Cuatro elementos básicos para entender el colapso estadounidense.

Publicado el 25 septiembre 2018 por Jmartoranoster
Cada vez son más críticos los signos negativos en el fondo de ese país llamado Estados Unidos de Norteamérica, que fue convertido en un pozo de crisis permanente plenamente fabricado por élites de poder transnacional a lo interno de su burocracia. Pero ante los medios corporativos estadounidenses no pasa nada, sino que todo acaece sobre la responsabilidad de un único hombre llamado Donald Trump, quien también funge como símbolo más evidente de ese decaimiento norteamericano. Se intenta bajo diferentes herramientas ocultar lo que realmente está sucediendo en las profundidades del sistema que rige a los Estados Unidos. Así, el colapso estadounidense obedece a causas más trascendentes en términos políticos, económicos-financieros, sociales, apuntaladas por los predecesores del actual inquilino de la Casa Blanca.

Una pronta definición

El planteamiento de que en Estados Unidos se experimenta un colapso de su sistema como está concebido actualmente proviene de análisis e investigaciones recientes, en los últimos años, que demuestran un deterioro significativo del orden establecido en ese país. Para entender a qué nos referimos con colapso es necesario notar algunos rasgos que lo caracterizan al nivel que nos interesa, según el profesor universitario Carlos Taibo:
  • Es un proceso total o parcial de irreversible desaparición de las instituciones e ideologías legitimadoras de un orden determinado, que trastoca muchas relaciones sociales, de poder, económicas, culturales, etc.
  • Produce profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas de una población, que generalmente ve significativamente en crecimiento su reducción.
  • Experimenta “una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos, acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores”.
Por su lado, el ingeniero y escritor ruso-estadounidense Dmitry Orlov describe las cinco etapas del colapso de una sociedad que integran todas las capas de la vida: la financiera, la comercial, la política, la social y la cultural. Este mismo autor aclara que estas etapas pueden no darse de manera progresiva y en ese orden sino de forma simultánea, con elementos propios de la dinámica estructural de la sociedad a describir. En este caso, el colapso de Estados Unidos viene dado con muchas, si no todas, de las características de quienes han estudiado y profundizado en el tema. A continuación, ofrecemos datos y recursos que dan una perspectiva general de lo que acontece en el interior de un Imperio en decadencia.

Deuda y bancarrota en alza

De hecho, el mismo Orlov ha repetido cuantas veces ha tenido la oportunidad de enunciar que el colapso estadounidense viene de su mano de estructura financiera y económica, pues la creciente deuda y bancarrota de algunos estados de la Unión vienen dando signos de desplome. Según los datos provistos por el Departamento del Tesoro, este año la deuda pública estadounidense subió a más de 21 mil millones de dólares, de los cuales 5.6 mil millones serían parte de la deuda interna, mientras que la de los inversores privados llega a los 15.3 mil millones. Con la presidencia en manos de Barack Obama, por poner un ejemplo, nada más la deuda pública llegó a alcanzar de los 10.6 mil millones de dólares a los 19.9 mil millones. Por deuda pública debemos entender la que mantiene un Estado frente a particulares u otros países, y constituye una forma de obtener recursos financieros mediante emisiones de títulos de valores o bonos, recursos financieros que han acrecentado. Diversos economistas han advertido que la próxima crisis podría ser un punto nodal en el colapso del sistema estadounidense, ya que el dólar mismo en estos momentos da síntomas de crisis, pues incluso muchos inversionistas están vendiendo sus dólares por otros mecanismos de ahorro, como lo recomendara el barón Jacob Rothschild ante los riesgos que en las bolsas de valores occidentales. Más específicamente, el economista estadounidense Peter Schiff le dijo a Sputnik Mundo que probablemente el último crash financiero del provenir “será mucho peor que la Gran Depresión (1929). La economía de Estados Unidos no está en buena forma. Está peor que hace una década”, cuando explotó la burbuja inmobiliaria que daría al traste con varios bancos, entre ellas la que parecía todopoderosa Lehman Brothers. Además, la situación fiscal de muchos estados de ese país tiene un déficit que no ha hecho sino aumentar con los años, debido a las pocas capacidades de pago bancaria, presupuestaria, a nivel de servicios y de los fondos fiduciarios. Entre ellos, los estados de Illinois, Kentucky, Connecticut y Nueva Jersey son las principales entidades en riesgo de bancarrota, acercándose también a la línea roja del colapso financiero-económico California, Nuevo México y Louisiana. Pero esto ya lo preveía Laurence Kotlikoff, profesor de Economía en la Universidad de Boston, a través de un artículo publicado por Bloomberg en 2010, sentenciando con números y argumentos que “nuestro país está quebrado y no podemos seguir permitiéndonos falsas soluciones”.

Nuevas patologías sociales

Quienes sufren en carne propia las sucesivas etapas del colapso son precisamente los ciudadanos estadounidenses, privados del amparo gubernamental hundido en una grave situación económica y financiera. Han surgido, así, algunas patologías sociales nunca antes vistas por la especie humana, y que fueron descritas por el economista Umair Haque en un ensayo traducido y publicado en esta tribuna. Entre los más escandalosos, se encuentran los sucesivos tiroteos en espacios donde circula mucha gente, como escuelas y centros comerciales, que en este año han visto sangre derramada por lo menos cuatro veces, pero que desde 2007 han ocurrido unas 10 veces y contando. Pero también ocurre en este momento, en los Estados Unidos, una “epidemia opiácea”, pues muchos están muriendo por sobredosis inducida o accidental de este tipo de fármaco. En 2017 murieron más de 70 mil estadounidenses y no parece haber una solución en el corto plazo, ya que el país está perdiendo la guerra contra las adicciones, consecuencia de su también fallida política contra las drogas a nivel global. Desde 1979, el número de fallecimientos por drogas se ha duplicado cada ocho años, según el informe publicado en la revista Science y reseñado por Los Angeles Times, que también divulgó las siguientes cifras por sobredosis el año pasado:
  • Los analgésicos recetados, la heroína y el fentanilo sintético mataron a más de 29 mil personas.
  • La cocaína, la metanfetamina y otras drogas similares dieron una cifra de fallecimientos que llegó a las 72 mil 306 personas.
Esas “muertes por desesperación”, como las llama la revista Science, están relacionadas también con la indigencia, la mendicidad y el quiebre de los lazos sociales que diagnostica Haque, y que son en Estados Unidos parámetros sin números pero que están penetrando las capas más vulnerables de la sociedad norteamericana. Dmitry Orlov habla precisamente del colapso en su etapa social, pues consta de la pérdida de fe en que la gente podrá ser cuidada por instituciones sociales locales, ni hablar de las gubernamentales, debido a las crisis permanentes en las áreas fiscales. El relator especial de la ONU para la extrema pobreza, Phillip Alston, enunció en su informe de 2018 que 40 millones de estadounidenses viven en la pobreza, de ellos 18.5 millones en extrema pobreza, y además 5.3 millones sobreviven en un estado que llama “tercermundista”. Estas cifras son acordes al censo oficial, pues Alston arguye que los números son inferiores a lo que dicta la realidad de ese país. Pero también menciona que existe una creciente criminalización de la pobreza, que produce cada vez más un estado completamente opuesto al bienestar que se vende en las publicidades norteamericanas. Para el estadounidense promedio, el sueño americano se convirtió en una pesadilla. Una de la que los políticos usufructúan en pos de intereses opulentos para ciertas élites.

La pugna política en bajada

A riesgo de mantener un sistema financiero altamente endeudado y en bancarrota, la clase política estadounidense ha hecho los cambios correspondientes también a esta etapa neoliberal donde los Estados-nación poco tienen de instrumentales a los intereses corporativos, cuyos poderes incrementan a medida que la crisis llega a mayores grados de ebullición. La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos trajo consigo una pugna interina tanto en el aparato burocrático de Washington como en los demás espacios de poder modernos como los medios de comunicación y propaganda y demás instituciones privadas-corporativas a lo interno de ese país. Puesto que Trump representa una porción de una élite que se ha visto disminuida frente a los impulsores del globalismo neoliberal y guerrerista, sus predecesores y demás agentes y operadores que los apoyan mantienen una guerra de baja intensidad sobre la presente administración en un país con un pasado político que ha sufrido magnicidios y golpes de Estado de diversos tipos (Kennedy 1963, Nixon 1972, Bush 2001) y con diferentes objetivos. Así, se ha cuestionado el proceder de la Administración Trump y algunos factores en pugna buscan crear un ambiente adecuado para el impeachment o juicio político sobre el presidente estadounidense que podría subvertir los acontecimientos en el seno de los Estados Unidos a una lógica de guerra civil. Las “elecciones de medio término”, en las que se vota a políticos para el Congreso, el Senado y las gobernaciones de los estados, son cruciales pues representan en este momento un pico en la lucha por la estructura burocrática que podría o no apoyar los planes de gobierno de Trump. Según la tesis del periodista y analista político Thierry Meyssan, el actual presidente norteamericano tiene como objetivos “reinvertir los capitales transnacionales en la economía estadounidense y sacar el Pentágono y la CIA de su función imperialista actual para que vuelvan a dedicarse a la defensa nacional”. Por ello, Trump se deshace de los tratados comerciales internacionales que promulgaron sus antecesores e intenta recomponer o, en el mejor de los casos, disolver las estructuras intergubernamentales que mantienen el orden imperialista estadounidense. Los Clinton, Obama, Bush y demás personajes que orientaron la política interior y exterior de su país a una subversión total en el que la hegemonía de los Estados Unidos intentó imponerse a la fuerza y de manera financiera, son los personajes visibles de la política profunda que adopta ese enfoque imperial. Se sirvieron de la burocracia estadounidense para acometer planes de globalización desigual y guerras por recursos y patrones geopolíticos. Esta lucha es otra alarma de desplome de la clase política en colapso, ya que cada vez quedan más al desnudo los intereses que gobiernan a los actores en pugna mientras el propio estamento político se derrumba a los pies del derrumbe económico que representan. Bien puede valer la imagen de un caminante resbalándose en el borde de un foso oscuro y profundo para dar a entender el punto de inflexión en el que se encuentra la situación política norteamericana.

¿Aislacionismo o globalismo?

Uno de los temas más cruciales a la hora de hablar sobre política exterior es el enfrentamiento de dos visiones que chocan en estos momentos en la palestra pública internacional. Donald Trump, con su lema America first, toma como bandera el llamado aislacionismo, debido a la impronta que lo lleva a establecer una política de reindustrialización nacional y de cortar con las importaciones para darle empuje a las exportaciones, con un cerco bien definido de las fronteras de los Estados Unidos. Y es el mismo presidente Trump quien ha logrado apuntalar el colapso de aquel viejo consenso entre los dos partidos dominantes (Republicano y Demócrata) que daba por hecho que Estados Unidos era el policía de mayor jerarquía en la preservación de la “seguridad global”. Bajo ese paradigma, la Casa Blanca ha podido negociar con la demonizada Rusia de Vladimir Putin algunos términos como la anexión soberana de Crimea a la Federación Rusa, firmar un trato (ambiguo, pero que calma los humores) con Corea del Norte, empezar una guerra comercial con China en el marco de un plan del Pentágono que reconoce al gigante asiático como su “competidor número 1”, reordenar mínimamente a la OTAN bajo amenazas presupuestarias, desbaratar los magnos acuerdos comerciales internacionales que la Administración Obama desarrolló (como el Tratado Trans-Pacífico) y convenir con algunos poderes de Medio Oriente (la misma Rusia, Irán, Turquía) el fin de la guerra transnacional contra Siria. Aquel orden liberal-neoconservador que tenía en Estados Unidos a su máximo hegemón, tan defendido por los clanes Clinton-Bush-Obama, es colocado en cuestionamiento por un aislacionismo nacionalista liderado por Trump. De ahí que a nivel internacional se muestre a la que fuera la primera potencia mundial luego de la caída del Muro de Berlín como un boxeador debilitado. En el marco de la Asamblea General de la ONU, el presidente Trump dijo que él “no es el presidente del mundo“, lo que expresa la política aislacionista frente a la globalista que tomaron para sí los presidentes próximamente anteriores a su persona. La crisis de ese “consenso” es un fiel reflejo del colapso que hemos descrito de manera somera, que parece no tener freno, dando por sentado que, primero, ese colapso se siente en todo los Estados Unidos a lo interno, para luego expandirse a escalas globales, ya que la internacionalización del sistema estadounidense basada en el dólar y la guerra imperecedera toca cada uno de los puntos del planeta. En ese sentido, muchos actores geopolíticos de relevancia, como China, Rusia, Irán, Turquía, India, y hasta la misma Venezuela, comienzan a avizorar este colapso y hacen frente de diferentes maneras (sobre todo en lo económico-financiero y político) para implementar las reformas que necesita el sistema internacional después del colapso. Anuncios