Entonces, ahí estaba la letra en cuestión: Vidoni, Vieira, Vilche y Vomero, sentaditas una atrás de la otra. Y como las filas iban y venían, también había una a y una ce, de Alayón y Chiappara, coladas en el mismo sector. Claro que ninguna estaba más colada que yo, con mi ele de López, que me negaba a separarme de mi amiga, aunque eso significara rebelarme contra el sistema –y mi propio apellido. Tal como Sísifo, cada vez que me mandaban a mi lugar, de alguna manera volvía a rodar hasta las ves.
Y así fue como empezó, por un capricho del alfabeto. Hace 37 años éramos cuatro letras. Ahora somos una sola palabra: amigas.
EriSada