Cuando Un Hombre Se Transforma En Un Monstruo

Publicado el 22 diciembre 2018 por Carlosgu82

Son Muchos, demasiados, los dictadores que han dejado su impronta en la historia. Si volvemos la mirada al pasado y nos fijamos en la atrocidad y la vileza con que afligieron a sus pueblos estos tiranos, no podemos sino tener esa  sensación de enojo y furia ante la necesidad de encontrar respuesta a muchas preguntas que como humanos no podemos dejar de hacernos, pues no acertamos a entender.

La mayor parte de los dictadores deben su llegada al poder a la sensación de seguridad con la que acompañan sus discursos y actuaciones. Un discurso siempre directo, firme, con mensajes cortos y demoledores, un tono de voz seco y ajustado a lo que realmente quieren expresar. Orden. Aportando a su vez una clara simbología mediante himnos, cánticos, banderas y una estética militar.

Su principio fundamental es impedir a toda costa que el pueblo sea capaz de pensar por sí mismo y formular interrogantes razonables, confrontadas a las que estos déspotas conforman. Su ideario es el  único y verdadero, y todo aquel que lo cuestione comienza a sufrir represalias. Otro fuerte en su movimiento es la propaganda de todo aquello que se realiza y que el pueblo pueda ver con agrado.

Un modelo dictatorial no se diseña de un día para otro. La censura en todos los ámbitos de la sociedad es fundamental para su recorrido, blindando esta censura con acciones militares cada vez más presentes. Todo esto, claro está, amparado bajo la bandera y el nacionalismo.

El dictador goza de gustos estrambóticos, suele ser amante del arte y de la literatura, obsesivo por el orden y la limpieza. En ocasiones, este gusto no es más que un intento forzado de querer formar parte de la élite intelectual a la que ellos nunca pudieron acceder y a la que consideran en buena parte superior.

El dictador es un ser solitario que siente desprecio por sus allegados y padece continuas sospechas de conspiraciones paranoicas a ser asesinado por alguien de su entorno.

Finalmente, aunque su autocracia haya acabado, queda en el país una herida abierta difícil de cerrar, traumática, dolorosa, física y emocional también.

Nos preguntamos cómo es posible que haya ocurrido y sentimos miedo de que la historia se vuelva a repetir. Intentemos pues evolucionar a un mundo cada vez menos ignorante, con una sociedad  autocrítica que sea gobernada por líderes que defiendan la igualdad y los derechos humanos. Porque si cada pueblo tiene los gobernantes que merece, como dijo Joseph de Maistre, ¿de qué se nos puede culpar a los ciudadanos cuando estos gobernantes se imponen ellos mismos sin razón y por la fuerza?