Cuatro años después

Publicado el 02 abril 2013 por Kaplan
Decía Mario Benedetti que cinco minutos bastan para soñar una vida. Cuatro años dan incluso para vivirla. En 2009 llegaba al piso que ahora dejo. Ha pasado tiempo desde entonces. Cuatro años, y puedo decir que he sido razonablemente feliz bajo este techo, que ha sido éste un buen lugar de descanso. No han sucedido grandes cosas en su interior, pero me marcho de él más viejo, quiero creer que más sabio y reconozco que algo más cansado. Soy un hombre tranquilo, y mi hogar es reflejo de ello. Nunca pensé en él como un refugio de soledades, pero, por decisión propia, eso es lo que ha sido. Me sobran dedos en las manos para contar las personas que han llegado a pisarlo.

Mirando atrás, hago un repaso a las cosas que he vivido más allá de estas paredes. Por resumir y para no cansarles, me vienen a la cabeza ahora mismo los siempre maravillosos viajes al norte, algún que otro evento cultural, un par de aventuras de poco riesgo, numerosas "reuniones gastronómicas" e incluso mi presencia en el germen de una pequeña revolución condenada al fracaso. Hay unanimidad en considerar este tipo de actividades como el corpus de nuestras vidas, hasta el punto de que es de estas cosas de lo que hablamos cuando nos referimos a vivir. Yo prefiero darle el mismo valor a la placidez de interior, a las horas y horas de paz hogareña, por mucho que la calle sea mil veces más llamativa, al fin y al cabo pasamos más tiempo dentro que fuera. Supongo que por eso me gusta la lectura. Lo cual me lleva, claro, a los libros.
Como expresó mi amigo Jorge Camacho con gran brillantez en su poema titulado Al margen de pensamientos sobre la demolición de casas, las mudanzas despiertan una sensación de temporalidad extraordinaria, nos hacen volver la mirada al pasado y recorrer con la memoria los hechos vividos en los últimos años. Hay elementos que ayudan a recuperar el recuerdo, fotografías y objetos que se han ido adquiriendo en ese tiempo. En mi caso se ha sumado algo más, el blog y su función como diario de lecturas y vivencias. En él he encontrado, además, una referencia directa a esta situación. Los lectores más fieles recordarán, si disponen de buena memoria, una entrada que escribí entonces y que pueden recuperar en este enlace. En ella declaraba mi rendición al libro electrónico, que es, precisamente, otro tema que quería someter hoy a revisión.
Cuatro años después, ni el e-book se ha comido al libro de papel ni veo que vaya a hacerlo siquiera a medio plazo. Esa es mi percepción, reconozco que no muy basada en datos, sino en lo que veo alrededor, en el lector medio y las tiendas físicas. En apariencia, todo sigue igual que antes. En el terreno de lo personal, a pesar de mi declaración de entonces, tengo que confesar que aún no he leído un libro electrónico, y que ni siquiera he llegado a comprar el aparato con el que poder hacerlo. O sea, que me he ciscado en lo que tan ufanamente aseguré. La razón se encuentra menos en el pobre progreso del mercado del ebook que en un autoconvencimiento, una convicción que ha ido encontrando acomodo en mi interior en los últimos años. Si quieren el resumen, Enrique Vila-Matas lo expuso con su excelencia habitual en un breve artículo titulado Melville y su chimenea.
Creo que esto es una guerra, y que el enemigo no ha resultado ser tan poderoso como lo pintaban. Me he dado cuenta de que mi gusto no lo es sólo por la lectura, sino también por el contexto, por el mundo del libro de papel. El objeto, su atractiva cubierta, poder deslizar las hojas con mi dedo mientras acerco la nariz para recibir el peculiar olor de la tinta y el papel, las horas y horas en las librerías, mi recorrido periódico por las estanterías de mi casa, la fascinación por las librerías de viejo (¿recuerdan lo que conté en La búsqueda?)... En fin, puedo vivir sin ebooks, como hasta ahora, pero me costaría mucho hacerlo sin todo lo que me han dado los libros. ¿Por qué renunciar a algo que me ha regalado tantas satisfacciones? Por otra parte, cambiarme sería reconocer un mal gasto, dar por sentado que todo lo invertido en ese setenta por ciento de mi biblioteca que aún no he leído es dinero perdido.
No, me niego, aguantaré cual partisano, aunque me tilden de reaccionario por algo que, al fin y al cabo, es en esencia una simple elección de método de consumo. Resistiré en mi defensa del libro de papel. Al menos hasta la próxima mudanza.