Cuarenta millones de moscas
se alimentaban en una gran bosta de vaca.
Pero el pertinaz viento, que soplaba desde lo oculto,
la iba secando poco a poco privándolas
del necesario pienso de subsistencia.
Hasta que un día el viento se ofreció,
generoso y paternal, a trasladarlas en sus brazos:
"Dejáos arrastrar por mi soplo
y os depositaré en aquel dulce panal".
Las moscas, deslumbradas por el regalo,
se dejaron arrastrar hasta la miel
y allí murieron todas, pegajosas las alas,
atoradas las patas y empachadas las trompas.
Esto les pasó por pasarse el día viendo Telecinco
en lugar de leer fábulas clásicas.