Cuando la noticia llegó hasta mí, abrí ojos y boca en franco gesto de sorpresa e inmediatamente repasé todo un pasado beligerante entre las dos naciones:
Los intentos norteamericanos de desestabilizar el futuro en nuestra isla, y las denuncias neutralizadoras a cada uno de ellos por nuestra parte, inundaron mi mente como una avalancha.
Y es que el suceso, sin lugar a dudas, no deviene fruto de la casualidad.
La voluntad de restablecer relaciones entre ambos Estados es producto de varios factores, y entre ellos descolla la reciente modificación a la Ley de Inversión Extrajera.
Que nadie dude que la cartera de oportunidades presentada en la pasada edición de la Feria Internacional de La Habana es una verdadera tentación para los grandes empresarios norteamericanos, motores económicos que definen los rumbos de la política norteamericana, maniatada a las transnacionales.
La campaña orquestada en pro de la Isla por los emporios mediáticos como The New York Times y The Washington Post, por solo citar algunos, no se dio al azar y porque sí: fue la antesala periodística que condicionaría a la opinión pública de esa nación en favor del acontecimiento que sobrevendría en diciembre de 2014.
Por otra parte, los cambios que han tenido lugar en Cuba como parte de la actualización del modelo económico, político y social, donde el fomento a la iniciativa privada como eslabón importante de nuestra economía resulta otro “granito de arena” clave, unido a la reformulación de la política migratoria nacional.
No podemos soslayar igualmente la voluntad expresada por la nación caribeña en más de una ocasión para “arreglar las cosas”, como se dice en buen cubano, siempre bajo las condiciones del respeto a nuestra soberanía e integridad como Estado libre y socialista.
Hoy sale a la luz el titular de que el próximo 27 de febrero tendrá lugar una nueva ronda de conversaciones. No queda otra cosa entonces que desear suerte en ese complejo proceso de entendimiento, basado en el respeto entre ambos países.
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