Cuando pierdo los nervios con mis hijos y me lleva la ira

Por Maternidadsos

Los adultos estamos acostumbrados a crearnos expectativas y a vivir diariamente con ellas.

Este fin de semana haré tal cosa. Hoy cuando llegue de trabajar tengo que hacer tal otra.

¿Pero que ocurre cuando cargamos a nuestros hijos con nuestras expectativas?


Ayer leí el número de la revista de Edúkame que trata de cómo cultivar la paciencia con los hijos y no dejarnos llevar por la ira.

En este número comentan que los padres nos terminamos enfadando a menudo con nuestros hijos porque hemos depositado nuestras expectativas sobre ellos.

Por ejemplo, ayer sábado, Enrique y no nos habíamos planificado el día. Llevaríamos a los peques a casa de los abuelos a pasar el día. Entonces, nosotros iríamos a arreglar el piso que vamos a poner en alquiler, comeríamos algo los dos solos, tal vez una siesta, ver una peli y trabajar un rato en el ordenador por la tarde, antes de ir a recoger a los nenes.

Esas eran nuestras expectativas. Cuando habíamos acabado de comer nos llamó mi suegra porque Leo estaba con fiebre y no podía respirar bien.

Adiós al resto de planes, ni siesta, ni peli y trabajar un rato. Fuimos enseguida a por ellos, nos llevamos a Leo a urgencias (tenía bronquiolitis) y otra vez para casa: baños, cenas, limpiezas nasales, canciones de cuna y todos a dormir.

Ambos nos encontrábamos cansados y enfadados. Enfadados de forma inconsciente porque no se habían cumplido nuestras expectativas de cómo habíamos planeado el día. Por suerte no hubo incidentes, pero, si alguno de los peques hubiera cogido una pataleta, o hubiera roto algo o no hubiera querido cenar, nuestro enfadado unido al cansancio, habría hecho que explotáramos en un estallido de ira desmesurado.

¿Y eso como lo sabes? Lo sé, porque ya lo he vivido.

Yo pierdo los nervios con mis hijos muchas veces

Los padres perdemos los papeles en numerosas situaciones con nuestros hijos. No lo contamos porque es algo de lo que nos avergonzamos y sentimos que lo hemos hecho mal, pero no sabemos cómo conseguir que estas situaciones no se repitan más.

Tenemos estallidos desmesurados por cosas tan habituales como peleas entre hermanos, roturas de objetos varios, manchas en cualquier superficie o, la más habitual, porque nuestro hijo no nos hace caso, ya sea cuando le decimos que haga algo (recoge, vístete, lávate los dientes, come) o cuando le decimos que no haga algo (no cojas eso, no te pongas de pie en la cama, no corras, no le quites el juguete a tu hermano).

Pero no somos conscientes de que estamos proyectando nuestras expectativas en ellos:

YO Quiero que dejes de hacer eso, YO quiero que me obedezcas, YO quiero que te estés quieto, YO quiero que no te pelees con tu hermano. YO Estoy terriblemente cansado/a y no tengo fuerzas para negociar contigo esta vez, así que, si no haces lo que YO quiero, YO me voy a enfadar mucho.

Este enfado se puede expresar en gritos, frases hirientes (eres un desobediente! siempre te portas mal! tu hermano es más bueno que tú!) o incluso algún cachete del que, acto seguido, nos arrepentimos.

La crianza es dura, eso ya lo he contado otras veces. No tenemos tregua, siempre tenemos que estar por y para nuestros hijos, cubriendo sus necesidades y dejando de lado las nuestras. Al menos, durante los primeros años, necesitan toda nuestra atención y, si no la consiguen de forma habitual y positiva, la conseguirán cuando nos enfademos con ellos y, al menos así les haremos caso un rato…

Tenemos que asumir que los niños son niños. Rompen cosas, no hacen caso, gritan, corren, se suben a sitios peligrosos, cuestionan nuestra autoridad y decisiones. Pero nosotros, los adultos, tenemos que aprender a dejar de depositar sobre ellos nuestras expectativas de cómo queremos que sean las cosas.

Por no hablar de las famosas frases de :

- Ya tiene un año, ¿aún no anda?

- ¿Con dos años y medio y aún lleva pañal?

- ¿Tiene tres años? pues no se le entiende nada cuando habla…

La sociedad entera deposita expectativas sobre nuestros hijos, que los condiciona a ellos y a nosotros, pues nos hace sentir como si hubiéramos hecho algo mal y nuestro hijo no supiera andar aún por nuestra culpa.

Entender que cada niño lleva un ritmo, que cada familia hace las cosas de forma distinta y que con niños, muy pocos de tus planes se van a cumplir, es primordial para que no nos dejemos llevar por el enfado y la desesperación.

Si le has gritado a tu hijo, si has perdido los nervios, si le has dado un azote, no te sientas mal padre/madre, nos ha ocurrido a todos y a muchos nos sigue ocurriendo cada día. Pero, ¿Cómo controlar esas situaciones?

Aprende a gestionar tu ira fuera del alcance de tus hijos

Cuando sientas que has perdido los nervios (porque: ¡los pierdes tú! vale, que tu nena se ha vuelto a manchar la ropa justo antes de ir al cole, pero es normal, los niños se manchan y no lo hacen a propósito sólo para fastidiarte. Tú eres la persona adulta que ha perdido la paciencia en ese momento) intenta hacer lo siguiente:

- Primero, sé consciente de ese sentimiento de enfado y sepárate por un momento de tu hija.

Enciérrate en el baño o en tu dormitorio y pégale a los cojines o muerde las toallas. Verás que un minuto después te sientes mejor, has dejado escapar esa ira por una pequeña válvula y no la has descargado diciéndole a tu hija que es una gorrina y que siempre va hecha una pordiosera.

Vale que puede sonar a película mala de antena 3, pero pruébalo: patalea, golpea el cojin, grita como una loca por la ventana, o estruja las toallas como si fueran el cuello de tu hija (sé que si no eres padre no vas a entender esta frase y hasta te va a parecer mal. Pero si lo eres, entenderás perfectamente que a veces has deseado estrujarle el cuello a tu hijo, pese a ser lo que más quieres en este mundo).

No debemos contener la ira que sentimos en un momento determinado pero tampoco debemos descargarla sobre los que más queremos, ya sean nuestros hijos, pareja, o personas que intentan ayudarnos en un mal momento.

- Después, expresa con palabras lo que has sentido.

Si te has dejado a tu hija sóla en el comedor para ir a gritarle a los cojines de tu cama, ella no sabrá que ha pasado. Cuando vuelvas a su lado, explícaselo:

- Mamá se ha enfadado mucho porque te has manchado otra vez, así que he necesitado un ratito a solas para calmarme, pero ya estoy bien y podemos seguir con la comida. 

Ellos son pequeños, pero entienden las cosas si se las explicas. Entenderá que es normal enfadarse, que no hay que tragarselo todo, pero tampoco hay que pagarlo con el que tenemos más cerca. Estos aprendizajes marcarán la clase de adulto que será el día de mañana.

Yo, a partir de ahora, me declaro mordedora oficial de toallas.

Cada vez que esté a punto de perder los nervios, que ocurre más a menudo de lo que gustaría, voy a tomarme unos minutos para encerrarme en el baño y destrozar la toalla como si fuera un bulldog poseído por la rabia.

Otro día os cuento si me tengo que dejar una fortuna en toallas nuevas o si aguantan los envites estoicamente…

Photo credit: BrittneyBush / Foter / CC BY-NC-ND

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