Cuarenta universitarios años

Por Federicogbarba
Vista del patio interior de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas de Gran Canaria. Portada del libro ETSALP: 40 años
Los que comparten mi edad saben que nos adentramos en el espacio poético de los testamentos. De repente nuestra vida ha transitado ya una gran parte de su lapso temporal máximo y comienza el momento de las reflexiones y la evaluación. Por eso hoy les voy a hablar nuevamente de cosas que son parte de mis recuerdos como arquitecto y -supongo- que también lo son para otros que, como yo, han compartido profesión aquí en el archipiélago canario durante el último medio siglo.

El otro día acudía a la presentación del trabajo que culmina la trayectoria académica de mi hija en la Escuela de Arquitectura de Las Palmas, en la vecina isla de Gran Canaria. En ese momento, me dí cuenta de que habían transcurrido ya cuatro décadas desde que también allí había empezado a estudiar esta disciplina que tanto me ha ocupado y preocupado.
<---De mis inicios universitarios en la arquitectura y el urbanismo les he hablado en otra ocasión, un momento clave de la vida en el que a muchos nos ha ocurrido peripecias parecidas. Un tiempo de actitudes impulsivas y poco racionales, pero también con la alegría y esperanzas de la juventud, junto con un despiste descomunal. Aquellas eran maneras que uno podía compartir con numerosos camaradas, en esos momentos de los comienzos de una actividad que luego con el tiempo llegaría a ser profesión.
Algo de esto se ha contado en un libro titulado Escuela de Arquitectura de Las Palmas: 40 años, que me regalaron entonces, que abrí aquella misma tarde y no pude parar de leer hasta llegar a sus últimas páginas (Gracias, Chano por el obsequio). Para mi es un delicioso relicario porque refleja también buena parte de mi trayectoria y mis recuerdos. Un anecdotario posiblemente muy similar al de aquellos que han compartido conmigo geografía, tiempo e inquietudes. La historia no debería construirse solo con el relato de la acción de algunas figuras encumbradas, sino también con la descripción de las peripecias cotidianas de nuestros iguales y coetáneos, aquellos que nos acompañan en nuestro trayecto vital. Por eso la novela es una herramienta fundamental para conocer los lugares y las personas realmente.
El libro ETSALP, 40 años es una magnífica recopilación de relatos e imágenes que identifican al grupo humano en el cual me considero encuadrado, el de los arquitectos canarios. A lo largo de 40 textos se expresan los avatares y recuerdos de muchos de nosotros y, en consecuencia, constituye una pieza fundamental para una posible historia colectiva sobre la arquitectura desarrollada en Canarias durante las últimas décadas. Todo ello, a través de un elemento básico, la Escuela de Arquitectura con la que nos hemos relacionado indefectiblemente y que nos ha ofrecido cohesión y pensamiento a lo largo de todo este tiempo.
Sede del Centro Atlántico de Arte Moderno en el barrio de Vegueta, antigua sede de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas. Imagen: Wikipedia

---> <---La Escuela de Arquitectura de Las Palmas de Gran Canaria ha sido, para muchos arquitectos canarios, el punto de partida de nuestra profesión. También ha cumplido el papel de faro cultural que nos ha identificado y relacionado con el mundo. Un lugar al cual se regresa reiteradamente para tratar de entender cuales son las estrategias para afrontar los constantes cambios que ocurren en esta sociedad y lugar específico. Así mismo, para profundizar en los instrumentos que fundamentan nuestra aportación en la disciplina que tratamos de desarrollar.
Yo viví como estudiante los años iniciales de ese espacio para la enseñanza. Una experiencia que tuve desde la perspectiva de los que recibimos el esfuerzo académico desarrollado por los que nos precedieron y que también debieron aprender con nosotros en que consistía eso que había que enseñar. Ha sido muy interesante percibir la visión de aquellos que tuvieron la responsabilidad de sacar adelante un nuevo centro académico que es lo que han contado a corazón abierto algunos de nuestros profesores de la primera hora como Julio Melián, Domingo Ángulo, Félix Juan Bordes, Eduardo Cáceres, Agustín Juárez, etc. Vaya por delante mi más sincero agradecimiento a su generoso esfuerzo de siempre.
Este centro universitario estuvo localizado en sus comienzos en el centro de la ciudad de Las Palmas, en la calle de Tomás Morales junto a la plaza del Obelisco. Su primer asentamiento allá por 1970 fue un edificio docente compartido con los Ingenieros Industriales y Técnicos, que contaba con inapropiados recursos de espacio. Yo pasé allí un par de años intensos entre clases y aventuras urbanas, en lo que casi fue una prolongación del bachillerato. Viendo las fotos de entonces no deja uno de experimentar una cierta nostalgia por un tiempo pasado con un estilo muy diferente al actual. A mi hija le resulta sorprendente ver esas imágenes de entonces y preguntar el porque de las largas melenas y barbas de casi todos los que aparecemos allí. No sabría explicar las razones de la coincidencia en la estética. Es posible quizás una voluntad para escenificar un deseo de cambio radical en un tiempo oscuro y de silencios obligados como el de los años 70 en la España de Franco.
Algo mejor fue la cosa estudiantil cuando nos trasladamos a una casona señorial del barrio de Vegueta, ya en el segundo curso de carrera. Allí empezamos a percibir cual era la razón de ser de la disciplina, rodeados por la añoranza de un pasado de grandeza arquitectónica y urbana. Un año de enseñanzas y discusiones cercanas con nuestros profesores de entonces, en un lugar extraordinario que fue una pena que tuviéramos que abandonar.
El edificio del instituto de Tamaraceite tomado por los estudiantes de arquitectura en huelga a mediados de la década de los 70. Imagen extraida del libro
El último año que pasé en aquella facultad universitaria de las Palmas representa para mí la etapa del destierro a la periferia de la ciudad. Los responsables políticos insulares decidieron que estaríamos mejor ubicados ocupando compartidamente las dependencias del Instituto de Bachillerato de Tamaraceite. Un lugar inclemente sin urbanización todavía entonces, rodeado de restos de fincas y con unos espacios disponibles, diseñados por el arquitecto madrileño Antonio Fernández Alba, cuando menos inapropiados para una enseñanza especifica como la de la arquitectura.
El flamante campus universitario y la actual sede de la escuela en Tafira ya no tuve oportunidad de aprovecharlos porque en 1973 me desplacé a terminar la carrera a Barcelona. Su inauguración en 1989 ha constituido otro hito esencial en la historia de la enseñanza universitaria de esta región. Cuando se transita hoy por el recinto universitario de Gran Canaria se observa con envidia una efervescencia intelectual y un movimiento estudiantil que nosotros los alumnos primeros de aquella Escuela de Arquitectura no pudimos disfrutar, allá en las décadas de 1970 y 1980.
Lo que más me ha interesado de esta publicación se condensa en aquellos relatos con los que algunos compañeros de entonces y ahora se han atrevido a narrar sus sentimientos más intensos, aquellos que nos llegan a través de las nieblas de la memoria compartida.
La narración sobre unos hechos y personajes recurrentes que nos sirvieron como modelo y de los cuales aprendimos. La rememoración de instantes que representan la condensación del esfuerzo por saber y conocer, como aquel viaje mítico de los primeros alumnos, allá por 1970 a Nueva York, Boston y Washington, casi una epopeya digna de los argonautas; las huelgas realizadas en aquella década pasada, al socaire de la lucha final contra la dictadura del General Franco y con el objetivo profundo de lograr una mínima calidad de la enseñanza; la dignificación y respeto por el esfuerzo académico de unos esforzados profesores casi amateurs frente a la imposición de la nomenclatura central del Ministerio de Educación; etc., etc.
Estudiantes de arquitectura en el Patio de los Naranjos de la Catedral de Las Palmas. Imagen extraida del libro

Más recientemente podría añadir otros innumerables ejemplos que han consolidado una institución académica pujante. La celebración de innumerables encuentros, congresos, cursos de posgrado, junto a la consecución de publicaciones de todo tipo han representado un aporte esencial a la cultura regional. Un esfuerzo que refleja el interés del colectivo humano de los arquitectos, esforzado en participar en el crecimiento y la mejora intelectual, experimentada por esta sociedad archipielágica a partir del último tercio del siglo XX.
De entre todos lo acopiado en este libro torrencial de vivencias y crónicas personales me ha tocado especialmente la primera parte del texto de Flora Pescador sobre sus recuerdos de los años pasados en Tamaraceite y titulado El árbol torcido. Leyéndolo inmediatamente me han venido a la memoria similares evocaciones a las que ella expresa. Algunos pasamos allí un tiempo compartiendo rituales de acceso a una Escuela de Arquitectura que tuvo que residir durante largos años en aquel modesto Instituto de Bachillerato del extrarradio de la ciudad de Las Palmas. Recuerdo vividamente el trayecto cotidiano en autobús desde el casco urbano. La guagua de la empresa Salcai, subiendo renqueante la cuesta del castillo de Mata, recogiendo parroquianos al amanecer en dirección a Arucas. Atravesábamos esos barrios densos de la primera periferia de la ciudad y la visión escorzada del cementerio de San Lázaro nos indicaba la proximidad de nuestro destino.
Interpretación del árbol torcido de Tamaraceite. Dibujo de Ángel Casas
Desde la parada en la carretera, cada día un reducido número de estudiantes traspasábamos las escasas manzanas del núcleo de Tamaraceite para adentrarnos en un descampado ventoso, puntuado por plantaciones lejanas de plataneras. Me viene a la mente la imagen fría del ascenso del sol sobre el horizonte de la ciudad y el mar, mientras caminábamos hacia el edificio en el que se desarrollaban las actividades de la Escuela. Una construcción aislada en escueto hormigón, acompañada por aquél solitario eucalipto que existía en su parte posterior. He hecho nuevamente el recorrido visual en los alrededores de ese centro de enseñanza, con una de esas herramientas magníficas que hay disponibles en Internet como es el visor de calles de Google, y no soy capaz de discernir si realmente el cambio experimentado constituye una mejora o si, por el contrario, ha empeorado notablemente las condiciones previas a la urbanización que aquí se relatan.
Otro texto emocionante es el que ha escrito Francisca Martel en el que acopia algunos recuerdos personales de todos los años pasados en las tareas administrativas de la Escuela. Es muy bonita la anécdota que refiere, relativa al momento de las exposiciones del proyecto de fin de carrera en las que el personal de la Secretaría del centro salía a aplaudir y felicitar a los que aprobaban y a sentir en silencio acompañando el sufrimiento de los que suspendían. Habría que homenajearles junto a gentes como Gabriel Quintana, alguien que recuerda a casi todos los que pasamos por allí a fuerza de vernos entrar y salir desde su atalaya en la portería del centro.
Gabriel Quintana y Francisca Martel. Dos personajes importantes para la historia de la Escuela de Arquitectura de Las PalmasFinalmente, el libro me devolvió también la remembranza de Sergio T, el profesor Pérez Parrilla, del que tuve el placer de recibir sus enseñanzas en la asignatura de estética y con el que luego compartí amistad. Alguien para el que la enseñanza era un flujo bidireccional y con el que realmente llegamos a aprender de alguna manera en que consistía esto de la arquitectura.--->