La cosa está realmente mal cuando uno advierte que los Ministros sensatos empiezan a hablar como los indignados y que se les entiende mucho mejor que a aquéllos que siguen hablando de magnitudes macroeconómicas y que la crisis se termina el próximo fin de semana.
Recientemente el Viceprimer Ministro y Ministro de Finanzas de Singapur, Tharman Shanmugaratnam, intervino en el foro Singapore Perspectives que organiza el Institute of Policy Studies. Tharman reconoció que uno de los principales desafíos a los que se enfrenta Singapur es la creciente desigualdad. Hablar de desigualdades sociales hace cinco años era de rojeras que no se habían enterado de que el neoliberalismo era muy bueno y de que cuando la marea sube, tira para arriba tanto a los petroleros como a las barquitas de los pescadores. Este año hasta en el Foro Económico de Davos los participantes entre sorbito de champán y mordisquito al canapé de huevas de salmón, reconocían que las crecientes desigualdades son un problema serio.
Una sociedad desigual no es una sociedad cohesionada, es una sociedad que deja a parte de sus miembros al margen. Para mantener la cohesión social, Tharman propuso tres objetivos:
+ Crear oportunidades para la movilidad social. No hay nada más deprimente que saber que tus posibilidades en la vida son próximas a cero si tu padre es basurero, mientras que el lelo de fulanito mañana estará haciendo quebrar un banco y llevándose una indemnización millonaria por la sola razón de que su padre es un gran preboste en una multinacional.
+ Impedir que se estanquen las rentas de los niveles bajos y medios de la población. Durante los años de la bonanza las rentas reales de las clases medias y bajas apenas crecieron. Hubo, no obstante, una impresión ficticia de prosperidad gracias a lo fácil que era endeudarse. La gente vivió por encima de sus posibilidades, llevada por la euforia de una economía en crecimiento y el crédito fácil, sin advertir que en términos reales su posición tampoco había mejorado tanto y que un día tendría que devolver lo adeudado.
+ Aplicar una política redistributiva que beneficie a los más pobres. Aquí Tharman se suma a lo que los indignados de todo el mundo, ya dicen: los más pudientes deben contribuir más y hay que evitar acogotar a base de impuestos a las clases medias. Tharman no añade lo obvio: que para que los más pudientes contribuyan de manera más equitativa, hay que cambiar la imposición a las ganancias de capital y hay que perseguir el fraude fiscal. Una buena manera de hacerlo sería bombardeando los paraísos fiscales. Digo de bombardearlos, porque me parece más fácil que regularlos y controlarlos a la vista de cómo arrastran los pies las autoridades cada vez que se habla de hacer algo con ellos.
Tharman reconoció que uno de los grandes problemas para el estancamiento de las rentas bajas y medias es la dichosa globalización. Existe un libro, “The Judas Economy. The Triumph of Capital and the Betrayal of Work” por William Wolman y Anne Colamosca, que lo explica muy clarito. El final de la Guerra Fría al romper la barrera que separaba el mundo comunista del capitalista hizo que entrasen en el pool global de mano de obra centenares de millones de trabajadores que antes eran inaccesibles para las compañías occidentales. Bueno, no fue sólo el final de la Guerra Fría. También influyeron las ideologías que propugnaban la libre circulación de capitales a nivel global y las nuevas tecnologías que facilitaron la externalización. Como bien señala la ley de la oferta y la demanda, cuando la oferta de un bien aumenta, su precio disminuye. Cuando el volumen global de mano de obra aumentó, los salarios cayeron en todo el mundo.
Finalmente dijo algo que me sonó familiar: y es que Singapur obrará con cautela y no hará como otros países que en épocas de bonanza se lanzaron a gastar como locos y hoy han descubierto que no se lo podían permitir y están en la ruina. Menos mal que no dio nombres.