Por María Berrozpe**
Seamos sinceros: generalmente la adopción es la segunda o tercera opción para tener hijos. Ciertamente, hoy en día me estoy encontrando muchas parejas que tienen una visión más “igualitaria” de la adopción como medio para formar una familia y la encaran como la primera opción, o una opción al mismo nivel que la paternidad biológica. Pero esto no es lo más común. La paternidad biológica suele ser lo más deseable, hasta el punto de someterse a verdaderas torturas con tratamientos para conseguir una fecundación “in vitro” o incluso llegar a “alquilar” el vientre de otra mujer que geste su propio hijo biológico (o debería decir “genético” porque en este caso entra en juego una mujer embarazada que es la “madre biológica”, sea o no sea la generadora del óvulo fecundado). Muchas parejas, cuando llegan a los procesos de adopción, llevan años de sufrimiento, dolor y desencanto. En este caso ¿qué encuentra el niño que pasa a ser su hijo? Se dice que somos los hijos más deseados ¿es cierto? Ellos desean con locura ser padres pero, ¿nuestros padres? O ¿los padres de su propio hijo biológico?
Preguntas duras que seguro que han pasado por nuestras cabezas de niños adoptados. Da miedo hacérselas. Da miedo abrir la caja de Pandora para mirar dentro y sumergirse en todos los sentimientos que conlleva esta situación.
¿Me quieren mis padres tanto como si me hubieran parido? Muchos padres adoptivos contestáis: “incluso más”. Yo personalmente eso no me lo creo. No se puede querer más de lo que se quiere a un hijo, a cualquier hijo. Yo no me imagino queriendo a mi hijo mayor más que al segundo, ni al segundo más que al tercero, ni a ninguno más que a uno adoptado. Les quiero “hasta el infinito” y ya está. ¿Los querría menos si no los hubiera parido? No , de eso estoy segura. Si ahora me viene un fulanito y me dice: señora, mire, le cambiaron a su bebé en la maternidad y este no es su hijo. Bueno, pues lo siento en el alma pero SÍ es mi hijo y no me separan de él ni con una grúa. Entonces ¿se quiere a un hijo adoptado como a uno biológico? Pero ¿acaso quiero igual a cada uno de mis hijos? ¿Qué significan ese “cómo” y ese “igual”?
Intentemos analizarlo y para eso me voy a uno de los momentos más importantes de mi vida: el día que vi una puntito positivo en mi primera prueba de embarazo. Ese día se cumplía uno de mis sueños: el de ser madre. Era un hijo deseadísimo, que nos había venido fácilmente, sí, pero no por eso menos deseado o valorado. Desde ese momento empecé a quererlo. Durante nueve meses lo incubé dentro de mí, lo imaginé y lo amé. Llegó el día en que nació, en un parto largo y difícil con epidural y oxitocina sintética. ¿Qué le dije?: “Hola cariño, soy mamá….. ayyy!!! pero que feito eres!”. Y es que el bebé rosado y redondito que tenia en mi cabeza no cuadraba con aquella ranita larguirucha, azulada y con cabecita de marciano. Me costó sentirlo mío.
Siguiendo mi costumbre, haré de nuevo referencia a los estudios que Michel Odent ha recopilado en su banco de datos sobre salud primal. Basándome en ellos, puedo suponer que posiblemente fue la oxitocina sintética que utilizaron para acelerar mi parto la que, al inhibirme la oxitocina natural, evitó toda la cascada hormonal necesaria para que me “enamorara” de mi bebé nada más nacer. El caso es que lo miraba y no sentía ese amor arrebatador que me había imaginado que iba a sentir por él. Sólo me sentía extenuada y con ganas de irme a mi cama. Y durante las horas siguientes, no sentí ninguna necesidad de cogerlo en brazos o darle el pecho. Estaba como alucinada y simplemente miraba a esa criatura que acababa de salir de mi cuerpo.
En cambio, con los dos siguientes fue muy diferente: en estos casos no hubo oxitocina sintética, sólo hormonas naturales. Sobretodo con el tercero, que fue mi parto soñado. Cuando vi al bebé que Carolina (mi comadrona) había dejado entre mis piernas, pensé que era la criatura más impresionante, maravillosa, milagrosa y amada del universo.
Por lo tanto, basándome en mi experiencia y en los estudios recopilados por Odent, puedo deducir que la preparación hormonal natural en mi organismo durante los dos partos siguientes (no intervenidos) me predispuso para enamorarme instantáneamente de mis bebés ese primer momento tras el nacimiento. Y a la larga ¿Qué influencia tuvo? ¿Quiero más a mi hijo pequeño que a mi hijo mayor? Absolutamente NO. A la larga el amor se desarrolló y llegó “al infinito” en los tres casos. Cierto que me costó un poco más sentir mío a mi primer hijo, que tuve más problemas con la lactancia (ya que no me lo puse al pecho en esa primera hora tras el parto, sino casi 24 horas más tarde) y que necesité más días para “conectar” con él que con el tercer bebé (lo que también se puede explicar porque con el primero no tenía experiencia y con el tercero sí). Pero parece evidente que, a largo plazo, el amor maternal en los humanos es independiente de esa cascada hormonal que se da durante el nacimiento y determina absolutamente el instinto maternal en el resto de mamíferos (Hasta el punto de que si se interfiere en el proceso, las madres mamíferas ”no racionales” rechazan y abandonan a sus crías hasta dejarlas morir).
Entonces ¿cuál es la clave en los humanos para amar a nuestros hijos? A diferencia del resto de mamíferos, nosotros tenemos un neocórtex que domina sobre partes más primitivas de nuestro cerebro, de manera que nuestro comportamiento no está absolutamente determinado por nuestros instintos. Para mí, la clave del amor maternal en las mujeres (y no hablo de los hombres porque yo no se lo que podéis sentir vosotros, pero una frase que acabo de leer en un post y que dice: "Los hombres siempre adoptamos. Mi primer contacto con mis hijos fue cuando me los pusieron en brazos", me da una idea) está en saber que esa criatura tan pequeña e indefensa es TUYA y depende de ti. Eso, junto con el deseo sincero y profundo de ser madre, activa nuestro antiguo y animal “instinto maternal” permitiendo que se desarrolle en nosotras ese “amor hasta el infinito” que sentimos por nuestros hijos (paridos y adoptados).
Lo cierto es que cuando crías un niño este se te va a parecer, incluso físicamente. En una telenovela que vi hace años, un padre adoptivo (cuya hija acababa de enterarse de que no era su padre biológico) decía: “no tendrás mis ojos pero tendrás mi mirada, no tendrás mi boca pero tendrás mi sonrisa”. Pensé que era cierto. Al fin y al cabo los seres humanos somos los que nacemos más prematuramente entre los mamíferos y eso nos da una oportunidad única: la de “aprender”. Durante nuestro desarrollo aprendemos de nuestros padres más que ninguna otra especie. Nacemos con una genética determinada, eso es cierto, pero la manera en que nos hemos desarrollado (y se han expresado esos genes) depende de nuestro ambiente mucho más que en el resto de mamíferos. Así que ni es exagerado ni forzado decir que nos parecemos a nuestros padres, porque nos parecemos realmente. A diferencia del resto de animales (*), los seres humanos no sólo transmitimos una herencia genética, sino también una herencia cultural, y creo que esta última, a la larga, acaba teniendo mucho más peso que la primera, ya que determina en gran medida la expresión de la primera. Cuando un hijo adoptado llega a adulto, creo que no es inexacto decir que ya tiene muchas más características debidas a la herencia cultural de sus padres adoptivos que a la herencia genética de sus padres biológicos.
En cualquier caso, la realidad es que nuestra herencia genética no viene de nuestros padres y creo que todos los adoptados tenemos ciertas características que no acaban de “encajar” del todo con nuestra familia y en concreto con nuestros padres. Esto es especialmente evidente con las adopciones interraciales, pero incluso en las adopciones intrarraciales se nota. En general las más evidentes son las características físicas porque son las menos influenciadas por el ambiente: somos más morenos o más rubios, o más altos o más bajos, o nuestras facciones son claramente diferentes.
Y la pregunta que tanto miedo nos da hacernos: ¿pero condiciona realmente esta falta de consaguinidad el amor de nuestros padres? ¿Nos quieren menos porque no llevamos su ADN? Y, si nos parecemos más, ¿nos quieren más?
Es evidente que en el mundo de los mamíferos no humanos sí es así, hasta el punto de que en diversas especies – como gorilas y osos - los machos matan a las crías de otros machos para acoplarse con la madre y dejarle su propia descendencia. Pero nosotros somos humanos. Ya he comentado anteriormente que no me imagino cambiando el amor que yo siento por mis hijos, si de repente me dijeran que no son mis hijos naturales. Imposible. El amor que siento por ellos es tan inmenso, tan profundo, tan “infinito”… totalmente imposible de saber cómo es hasta que te toca sentirlo. Durante mi primer embarazo no tenía ni idea de que iba a sentir algo tan fuerte por mi hijo. Y en el segundo embarazo me parecía imposible poder querer al segundo bebé como quería ya al primero. Pero evidentemente pude. Desde luego esa frase que dice que “el amor es lo único que cuando se divide toca más a cada parte” tiene toda la razón.
No sé si existen estudios que comparen la maternidad/paternidad biológica y adoptada en cuestiones de amor. Por mucho que los estudios en salud primal demuestren la importancia del parto natural en el enamoramiento entre madre e hijo, o en la capacidad de amar del hijo, no se pueden ignorar los sentimientos de millones y millones de padres y madres por sus hijos, hijos adoptados o nacidos en partos no naturales o cesáreas. No, en este caso sólo me puedo basar en lo que yo siento y en mi propia experiencia. Mi experiencia me dice que no me puedo imaginar a mis padres queriéndome más de los que me quieren, ni queriendo a un hijo natural más de lo que me quieren a mí. Se que me quieren “hasta el infinito”, me lo han demostrado toda mi vida, y me lo demuestran cada día. Un amor que sólo tiene un “rival”: el amor que sienten por sus nietos, por mis hijos. Seguramente mis padres nunca hubieran adoptado de haber podido concebir, pero una vez que me adoptaron me amaron “hasta el infinito” como yo amo a mis hijos, como todos los padres deberían amar a sus hijos (y afortunadamente, la mayoría hacen).
Desgraciadamente existen madres y padres que no aman a sus hijos, pero desde luego no depende de la consaguinidad porque, precisamente, creo que se ven más casos de desamor relacionados con padres y madres naturales que con padres y madres adoptivos. Estoy convencida de que mucha gente que piensa que sería incapaz de querer a un hijo adoptado con la misma intensidad que quiere a uno natural, lo dice desde el desconocimiento. No te puedes imaginar lo que vas a querer a tu hijo hasta que lo tienes en brazos y esto es aplicable a los hijos naturales y biológicos. Creo que si a estas personas les ponen un bebé/niño en brazos y les dicen: a partir de ahora depende de ti, es tu hijo/hija, sólo entonces verían que no tenían razón, y que el amor por esa criatura va a llegar a donde tiene que llegar: hasta el infinito.
Hace aproximadamente 40 años (uff, 40!) una enfermera me puso en brazos de mi madre a los dos días de nacer. Mi madre y mi padre se abrazaron y lloraron juntos. Desde entonces me sintieron suya y como tal me amaron y me aman. Yo no tengo ninguna duda.
(*)Aunque muchas especies también tienen capacidad de apredizaje y una cierta transmisión de conocimientos de padres a hijos, no llega, ni de lejos, al nivel de los humanos.
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(**) María Berrozpe es madre de tres hijos, doctora en Ciencias Biológicas, monitora de La Liga de la Leche, y colaboradora de Tenemos Tetas.