¿Cuánto cuesta la cultura?

Publicado el 03 diciembre 2015 por Germanpri

ANTÒNIA FONTIRROIG

A mediados de noviembre Supersubmarina anunciaba El Mañana Tour, una gira de nueve conciertos exclusivos que fue presentada como un regalo muy especial para los fans. La noticia fue celebrada con auténtica alegría por los seguidores más fieles —entre quienes nos incluimos— hasta que les fue descubierto cuánto tenían que pagar por entrada: el precio del regalo oscilaba entre los 18 y 20 euros. Los juicios más apresurados (es decir, los menos juiciosos) no se hicieron esperar en Twitter y apenas una hora después de conocer la noticia pudimos leer que «Son unos flipados, a esa entrada le sobran 5 euros» o «Como si correspondiera a los fans pagar los sitios a donde los artistas quieren llegar», entre otros. Dejando a un lado tales convicciones, nosotros quisimos saber más acerca del acontecimiento. A fecha de hoy (3 de diciembre de 2015), la información de la que disponemos nos dice que, según ha ido desvelando la propia banda, además de poder disfrutar de un meet&greet y un concierto de presentación de la gira con la misma entrada (si ésta es adquirida antes del 8 de diciembre), en El Mañana Tour contarán con nuevos músicos sobre el escenario —no sabemos si Vero y Carol, las coristas, seguirán ahí; nos gusta pensar que sí—, una escenografía renovada —tiene pinta de ser algo impresionante— y otras tantas sorpresas que se guardarán hasta el 1 de abril, fecha oficial en que se inicia la gira.

Recordando que W. H. Auden dijo aquello de que “sólo los pájaros poco melodiosos, guerreros inarticulados, necesitan un plumaje llamativo”, nos preguntamos qué necesitan los otros para sobrevivir. Nosotros no sabemos cuánto cuesta una gira como la que ellos se proponen. Nosotros, como ya habréis notado, no trabajamos en esto; no tenemos ni idea cuánto vale un solo concierto de los nueve que van a dar. Lo único que sabemos con certeza es que, durante las más de dos horas que durará, olvidaremos por completo quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos llegar. Relegaremos todo malestar, incomodidad y preocupación por pequeña o grande que sea (estaremos demasiado ocupados disfrutando del espectáculo) y, cuando termine, desearemos que vuelva a empezar. Nuestra experiencia con ellos nos permite afirmarlo antes de vivirlo: querremos repetir lo irrepetible, en bucle y sin cesar; porque cuando algo nos gusta mucho, nunca nos parece suficiente. Si los habéis visto anteriormente, estaréis de acuerdo en que los jienenses pocas veces defraudan.

Ahora bien, Sony Music es una discográfica, una empresa que quiere ver beneficios tras cada apuesta que hace. José, Jaime, Juanca, Pope y Javi son músicos y saben que la música como expresión de arte forma parte de la cultura; pero la evidencia no excluye que la música sea su herramienta de trabajo y, a fin de cuentas, un negocio. Cabe recordar, además, que ellos sólo son los cinco rostros que vemos, pero detrás de cada concierto hay un equipo humano que, aunque no salga a saludar al público, está ahí desde que se coloca el primer amplificador hasta que se retira el último: backliners, técnicos de sonido, técnicos de iluminación… Y nadie tiene que poner en tela de juicio que estos profesionales también deben de tener el sueldo que se merecen.

Por otra parte, ellos, los creadores —los artistas—, son la parte débil de la cadena: la más expuesta (son quienes ponen la cara) y la más explotada (su creación artística, al fin y al cabo, a quien enriquece es a la discográfica, que encima a menudo engaña al creador y le esquilma sus exiguas ganancias). Lo último dicho no parece ser el caso de Supersubmarina, y ni ellos se harán ricos con 18 euros por entrada ni Sony se irá a la quiebra por venderlas cinco euros más baratas; pero no olvidemos que sin ellos —sin los cinco jotas, como a veces les hemos llamado— no habría Ola de calor que pudiéramos aguantar en verano ni Canción de guerra que escuchar en nuestros días de paz. No existirían, en resumen, esas canciones que tanto nos gustan —aunque suene ofensivo, vamos a decirlo— y puestos a ser estafados por el capitalismo, preferimos pagar por canciones en directo que por cualquier otra cosa en el Black Friday. Tampoco está de más recordar que aunque Chino sea la voz de la banda sobre los escenarios, es probable que en esas reuniones burocráticas sea más oyente que otra cosa; con lo cual poco o nada puede decidir acerca del precio de las entradas (y lo lamentamos).

La cultura —se dice— es como el aire: necesaria para vivir y por la que a nadie debería cobrársele. Culpa de esta creencia cada vez más arraigada es que se observan en no pocos espacios cibernéticos (y cada vez más compartidos por los usuarios) mensajes como «la cultura es de todos» o «la cultura, gratuita». No seremos nosotros quienes nieguen la función vital del arte, pero es absurdo pretender que los artistas vivan sólo del aire. ¿Acaso no tienen alquiler, comida, ropa, transporte, calzado, medicamentos… que pagar? Si no pagamos nosotros por ellos —es decir, nosotros y vosotros—, ¿de qué van a vivir los músicos y el resto de profesionales que trabajan en la cultura?

Una solución viable sería que el Estado asumiera el papel de financiador de la cultura y se la ofreciera al pueblo de forma gratuita. Pero de ser así, serían los propios políticos quienes decidirían quién trabaja en esto y quién no, incluso —no tenemos dudas de ello— se atreverían a decidir sobre el contenido de las obras, lo cual nos traería una cultura gratuita, sí; pero de dudoso honor, pues se fomentaría un arte en pro del Gobierno de turno. En esta utopía de tener una cultura que no exija un pago directo al ciudadano quizá sí habría lugar —en un intento por disimular la censura— para nimiedades como El baile de los muertos, Hasta que sangren o El Mañana (por seguir con ejemplos supersubmarinistas); pero sabéis que no verían la luz ciertas novelas o películas de realce si confiáramos la producción artística a nuestros políticos. Visto lo visto, mal vamos si deseamos que a los artistas nacionales los subvencione un gobierno como el que tenemos…