"Mi hermana me preguntó cómo iba la novela. Sopesé la respuesta unos segundos.
-Bien -dije-. Trata sobre un misterio.
-¿Qué misterio? -me preguntó.
-El de unas reglas que alguien establece y que nunca se definen del todo. El extraño no conoce las reglas. Aunque desee hacerlo, no es capaz de asumirlas. Tampoco puede enfrentarse a ellas. Las reglas existen, son fuertes, son taxativas, pero no están escritas en ningún sitio. Por tanto no se pueden obedecer ni desobedecer.
Frunció el ceño como para mostrar comprensión, pero se le notaba el desconcierto. Se levantó y encendió unas guirnaldas de plástico. Luego volvió a mi lado:
-¿Y sobre qué son esas reglas?
-Aún no lo sé. Por eso es una novela de misterio. Se va descubriendo según se escribe.
-¿Y hay asesinatos?
-Hay, sí -concluí-. Hay al menos una decapitación.
Ella se estremeció. Parecía satisfecha."
El colich es el Wybrany college, un internado de élite cercano a Cárdenas que garantiza la mejor educación y máxima seguridad para los hijos de relevantes personalidades del país. En las aulas y otras dependencias se aplica la segregación por sexos del alumnado y se reservan algunas plazas para los becados, habitualmente hijos del personal que son conocidos también como los especiales. Sara Mesa arma así un microcosmos de aislamiento que se va tornando claustrofóbico a medida que se avanza en la lectura. Leer Cuatro por cuatro es como avanzar por un puente colgante en el que se ha de posar un pie sobre el peldaño siguiente sin tener el otro bien sustentado sobre el anterior, con el abismo amenazando debajo y la más absoluta incertidumbre como meta.
En los primeros capítulos se aplica la misma segregación que en las clases. Se nos presenta la historia de Celia y la de Ignacio, dos de los alumnos, alternativamente. Conocemos, además, al director, al orientador al que todos llaman el Guía y a otros miembros del personal. Los párrafos son breves, las frases aún más. La lectura es ágil pero no ligera. Pareciera que los espacios entre párrafos están ahí para rellenar. Somos nosotros los que inevitablemente vamos cubriendo los huecos, lo no dicho, lo no contado, los que vamos desmembrando el complejo entramado de relaciones entre todos los personajes. Nada está escrito, todo es sutil, somos nosotros los que ponemos las palabras que faltan. Es nuestra imaginación, cómplice del relato, la única que habla de perversión o corrupción.
"Algo ve en el niño que lo seduce. Se siente atraído por su sumisión, por esa aceptación pasiva de su suerte. Le encuentra una dulzura aún sin corromper -pero en el punto justo de empezar a ser corrompida- que lo conmueve irrefrenablemente. [...] está en ese momento previo a la maduración de los adolescentes en el que todo podría cambiar por una sola palabra o por un gesto, esa zona de azar en la que cada día puede llegar a ser decisivo."
insistent. Fotografía de Sandy Schultz
Son estos niños rompiendo a la adolescencia los personajes principales de esa primera parte. En la segunda entra en liza el supuesto novelista que nos ha servido antes para empezar a hablar de esta novela. Se trata de un profesor sustituto a cuyo diario tenemos acceso. En él nos va contando su día a día en el colich, su propio desconcierto, su intento de descifrar las reglas, de saber quién es quién. Él mismo es un impostor pero su impostura, tal vez por ser la única reconocida (y conocida), nos hace ser indulgentes. Es un tipo indeciso, que trata de pasar desapercibido y raya incluso en cierto patetismo, lo que despierta enseguida nuestra simpatía por él. Sin embargo, a pesar de su no sé si llamar cobardía, tendrá la osadía o locura de querer saber. ¿Qué ha pasado con su antecesor? Tendremos que leer su diario para saberlo. Las frases y párrafos de sus entradas son ya más largas. Sigue habiendo huecos que rellenar pero cada vez nos van ofreciendo más pistas. No obstante, el ambiente de misterio continúa inalterable.El ambiente y el tufo. El Wybrany no tiene tantos años como su apariencia nos quiere hacer creer pero, sin embargo, sus cañerías encierran aguas pestilentes, sus cimientos están podridos y, por seguir con el símil arquitectónico, hay conductos y pasadizos tenebrosos que nos llevan hasta mazmorras más tenebrosas aún. La que fuera finalista del Premio Herralde de Novela en 2012 indaga sin cortapisas en la elección entre libertad y seguridad y, especialmente, en el juego entre poder y sumisión, entre débiles y fuertes, entre los de arriba y los de abajo. El internado de Sara Mesa esconde en sus cubículos de cuatro por cuatro la pérdida de identidad, los deseos más ocultos, la dualidad humana y la prueba irrefutable de que "todo es susceptible de ser mercadeado." Nos hace cómplices a la vez con la palabra y el silencio y tensa los límites de ambos hacia lugares insospechados.
"Es, más bien, la certidumbre -o un refregarse ante mi cara de la certidumbre- de que no existe amor sin contaminación. [...]Los dos comercian con el amor, con el deseo, amoldan su cabeza a esos esquemas, deforman sus impulsos naturales hasta volverlos monstruosos. El poder crece cuando se entrega al poder: uno más uno es siempre uno más grande. Todos los demás quedamos fuera de esta aritmética. Ni siquiera sumamos; ni siquiera restamos."Lo que sí creo que no suma (pero lamentablemente tal vez reste) es el intento de la autora de rematar la historia y cubrir por sí misma los huecos. Esto hace que este libro no sea tan redondo como los otros dos suyos que he leído aunque igualmente es una muy buena lectura. La escritora sevillana es una maestra en dejar caer, en hacer al lector cómplice de sus tramas al hacernos buscar en nosotros lo que no nos gusta reconocer que hay. No necesita más, especialmente en una novela en la que los silencios son tan importantes. Como dice el poema de Alfred de Musset con el que tiene el acierto de terminar, "un silencio perfecto reina[ba] ya en esta historia."
HFF - Good Friday Edition. Fotografía de Nana B Agyel
Ficha del libro:
Título: Cuatro por cuatro
Autora: Sara Mesa
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2012
Nº de páginas: 272
ISBN: 978-84-339-9756-2