Revista Cultura y Ocio

Cuando tuvo consciencia de sí mismo, de la escritora española Leticia Ceña Bretones. Arte por Suso Millán

Publicado el 19 junio 2013 por Javier Flores Letelier

Cuando tuvo consciencia de sí mismo, ya hacía un rato que llevaba viendo aquellos caminos de colores. Como pintura vertida al azar sobre el lienzo; espirales, lazos y requiebros sin fin dibujaban una bella confusión tornasol en su cabeza. El ruido ensordecedor que azotaba sus oídos se fue apagando poco a poco, dejando paso a su propia voz, lejana al principio, a gritos después.

Aún temblaba, pero al menos había vuelto en sí, se tranquilizaba. Un miedo cruel sacudió su alma al darse cuenta de que se encontraba tumbado en un suelo frío, a oscuras, y, una vez más, completamente solo. Tan sólo unos haces de luz se vislumbraban a lo lejos, débiles e inconstantes, volubles como la llama de una vela en la corriente de una ventana. Hizo lo posible por ponerse en pie, torpe y tembloroso, mientras trataba de ayudarse aferrándose a cualquier cosa que tuviera a mano: una superficie, quizás una mesa, y un trozo de tela, que bien podría haber sido una cortina o quizás una sábana a rastras.

Una vez erguido buscó a tientas una pared en la que apoyarse; cuando la hubo encontrado volvió a mirar hacia la luz, entornando los ojos. Entonces lo vio: se trataba de una puerta por cuyas rendijas penetraba la claridad del otro lado. Acostumbrada su vista a la oscuridad, que se tornó entonces penumbra, le pareció vislumbrar el marco de la puerta y varias grietas; incluso las bisagras se perfilaban con la certeza de un lápiz afilado de punta del dos.

Sólo unos pasos lo separaban de ella. Estiró los brazos y abrió sus manos, y comenzó una marcha lenta hacia la luz. Dobló la rodilla derecha y levantó la pierna. Tras la puerta lo esperaba el mundo. Adelantó la pierna y pisó firme con el pie derecho. El mundo, la luz, la vida. Cambió de pierna el peso de su cuerpo y repitió la misma operación con la izquierda. Se oía un murmullo al otro lado, quiso creer que de alguna voz femenina. Se atrevió a dar otro paso más. En el exterior encontraría otras personas con las que estar, que lo alejasen del temible e inmenso universo que es la soledad.

Otro paso más, y estaba ya tan cerca de la puerta que casi podía tocarla. Hablar con alguien, quizás alguien capaz de comprenderlo. Y allí estaba entonces, ante la puerta. La salida.

La rozó con sus manos, y acercó su cara hasta apoyar su frente en ella. Alguien había al otro lado, en silencio, y por el murmullo de fondo supo que la voz femenina provenía de una radio, o de un programa de noticias de un televisor.

Quiso buscar el pomo, pero no se atrevió. Pensó asomarse primero por entre las rendijas, pero no se creyó capaz. Se planteó el intentar escuchar lo que decía aquella voz, pero pronto desistió. Empujó su cuerpo contra la puerta, con fuerza al principio, con desolación después. Se dejó caer hasta el suelo, quedando a merced de la oscuridad, de la soledad, del frío suelo que le había dado la bienvenida al mundo hacía tan sólo unos minutos.

Cuando quiso darse cuenta ya estaba gritando de nuevo. Un nombre, un lugar, un recuerdo, un sentimiento. Todo a la vez se le venía a la mente, pero su voz era tan lenta para expresar cuanto tenía dentro… Aquellas palabras aparentemente sin sentido escondían tras de sí un mensaje encriptado que nadie comprendería. Nadie nunca podría.

Al otro lado de la puerta la figura se volvió al escuchar su voz. Se levantó, y con paso lento y fastidioso se aproximó a la puerta, por cuyas rendijas se intuía la oscuridad del interior.

Tras la puerta, en el suelo, alguna lágrima imprudente quiso recorrer sus mejillas, pero ninguna se atrevió en realidad a dar el salto hacia fuera. Y ante sus ojos perdidos, una escena tras de otra, como en un antiguo proyector de cine mudo.

Al otro lado, alguien aporreó la puerta:

- No empieces ya a montar jaleo.

 

Sobre la autora
 
Leticia Ceña Bretones es una humanista cordobesa apasionada de la literatura, las ilustraciones infantiles y las manualidades. Escribe desde siempre poesía, ensayo y narrativa, además de traducir poemas de Emily Dickinson. Compagina sus trabajos como bibliotecaria y profesora de inglés con su participación en la revista online Cavea Cultural, en la que edita, corrige, bloguea y tuitea.


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