Esto es lo que dice Riley: "Al contar la historia de la adopción muchas veces se descubre lagunas importantes en la comprensión o la transmisión de información. En algunos casos, es evidente que los padres no han contestado de forma adecuada a las preguntas que han ido surgiendo durante el desarrollo del niño. Demasiadas veces, puede que hayan compartido la información, pero debido a la carga emocional de la información y/o el temperamento o la fase del desarrollo del niño, fo fue procesado o interiorizado por el pequeño. De hecho, lo más frecuente es que el adolescente presenta una historia llena de huecos. Puede que el padre dice, 'María, te dije que si conocí a tu madre biológica cuando naciste y que su nombre es Elena.' El niño puede contestar con indignación, 'No lo hiciste. Nunca me dijiste que sabías su nombre.'" Es por eso que los expertos nos dicen una y otra vez que tenemos que hablar de la adopción a lo largo de la infancia de nuestros hijos. No puede tratarse de prepararnos por ese gran momento en el que le decimos que es adoptado. Tampoco podemos quedarnos en la etapa del "cuento", ese cuento tan bonito que comienza con nosotros, con nuestro viaje, con el momento en que le conocimos. Hay que ir más allá para hablar de todo. Hay que comenzar desde el principio, en el momento del nacimiento del niño o antes incluso - para hablar de la concepción, del embarazo, de las posibles circunstancias de sus progenitores, de su familia de origen, de su país de origen, del mundo en el que iba a nacer, en el que nació al final. Es fácil olvidar lo difícil que es para un niño comprender la vida, los miles de conceptos tan complejos que hace tiempo logramos comprender nosotros. Es difícil imaginar cuantas veces un hijo necesita volver a hablar de los hechos de su vida cuando son tan complicados, llenos de informaciones muy difíciles de asimilar. Otra cosa muy importante es el factor emocional. Riley habla de la "carga emocional" que tiene la información a veces. Algunos hechos de la vida de nuestros hijos les van a crear un especie de "shock" al oírlos porque no van a ser lo que esperaban ni lo que querían oír. Hablar no es algo que hacemos una vez, ni dos. Tampoco se trata de buscar momentos "perfectos". Es algo que se hace con normalidad y naturalidad siempre y cuando surga la necesidad. Y si no surga la necesidad de forma natural, como padres, buscaremos la forma de hacer surgir conversaciones importantes y necesarias. Mejor que lleguen a la adolescencia con una base sólida, comprendiendo bien su historia y fuertemente equipados para interpretar los hechos de la manera más sana, madura y positiva posible. Puede suponer la diferencia entre una adolescencia tormentosa o un periódo quizás un poco más difícil de lo normal, pero que cabe dentro de la normalidad. Así que, mejor no esperar a la adolescencia para hacer esa pregunta tan importante. Mejor pedir a nuestros hijos de vez en cuando que nos cuenten la historia de su adopción, de su vida. Solo así vamos a conocer lo que realmente saben y lo que de verdad comprenden.
Esto es lo que dice Riley: "Al contar la historia de la adopción muchas veces se descubre lagunas importantes en la comprensión o la transmisión de información. En algunos casos, es evidente que los padres no han contestado de forma adecuada a las preguntas que han ido surgiendo durante el desarrollo del niño. Demasiadas veces, puede que hayan compartido la información, pero debido a la carga emocional de la información y/o el temperamento o la fase del desarrollo del niño, fo fue procesado o interiorizado por el pequeño. De hecho, lo más frecuente es que el adolescente presenta una historia llena de huecos. Puede que el padre dice, 'María, te dije que si conocí a tu madre biológica cuando naciste y que su nombre es Elena.' El niño puede contestar con indignación, 'No lo hiciste. Nunca me dijiste que sabías su nombre.'" Es por eso que los expertos nos dicen una y otra vez que tenemos que hablar de la adopción a lo largo de la infancia de nuestros hijos. No puede tratarse de prepararnos por ese gran momento en el que le decimos que es adoptado. Tampoco podemos quedarnos en la etapa del "cuento", ese cuento tan bonito que comienza con nosotros, con nuestro viaje, con el momento en que le conocimos. Hay que ir más allá para hablar de todo. Hay que comenzar desde el principio, en el momento del nacimiento del niño o antes incluso - para hablar de la concepción, del embarazo, de las posibles circunstancias de sus progenitores, de su familia de origen, de su país de origen, del mundo en el que iba a nacer, en el que nació al final. Es fácil olvidar lo difícil que es para un niño comprender la vida, los miles de conceptos tan complejos que hace tiempo logramos comprender nosotros. Es difícil imaginar cuantas veces un hijo necesita volver a hablar de los hechos de su vida cuando son tan complicados, llenos de informaciones muy difíciles de asimilar. Otra cosa muy importante es el factor emocional. Riley habla de la "carga emocional" que tiene la información a veces. Algunos hechos de la vida de nuestros hijos les van a crear un especie de "shock" al oírlos porque no van a ser lo que esperaban ni lo que querían oír. Hablar no es algo que hacemos una vez, ni dos. Tampoco se trata de buscar momentos "perfectos". Es algo que se hace con normalidad y naturalidad siempre y cuando surga la necesidad. Y si no surga la necesidad de forma natural, como padres, buscaremos la forma de hacer surgir conversaciones importantes y necesarias. Mejor que lleguen a la adolescencia con una base sólida, comprendiendo bien su historia y fuertemente equipados para interpretar los hechos de la manera más sana, madura y positiva posible. Puede suponer la diferencia entre una adolescencia tormentosa o un periódo quizás un poco más difícil de lo normal, pero que cabe dentro de la normalidad. Así que, mejor no esperar a la adolescencia para hacer esa pregunta tan importante. Mejor pedir a nuestros hijos de vez en cuando que nos cuenten la historia de su adopción, de su vida. Solo así vamos a conocer lo que realmente saben y lo que de verdad comprenden.