Sevilla. Plaza de toros de La Maestranza. Feria de Abril. Décima de feria. Lleno. Toros de El Pilar para El Cid, Sebastien Castella y José Mari Manzanares.
Somos más pardillos e inocentes que el 28 de Diciembre. Nos pasamos la vida pidiendo y exigiendo el toro, y cuando sale algo que no es idéntico, pero sí aproximado, chocamos de frente con la cruda realidad. Casi nunca hay toro, y cuando lo hay, jamás hay torero. La desigual corrida procendente de tierras charras ofreció un bazar de oportunidades a los profesionales. Se debieron desorejar varios, a otros debieron tratarlos mejor. La incógnita es si tienen los recursos y la maestría suficientes. Les molesta el que calamochea, el que se mete por adentro, el que lleva la carita a media altura, el que humilla porque se cae, el que mira porque te desconcierta, el que no te mira porque no tiene fijeza, el ancho de sienes porque no te cabe en la muleta, el cornidelantero porque es más certero, y así, hasta llegar al único engendro en el que se reunen sus caprichos de figura: el torito guapo del Fary. Lo de hoy ha sido una lástima, un desperdicio. Por eso le gusta a la figurita de turno medirse a los tiros de bueyes de Gavira, el producto porcino de Juan Pedro o la borreguez de los Cuvillos, para que después los revisteros del puchero le doren la píldora rezando sus crónicas: `estuvo por encima de su lote´.
El Cid actualmente no puede con ningún tipo de toro. Para mas inri tampoco le ayuda su cuadrilla, de la que sólo se salva El Boni. Uno ya no sabe si lidian así de mal aposta para acabar con el burel y que no de problemas o es porque el titubeo del titular se ha contagiado al resto del equipo. El primero fue un manso, pésimamente tratado, con el que se fue a toriles a dar pases indignos de su categoría como torero y de la alcurnia de la plaza. De manera no tan sorprendente a esta altura del ciclo, sonaron algunos olés y acabaron ovacionando al torero. Con el cuarto, el petardo, se descompuso de salida con el capote, flojo de muelles y de arrestos, un buen toro de Moisés Fraile se puede decir que le ha dejado con media estocada en toda la yema. Le va a ser muy difícil remontar, a no ser que le eche una mano su amigo, el aficionado Capello, especialista en remontadas y jamón. Cabe decir que el animal se llevó dos orejas al desolladero para enfado y tristeza del ganadero.
Cada vez que torea Castella hay algo que se puede dar por hecho: la corrida va a durar más que Lo que el viento se llevó. Pesado a más no poder, que manera de dar pases, tomando por mías las palabras aquel calvo morenito que comentaba el fútbol en la Sexta, es el torero del tiqui-taca. Fue desnudado por el buen quinto, que se empleó en el caballo, descabalgando la montura y que fue lidiado más para la galería que para domeñar su bravura. No puede ser que en un quite se den diez o doce chicuelinas. Como tampoco debe el buen subalterno Curro Molina ordenar dar tres o cuatro capotazos al que brega para que le coloque el toro en el sitio preciso buscando su medalla personal. El caso es que Castella, una vez vió que no tenía eco en la grada su trasteo con el boyante animal hizo de su capa un sayo y se metió encima de los pitones a hacer el péndulo, circulares y demás baratijas. Le dieron una oreja, como por darle algo. Otro que era de lío y que se fue sin torear.
Manzanares, de haber estado acertado con el estoque, podría haber salido por la Puerta del Príncipe con un toreo de la misma dimensión que el de El Juli. Con el tercero, mansito, da muletazos muy templados con la diestra, en el hueco que deja entre toro y torero cabe la banda de música, con el gordo que sopla el trombón incluido. Cuando la coge con la zocata, oh sorpresa, es desarmado. Vuelve a la derecha, a lo seguro, y con cuatro detallitos pintureros de esos con los que se rompen la camisa los sevillitas termina calentado a la gente. Pinchó y adios oreja. Con el que cerraba plaza, no es que no cargara la suerte; tampoco es que la retrase; es que directamente torea de canto. Su colocación es parecida a la de uno de estos chavales que circulan por las aceras en monopatín. Otra vez repite faena, derechazos templados, acompañando la embestida noble del cornúpeta. Sin mando. Cuando la coge con la izquierda no lo ve. De nuevo se va a por lo mezquino y fácil. Aún pinchando y sin dar un natural le terminan pidiendo el doble trofeo. Inaudito.