Desde que llegué a la literatura, los escritores ya establecidos me advirtieron que incursionaba en un territorio minado, porque exactamente así miraba el régimen totalitario a los creadores y artistas en general. Me hicieron saber que nos vigilaban constantemente. Aunque fingieran admitirnos, siempre nos observarían como enemigos porque el arte sensibiliza y convoca multitudes, y es a lo que más le temen las dictaduras. Entonces leí sobre las persecuciones a los intelectuales, conocí de primera mano cómo los reprimían durante aquello que se llamó “quinquenio gris”, aunque muchos aseguran que fue más oscuro y ha durado más de cincuenta años, los de tiranía permanente.
Hay artistas que fingen apoyar la dictadura, y les es muy cómodo por las dádivas que recogen; pero aquellos que la enfrentan, como ya sabemos, reciben como respuesta la reacción de la máquina represiva que intenta urgentemente doblegarlos, y de paso, a modo de escarmiento, buscan que sea ejemplarizante para el resto. Es cierto que no todos los que la apoyan lo hacen por los beneficios; algunos lo hacen por miedo, y un reducido grupo, por costumbre, por lo que el cinismo es el disfraz con el que sobreviven, y los convierte en algo peor que los anteriores.
Muchos creadores cubanos –actrices, actores, intelectuales, pintores, directores de cine– han huido de esos espacios censurados en los que obligadamente un artista converge para crecer o promocionar sus obras; otros buscan una mejor oportunidad profesional, y dejar detrás las carencias y miserias, por lo que irse afuera ha sido la única puerta de escape que han encontrado, pero expresan conformismo. Muchos de ellos, una vez que emigran, no sienten compromiso político porque ponderan primero su arte, y les es suficiente la lejanía para dormir sin pecados o sobresaltos. Y también hay una cantidad considerable de los que –una vez que logran ser conocidos a través de su arte– regresan y claudican precisamente con aquellos que los hicieron marchar. Y permiten ser manipulados, mancillando su propio arte. Pero gracias a Dios, no todos son así.
Entre los que no lo son, existe un director de cine y televisión al que no concurren esas características, a pesar de que en Cuba –cuando trabajaba en ello– no le iba tan mal, en cuanto a éxito profesional y económico, sin embargo, por vergüenza, decidió salir del archipiélago porque aquí, a estas alturas, no sería director de nada, y sí un preso acusado con alguna causa común, porque si tiene un “defecto” este señor, es el de no saber callar.
Lilo Vilaplana reforzó su compromiso con la libertad de Cuba, aun cuando su éxito como realizador ha sido a nivel internacional, y su grito en defensa de los que permanecen dentro de la isla es constante. Cuando vivía en Colombia, y vociferaba públicamente las verdades en presencia del embajador cubano, muchos le aconsejaron no hacerlo y le advirtieron que un accidente sospechoso le ocurriría… somos conscientes de quiénes son sus oscuros aliados. No obstante, Lilo no supo callarse. Nunca ha podido tragarse sus verdades, justicias y sentimientos.
Siempre su lema ha sido hacer más por el arte y por la libertad de Cuba. Nunca le es suficiente compartir su vida con su familia, que se confunde con sus amigos. Siempre impera en él su necesidad de sacrificio por una democracia en su país natal. Por eso, en los pequeños espacios que le robaba al sueño, escribió un libro, “Un cubano cuenta”, que tantos lectores y amigos le regaló. Luego se propuso –con sus ahorros y ayuda de esos hermanos de vida– dirigir un cortometraje basado en uno de sus cuentos, “La muerte del gato”, que gracias a su talento y oficio, el apoyo de su familia y amigos, más las excelentes actuaciones de renombrados artistas, obtuvo en el Festival Iberoamericano de Cortometrajes ABC (FIBABC) el Premio al mejor cortometraje de América Latina. Por supuesto, en Cuba, a pesar de intentarlo, no le permitieron inscribirlo en el Festival de Cine de La Habana, con la intención de impedir su visibilidad entre los isleños.
Ahora Lilo quiere más. Sabe que el arma del arte es efectiva. Conoce el lado frágil de la dictadura. Por lo que esta semana ha comenzado a recaudar fondos para filmar otro cortometraje, “La casa vacía”, que como su título indica, tiene que ver con todos los cubanos que de una forma u otra, tuvieron la suerte de abandonar tras de sí una casa para buscar un horizonte con esperanzas.
Lilo dispara contra la dictadura como un francotirador. Su perspicacia y agudeza hacen diana justo en el centro del dolor de los cubanos. Aquellos que necesitamos ver en el arte nuestros dilemas, sueños y anhelos, sabemos dónde encontrarnos. Lilo Vilaplana nos brinda esa posibilidad gracias a la ayuda de buenos cubanos que proveen los fondos para lograrlo, porque saben lo necesario y vital que es para alcanzar la democracia en Cuba, y a modo personal, para vaciarnos del sufrimiento que el régimen nos inoculó desde nuestro nacimiento. El arte también es una medicina necesaria que nos cura.
Agradezco a modo personal a los que aúnan esfuerzos y vergüenza, y apoyan la causa por la libertad de Cuba en cualquiera de sus variantes, en este caso muy especial y particular, a través del arte, desde sus posibilidades reales. A veces, un grito en el lugar indicado y en el momento preciso, causa más daño que una batalla campal. Un gesto de vergüenza, una acción desinteresada, un criterio honesto, hacen la diferencia de los cobardes. Lo justo es no permanecer ajenos a lo que nos concierne. Perseverar atentos al deber con la Patria, como nos enseñó José Martí, es vivir en consecuencia con nuestro tiempo y realidad. Saberse útil a la causa, si no a la política, al menos a la humana, es la mejor justificación de vida.
El arte es ese espacio en donde todos confluimos y agradecemos.
Ángel Santiesteban-Prats
“libertad” condicional
Habana, 28 septiembre 2015