guerra al servicio de los golpistas en la guerra de España y del régimen en la del Ifni. El Canarias, en sus tiempos mozos, había hundido buques soviéticos y aterrorizado a los enemigos de la nueva España, pero en 1962 ya sólo servía como nido de chinches y piojos y para convertir en hombres, o eso decían, a los varones españoles, en aquellos tiempos en que solo eras hombre si sabías hacer una guerra.

Aquel día fue especial. Al detenerse en el puerto ateniense les dieron, por primera vez en meses de travesía, ropa y muda nuevas. En el barco estalló la alegría, especialmente entre aquellos -mi abuelo entre ellos- que ya tenían los calzoncillos (solo dos mudas que ir intercambiando) raídos de puro viejos y agujereados por el uso. Les dieron colonia y gomina para el pelo, un traje de marinerito nuevo, resplandeciente, como de primera comunión, y pensaron, entonces, que iban a comerse el mundo.

Por la crónica del VOLUNTAD sabemos que mi abuelo llegó el 10 de mayo de 1962 a Atenas, siendo recibido el barco con honores: dos destructores de la Marina Real griega le acompañaron a la bahía de Falero, en el Pireo, y una salva de 21 cañonazos saludó al ministro Abárzuza, que iba a bordo. Claro que güelito no recuerda ni una cosa ni otra: es de suponer que en esos precisos momentos estuviera demasiado arrebolado contemplando los calzoncillos nuevos. Ni salvas, ni hostias en vinagre.

Pero no lo hicieron. La alegría duró tanto como tardaron en vestirse, ducharse -¡la primera ducha desde que habían embarcado!- y ponerse guapísimos. Sus servicios eran requeridos en una misteriosa misión de la que no se les explicó ni gota (un soldado obedece y punto, sin peroratas de por medio) y que les ocuparía todo el día de pie y bajo un sol de justicia.

Solo después supieron que estaban haciendo de guardia, más decorativa que otra cosa, para la comitiva semi-real (no se puede llamar real, ya que la casa de él no era reinante y a la de ella le quedaba poco; eran, los pobres, monárquicos de segunda entre los que no siquiera mediaba el amor) de la boda de Sofía de Grecia y Juan Carlos de Borbón. Por delante de los soldaditos muertos de hambre y libertad desfilaron centenares de personas engalanadas con joyas y trajes de alta gama que nunca, ni por despiste siquiera, les dirigieron la mirada.

La exultante crónica del periódico VOLUNTAD del lunes, 15 de mayo de 1962 hace referencia al destacamento del crucero Canarias del que formaba parte mi abuelo, pero difiere sustancialmente con él en su versión de los hechos. Lo que el Voluntad define como “grandes ovaciones”, mi abuelo lo llama “cara culu. Poníen cara culu al venos.”

Al llegar de vuelta al Canarias, les hicieron devolver la muda nueva. Y el uniforme. Y, por supuesto, la gomina, no faltaba más. Y volvieron aquellos soldaditos a los calzones raídos y a los chinches y a los piojos y a un rancho infecto y no volvieron a ducharse hasta el fin del servicio militar. Para qué querían, pensarían los superiores, vestir a gusto los pobres si no era para no asquear a los ricos.

Desde que regresó a España y hasta hoy, mi abuelo no ha dejado de ponerse todos y cada uno de los días una muda limpia -y entera- y colonia. Ni de farfullar cada vez que la televisión emite alguna boda real.Así, con perres y sin dar palu al agua, dice siempre con su irrenunciable tonillo de gijonesón,también tengo glamour yo, chico…