Cuatro de ida, ocho en total

Publicado el 28 febrero 2015 por Javiersobrevive

Cuando Omar se acostó aquella noche pensó que no se encontraba como siempre, un cierto malestar le recorría el cuerpo y no pensaba a que podría ser debido. Quizás fuera hambre, el día no había sido todo lo bueno que el hubiera deseado y esta vez él, su madre y sus cinco hermanos no habían disfrutado de lo que se podría llamar una suculenta comida.

Los ingresos eran nulos y las oportunidades de poner un plato en la mesa dependían del día a día, pero no, no era eso lo que hoy le pasaba, es más no tenía hambre, no era eso lo que le ocurría. A pesar de haber ido a dormir a su catre con ese malestar y encontrarse con que su hermano le había dejado muy poco espacio, Omar no tardó ni cinco minutos en quedarse dormido.

Había sido un día muy duro, de calor sofocante, de dar muchas vueltas para poder encontrar la forma de llevar algo de dinero a su casa, pero también había sido un día en balde. Uno de esos días en los que te cansa más la desesperación de no encontrar nada que el propio trajín del día en si. Por mucho que corras, por mucho que te muevas de un lado a otro de Banjul, si el día es propicio y encuentras recursos suficientes para subsistir en ese día el cansancio se convierte en satisfacción y alegría y acabas no notando que estás agotado.

Pero hoy no, hoy Omar no se sentía satisfecho, sólo se sentía cansado y en mal estado físico y anímico, hoy sólo quería dormir y olvidarse un poco de todo, quería dormir y que ese estado de preocupación abandonara su cuerpo aunque sólo fuera por unas pocas horas.

Tenía además muy metida en la cabeza la conversación que había tenido con su gran amigo Musa, una de esas conversaciones que se tenían de vez en cuando con la gente que tenía algún familiar que hubiera conseguido salir de allí. Esas conversaciones que conseguían de ellos un estado de entre alegría, envidia y ansiedad que Omar no acababa de estar demasiado convencido que fuera bueno para él, al final podía siempre más la envidia que la alegría.

Era una de esas conversaciones que cuando Omar llegaba a su casa y se las contaba a su madre Hawa siempre le eran negadas por ella y desacreditadas, “eso es imposible Omar, ¿no entiendes que eso que me cuentas no puede ser?” Por supuesto que Omar siempre creía más a su madre que a lo que le pudieran decir en la calle, sentía gran admiración por ella. Hawa era una mujer no demasiado mayor, sólo tenía 35 años, o al menos eso es lo que ella creía, cuando su marido Lamin, el padre de Omar, murió de aquella extraña enfermedad, ébola creo que se llamaba, Omar la oía llorar en silencio por las noches, aunque después por la mañana Omar siempre pensaba que lo había soñado porque ella se levantaba con la misma entereza de todos los días dispuesta a sacar a sus seis hijos adelante.

Fueron tiempos muy difíciles y, aunque Omar todavía era entonces demasiado pequeño, tuvo que asumir las funciones del hombre de la casa que su madre le había encomendado y de las que su padre habría estado tremendamente orgulloso. A partir de entonces Omar y su madre no sólo eran madre e hijo, se convirtieron en socios y cómplices con la única idea de sacar a sus hermanos adelante, con el menor sufrimiento posible.

Mientras uno se encargaba de hacer los cuatro kilómetros diarios que le separaban del pozo de agua más cercano el otro se encargaba de buscar la comida diaria o buscar con qué pagarla. Hacía Omar todo lo posible por encontrar un trabajo, no había muchas posibilidades pero el señor Ousman, su vecino, le dijo que su sobrino trabajaba en un hotel de la costa de camarero y que se vivía muy bien, se ganaba lo suficiente para él y para ayudar a su familia. El señor Ousman le decía a Omar todos los días que no se preocupara que él ya había hablado con su sobrino y que estaba seguro que encontraría un puesto para él. Había noches en las que Omar no podía dormir sólo por los nervios que le producía la idea de poder conseguir ese trabajo. La posibiliadad de ver a su madre más tranquila y a sus hermanos mejor atendidos le producían una cierta ansiedad.

Aquella mañana cuando Omar se preparaba para comenzar su marcha diaria de cuatro Kilómetros para conseguir el agua necesaria para aquel día fue cuando se encontró con su amigo Musa. Musa el día anterior había conseguido hablar con su primo Ebrima por teléfono después de poco más de un año sin saber de él. Ebrima había decidido marcharse de allí, el día que se fue no sabía exactamente donde iba a ir, lo único que sabía es que el viaje le había costado todo el poco dinero que había conseguido ahorrar en los últimos tres años y que debía irse para encontrar más oportunidades de las que había tenido su familia.

Por fín tenían noticias de él, todos estaban muy preocupados y muchos ya daban a Ebrima por muerto. Contó muchas cosas Ebrima a su familia, se explayaron, la ocasión lo merecía, era mucho el tiempo que habían deseado saber algo de él. Contó como era el país donde estaba, España, contó como era la ciudad de España donde vivía, Valladolid. Contó como era su gente, cuales eran sus costumbres y cuanto le había costado llegar hasta allí. Contó que la situación económica le habían dicho que era muy mala, pero a él le parecía la mejor del mundo. Decía que no se explicaba como podían estar preocupados por el dinero teniendo todo lo que tenían. “Si eso era ser pobres, es que ninguno ha visto de cerca el sitio de donde yo vengo.” Contó también que a pesar que le había costado muchísimo había conseguido encontrar un trabajo ayudando a un señor, Antonio, que se dedicaba a reparar casas.

Le habían dicho que los 700 € al mes que le pagaba Antonio no era demasiado, pero él era feliz porque se arreglaba perfectamente con ello y ya podía empezar a enviar ayuda a su familia. Pero contó algo más que a Musa y a toda su familia les dejó impactados, contó que el agua no había que ir a buscarla a ningún sitio ni cargar con ella, contó que abriendo una simple manivela el agua iba directamente a su casa.

¿Tú te puedes creer eso?” Le preguntó Musa a Omar, Omar no es que no se lo pudiera creer es que le parecía incluso una broma de mal gusto que Ebrima había gastado a toda su familia, no se pueden gastar bromas de ese tipo, puedes hacer daño a alguien. Cuando Omar llegó ese día a su casa le contó su historia como siempre a su madre. Hawa esta vez no sólo tampoco creyó la historia si no que estaba un poco enfadada y alterada porque el día no había ido bien, no tenía lo suficiente para dar de comer a todos aquel día y Omar y ella tendrían que ser los más sacrificados, como siempre, para alimentar al resto, todos más pequeños.

Y así paso la noche Omar, dando vueltas a todo eso hasta que definitivamente se durmió hasta el día siguiente. Cuando al día siguiente se levantaron y todos estabn preparándose para su rutina diaria algo les alteró. Eran unas voces que se oían en el exterior de la cabaña y que parecían decir el nombre de Omar a gritos, la puerta de la cabaña se abrió de golpe, era el señor Ousman.

Ousman seguía gritando Omar cuando ya estaba dentro de la cabaña, llegaba por fin una buena noiticia. Su sobrino, el del hotel de la costa, le había llamado, le dijo que en su hotel necesitaban a un chico de las características de Omar para trabajar de botones. Omar, aunque no entendía muy bien aquel trabajo, se abrazó a su madre con una gran alegría, sus problemas comenzaban a solucionarse y debía incorporarse al trabajo, además, con urgencia.

La despedida entre Omar y su madre fue de las más emotivas y tiernas que yo recuerdo, no sólo se despedían una madre y un hijo, se despedían dos personas que lo habían sido todo el uno para el otro durante los últimos años.

Su trabajo era en el hotel Coconut Residence, le habían dicho que era uno de los mejores hoteles de Gambia y para ello debía ir a la ciudad de Serrekunda. Una vez allí se vería con el sobrino del señor Ousman que se llamaba Mahamadou quien, a su vez, le presentaría al director del hotel.

Al llegar a Serrekunda se encontró rápidamente con Mahamadou . Mahamadou fue muy amable con Omar, entendía esos sentimientos de Omar que eran una mezcla entre la tristeza de la despedida de su madre y la alegría por haber encontrado trabajo, le aseguró que él le ayudaría siempre.

Una vez llegaron al hotel y conoció Omar al director del hotel éste indico a Mahamadou que llevara a Omar hasta su habitación para que se instalara. A Omar casi le da un infarto cuando vio su habitación, aunque humilde tenía mucho más de lo que nunca él hubiera podido soñar. Una cama para él sólo, un armario para guardar sus escasas pertenencias y algo que fue lo que más llamó la atención de Omar, un cuarto de baño. Mahamadou le explicó a Omar todo lo que podía hacer en el cuarto de baño pero Omar sólo prestó atención a lo primero que le explicó sólo miraba al grifo del agua, Mahamadou seguía hablando pero Omar no escuchaba. Omar sólo pensaba en el tiempo que tardaría en llevar a su madre Hawa y a sus hermanos con él para que todos pudieran disfrutar de aquel grifo. De todos los lujos que había visto a su alrededor ninguno le había llamado tanto la atención. El no tener que hacer ocho kilómetros diarios para tener agua ese si que era un lujo, el mejor de todos y su madre ya se lo podría creer, porque se lo estaba contando su hijo, porque Omar nunca miente.